Armando
Maya Castro
“A Eglantine Jeff, fundadora de
la Unión Internacional para el Bienestar del Niño y la Caja Británica de Ayuda
al Niño se debe que se consideraran los derechos de los infantes en la
Declaración de Ginebra, donde se acordó dedicar, en cada país, un día del año
para festejar a los pequeños” (Sofía García Murillo y Ernesto Soto Páez, En un día como hoy… Efemérides de la
historia de México, Lectorum, México, 2003, pp. 94-95).
En 1924, en respuesta a dicha resolución,
México fijó el 30 de abril de cada año para celebrar a los niños. Esto sucedió
cuando el General Álvaro Obregón se desempeñaba como presidente de la República
Mexicana, y el licenciado José Vasconcelos como ministro de Educación Pública.
El anterior fue uno de los
primeros esfuerzos de la comunidad internacional en su preocupación por la niñez
del mundo; un éxito de la extinta Sociedad de Naciones, organismo que efectuaba
en aquella época un trabajo similar –aunque menos universal– al que realiza actualmente
la Organización de las Naciones Unidas (ONU).
El 14 de diciembre de 1954, la
Asamblea General de la ONU fijó el 1° de octubre como Día Universal del Niño.
Este es el día oficial, pero Naciones Unidas dio libertad para que todos los
Estados realizaran la celebración “en la fecha y forma que cada uno de ellos
estime conveniente". Tras esta resolución, el Día del Niño siguió
celebrándose en México el 30 de abril.
La Convención sobre los
Derechos del Niño, adoptada por la Asamblea General de las Naciones Unidas el
20 de noviembre de 1989, garantiza a lo largo de su articulado los siguientes
derechos infantiles: derecho a la vida, al juego, a ofrecer sus opiniones, a
tener una familia, a divertirse, a gozar de salud, a recibir protección contra
el trabajo infantil, a un nombre y una nacionalidad, a disfrutar y conocer la
cultura, a la alimentación y nutrición, a la educación y a vivir en armonía. Este
tratado internacional obliga a los Estados Partes a asignar el máximo de sus
recursos disponibles y a adoptar todas las medidas administrativas,
legislativas y de otra índole para hacer efectivos los derechos ya mencionados.
Tristemente, a pesar de la citada
Convención y de la Constitución General de la República, las niñas y niños de
México siguen siendo un sector vulnerable de la población y enfrentan problemas
agudos: de los 39 millones de niños que viven en México, seis de cada diez
trabajan en condiciones de explotación sin oportunidad de estudiar, y tres de
cada diez no tiene acceso a una alimentación adecuada. Esto según un estudio
del Coneval y UNICEF. Con base en estos números, me atrevo a asegurar que estos
niños no podrán disfrutar plenamente el día que les ha sido dedicado.
Tampoco lo disfrutarán las niñas y niños que viven en los estados
golpeados por la violencia que despliega la delincuencia organizada, como es el
caso de Tamaulipas, donde los padres de familia solicitaron a las autoridades
educativas cancelar las clases en las 900 escuelas que hay, debido a la
escalada de violencia que impera en el sur de esa entidad.
¿Y qué me dice usted de los infantes
que se han visto en la necesidad de abandonar la escuela debido a la
inseguridad imperante en diversas comunidades de la sierra de Guadalupe en el
Estado de México? Una de las madres de familia de la colonia La Mesa Xalostoc
declaró a conocido diario capitalino: “Ya no quiero traer a los niños a la
escuela, porque a un lado de mi casa encontraron una casa de seguridad y tenían
una niña y es una vergüenza porque sólo se cambiaron de casa, están en la misma
calle, los denunciamos, los agarran y salen pronto y quedamos en estado de
indefensión porque al rato ya están delinquiendo”.
¿Cree usted que tendrán un
feliz festejo las víctimas infantiles de los llamados daños colaterales, en
referencia al perjuicio “no intencional” que producen las acciones militares, y
que en México se han extendido a cuestiones fuera del ejército? Por supuesto
que no lo tendrán. Y créame, no hablo de números insignificantes, sino de
cifras elevadas y altamente preocupantes, dadas a conocer en 2011 por la
Comisión de Atención a Grupos Vulnerables de la Cámara de Diputados: mil 600
menores de edad muertos y cerca de 40 mil niños huérfanos, todo esto en el
marco de la infructuosa guerra de Felipe Calderón Hinojosa en contra del crimen
organizado.
¿Y qué clase de fiesta tendrán los
niños que son víctimas de trata, o aquellos que han sido victimados por
personas sin escrúpulos que, para satisfacer sus bajos instintos y sus
asquerosas aberraciones, se disfrazan de ciudadanos honrados y respetables,
aprovechando sus cargos, hábitos y profesiones para abusar sexualmente de niños
y adolescentes indefensos?
Estará de acuerdo conmigo,
estimado lector, que el dolor de estos menores de edad, así como el de aquellos
que sufren al lado de sus padres el flagelo de la pobreza, no se extingue con
felicitaciones, juguetes, globos, desayunos, música, payasos y festivales en su
honor. Sociedad y gobierno necesitamos hacer mucho más que eso; necesitamos
desplegar nuestros mejores esfuerzos para construir el futuro de felicidad y
bienestar que se merecen los niños de México.
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