martes, 30 de agosto de 2016

DESAPARICIONES FORZADAS

DESAPARICIONES FORZADAS
Por Armando Maya Castro


Hoy es el Día Internacional de las Víctimas de Desapariciones Forzadas, declarado como tal mediante la Resolución 65/209, aprobada por la Asamblea General de las Naciones Unidas, el 21 de diciembre de 2010.

¿Pero qué es una desaparición forzada? La “Declaración sobre la protección de todas las personas contra las desapariciones forzadas”, proclamada por la Asamblea General en su resolución 47/133, el 18 de diciembre de 1992, señala que se producen desapariciones forzadas siempre que “se arreste, detenga o traslade contra su voluntad a las personas, o que éstas resulten privadas de su libertad de alguna otra forma por agentes gubernamentales de cualquier sector o nivel, por grupos organizados o por particulares que actúan en nombre del gobierno o con su apoyo directo o indirecto, su autorización o su asentimiento, y que luego se niegan a revelar la suerte o el paradero de esas personas o a reconocer que están privadas de la libertad, sustrayéndolas así a la protección de la ley”.

En el marco del Día Internacional de las Víctimas de Desapariciones Forzadas, conviene que nos preguntemos: ¿cómo estamos en México en la materia? Dejemos que nos lo diga la Oficina en México del Alto Comisionado de las Naciones Unidas (OACNUDH), quien aseguró, a finales de agosto del año 2014, que nuestro país enfrenta una situación crítica en materia de desaparición de personas. El organismo en cuestión se refirió no sólo a las desapariciones que han tenido lugar en el sexenio actual y en el anterior, sino también a las desapariciones forzadas que se produjeron en los años 60, 70 y 80, casos que siguen sin esclarecerse y, lo que es peor, en la más completa impunidad.

Tan mal estamos en la materia que, hoy por hoy, México no cuenta con una base de datos confiables y actualizados que nos permitan determinar el número de desapariciones forzadas “imputables a las autoridades del Estado y distinguirlos de aquellos que son responsabilidad de particulares”, señaló el 27 de agosto de 2015 el presidente de la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH), Luis Raúl González Pérez.

Los números son altamente alarmantes: en la administración de Felipe Calderón Hinojosa fueron documentadas alrededor de 12 mil 500 desapariciones forzadas. Las cosas no han mejorado en el actual sexenio, en el que, de los 23 mil 605 casos de desapariciones documentadas en el Registro de Personas Extraviadas, el 40% corresponden a la administración de Enrique Peña Nieto, advirtió hace unos meses el dictamen de la Cámara de Senadores.   

Respecto al tema, Amnistía Internacional (AI) acusa al gobierno federal mexicano de “mantener el empleo de las desapariciones forzadas, con el propósito de perseguir a minorías étnicas o de acallar y disolver a grupos opositores a sus objetivos”. Este proceder ilegal viola varios tratados internacionales de los que México es parte, que imponen la obligación de tomar medidas legales, administrativas y sociales que resulten necesarias para prevenir, sancionar y erradicar este tipo de desapariciones.

El cumplimiento de los tratados internacionales de derechos humanos contribuirá a poner fin a este tipo de prácticas, evitando al mismo tiempo la angustia e incertidumbre de los familiares de los desaparecidos. Los mexicanos no queremos que se vuelva a repetir el drama de los padres de los 43 normalistas de Ayotzinapa, quienes viven un sufrimiento indescriptible por no saber el paradero de sus hijos, desaparecidos la noche del 26 de septiembre en Iguala, Guerrero.

Todo lo que las autoridades mexicanas han hecho para poner fin a las detenciones forzadas y a las violaciones a los derechos humanos que acompañan a éstas, ha sido un fracaso. La anterior aseveración no es de quien esto escribe, sino de Jan Jarab, representante en México de la Oficina del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos. Aquí sus palabras: “‘frente a estos fracasos’, es que se han alzado familiares y colectivos de la sociedad civil, que asumiendo enormes riesgos han levantado su voz para exigir justicia y verdad, con el fin de que las autoridades responsables rindan cuentas y puedan saber dónde están sus seres queridos” (La Jornada, 01/07/2016).

Para salir de este estancamiento, los mexicanos tenemos el deber de trabajar más y mejor en la protección de los derechos humanos, lo que nos permitirá erradicar paulatinamente las desapariciones forzadas, un ultraje contra la dignidad humana, que viola entre otros derechos el derecho a la libertad, a la seguridad de la persona y a la vida.


Twitter: @armayacastro

viernes, 26 de agosto de 2016

LA NOCHE DE SAN BARTOLOMÉ

Por Armando Maya Castro

Representación de la Matanza ocurrida en San Bartolomé, de François Dubois

Ayer se cumplieron 444 años de uno de uno de los acontecimientos más espeluznantes en la historia de la humanidad: la Noche de San Bartolomé, un acto de crueldad que, en nombre de la religión, segó la vida de miles de protestantes en la ciudad de París, Francia. 

La barbarie de la noche del 24 de agosto de 1572 ocurrió en el marco de las llamadas guerras de religión que libraron católicos y hugonotes entre los siglos XVI y XVII. Al hablar sobre este lamentable suceso, no podemos calificarlo como el triunfo de una religión determinada, sino como el triunfo del fanatismo, la sinrazón y la brutalidad. 

Para entender lo ocurrido aquella terrible noche necesitamos remontarnos a los inicios del siglo XVI, cuando el calvinismo comenzó a tener un impacto importante entre los miembros de la nobleza, las clases intelectuales y la clase media de Francia. Fue justamente en las esferas antes mencionadas donde el pensamiento religioso de Juan Calvino empezó a ser determinante para la fundación del movimiento calvinista en Francia, el cual gozó, desde el principio, de la protección de la reina de Navarra, Margarita de Angulema, y de su hermano el rey Francisco I de Francia. 

La protección de este monarca representó un bálsamo temporal para los protestantes franceses, llamados despectivamente “hugonotes” por celebrar sus reuniones al pie del monumento en honor del rey Hugo, fundador de la dinastía de los Capeto. Ya sin el amparo real, los hugonotes fueron hostilizados por una mayoría católica que “perturbaba con afrentas sus sepelios y funerales”, dándoles “el mismo trato que a brujas y herejes”, refiere el historiador Viet Valentín.  Este trato cruel en agravio de los protestantes continuó bajo el reinado de Enrique II, quien contrajo nupcias, en 1533, con Catalina de Médicis, considerada por muchos como el verdadero cerebro de este “pasaje desafortunado”.

En 1563, el almirante Gaspard de Coligny, líder de los “hugonotes”, logró la firma del Tratado de Amboise, consiguiendo –según pensaba– cierto grado de libertad religiosa. Años después, específicamente en 1570, conquistó condiciones muy propicias en el Tratado de Saint-Germain-en-Laye, un convenio que puso fin a la tercera guerra de religión. Este último tratado produjo en la mayoría de los protestantes una confianza excesiva, sin imaginar las maquinaciones de Catalina, quien se valió del matrimonio de su hija Margarita de Valois con el príncipe protestante Enrique de Navarra, para asestar un golpe definitivo a la causa protestante.

En 1570, Catalina y su hijo hicieron creer a los protestantes franceses que las diferencias religiosas entre católicos y hugonotes habían sido superadas. El matrimonio, y la firma del tratado antes que garantizaba libertad de cultos en el reino, eran en teoría la mejor prueba de ello. El error más grande de los calvinistas consistió en haber creído a pie juntillas que los católicos respetarían la validez de dicho convenio, sin sospechar que se trataba de una trampa que tenía el despiadado propósito de liquidarlos de un solo golpe. 

Todo estaba ideado para que, al darse cierta señal, los soldados masacraran a los protestantes en diversos puntos de la ciudad. El primero en caer fue Coligny, cuyo cuerpo fue mutilado y arrastrado por las calles de París durante tres días, colgándole finalmente por los pies en las afueras de la ciudad. 

De París, la carnicería se expandió inmisericorde a todos los rincones del reino, en donde fueron masacrados sin piedad miles de protestantes. Los relatos sobre esta encarnizada matanza son espeluznantes: los  niños eran colgados del cuello de sus padres, que morían abrazando con ternura a sus hijos. La participación de los laicos católicos era intensa, así como la de varios sacerdotes que “sosteniendo el crucifijo en una mano y una daga en la otra, corrían hacia los cabecillas de los asesinos, y los exhortaban enérgicamente a no perdonar ni a parientes ni a amigos”, refiere John Foxe en el Libro de los Mártires. 

Como en todos los acontecimientos históricos, hay autores que le restan importancia a la matanza calculando en 2 mil el número de víctimas; otros por su parte la magnifican, afirmando que fueron 100 mil los protestantes asesinados. Pero más allá del número de personas asesinadas, lo cierto es que se trató de “un acto diabólico de sanguinaria brutalidad”, como lo califica John Foxe en la obra antes mencionada. 

Lo que realmente duele es no poder afirmar que se trata de cosas del pasado, pues la intolerancia religiosa sigue siendo una amenaza latente para la paz del mundo y la seguridad de las personas. El mejor ejemplo es el proceder sanguinario de las organizaciones terroristas que, en nombre de la religión, siguen acabando con muchas vidas inocentes en varias partes del mundo. Estos grupos, así como los líderes políticos y religiosos que usan una agresiva retórica de odio, siguen invocando acontecimientos como los ocurridos en la Noche de San Bartolomé. 


Twitter: @armayacastro