Por Armando Maya Castro
En
México, la libertad de expresión es objeto de constantes ataques. Desde hace décadas
son frecuentes en nuestro país los actos de hostigamiento, los malos tratos y
las intimidaciones contra los periodistas que dan a conocer información molesta
a los ojos de las autoridades y de algunos miembros de la clase política
mexicana.
Duele
decirlo, pero en México la labor periodística se ha convertido en la práctica
más peligrosa para quienes se dedican a investigar y denunciar los actos de
corrupción y abuso de poder de las autoridades, así como las actividades
delictivas de las bandas criminales, las atrocidades y las violaciones a los
derechos humanos.
De un
tiempo a la fecha, el discurso oficial señala que la amenaza a la libertad de
expresión proviene principalmente de los cárteles del crimen organizado, quienes
ven en el trabajo periodístico una afectación a sus intereses. Otras amenazas a
esta preciada libertad provienen de la clase política y de los gobiernos
autoritarios, tentados a formular leyes para limitar y/o controlar la libertad
de expresión. El mejor ejemplo es la Ley Peña-Televisa, que pretende amordazar
la libertad de expresión y acallar las voces libres.
Por
ello, algunos políticos, académicos, intelectuales y defensores de derechos
humanos constituyeron el Frente por la Comunicación Democrática, que tiene el
propósito de cerrar el paso a la iniciativa de leyes secundarias de
telecomunicación del presidente Enrique Peña Nieto. Este grupo está encabezado
por Cuauhtémoc Cárdenas y por el senador panista Javier Corral, quienes señalan
que la propuesta del mandatario mexicano pretende burlar la Constitución,
mantener el privilegio de las televisoras y regresar al gobierno mecanismos de
control autoritario.
La libertad de expresión, signo de progreso y
civilización, es una conquista lograda por Benito Juárez y los hombres de la
Reforma. La Constitución de 1857 reconoció este derecho estableciendo entre
otras libertades la de palabra, imprenta, enseñanza, reunión y de trabajo. Un
antecedente de esta libertad la encontramos en la Ley Lafragua, elaborada por
José María Lafragua, y dada a conocer durante el gobierno de Ignacio Comonfort,
en diciembre de 1855.
En la Asamblea Constituyente de 1857, Francisco
Zarco disertó ardientemente en defensa de la libertad de expresión: “Deseo
defender la libertad de prensa, como la más preciosa de las garantías del
ciudadano y sin la que son mentiras cualesquiera otras libertades y derechos”,
señaló el político, periodista e historiador mexicano.
Durante el periodo presidencial de Juárez
(1858-1872) mejoraron considerablemente las condiciones para la libertad de
expresión, especificadas en la primera Constitución liberal que tuvo México. A
partir de entonces comenzaron a publicarse periódicos de diferentes tendencias
políticas e ideológicas, en los que se exponían y defendían las ideas de los
grupos, ya fueran conservadores o liberales.
El libre ejercicio del periodismo en México ha
implicado siempre riesgos, amenazas y obstáculos. Las agresiones a nuestros periodistas
han sido tantas y tan frecuentes que por algo México fue considerado –hace
algunos años– como el país latinoamericano más peligroso para el ejercicio del
periodismo. El número de periodistas agredidos y asesinados ocasionó que en el
extranjero se tuviera la percepción de que en nuestra nación no existía
libertad de expresión.
El Estado debe admitir que al incumplir su
compromiso con la libertad de prensa le ha fallado no sólo a los periodistas
sino también a la ciudadanía, que tiene el derecho a ser informada. Es oportuno
recordar que el artículo 6° de la Constitución Política de los Estados Unidos
Mexicanos establece que “La manifestación de las ideas no será objeto de
ninguna inquisición judicial o administrativa, sino en el caso de que ataque a
la moral, los derechos de tercero, provoque algún delito, o perturbe el orden
público; el derecho de réplica será ejercido en los términos dispuestos por la
ley. El derecho a la información será garantizado por el Estado”.
Otro
ordenamiento jurídico orientado a salvaguardar la integridad física de los
comunicadores es la Ley para la Protección de Personas Defensoras de Derechos
Humanos y Periodistas, publicada el 25 de junio de 2012 en el Diario Oficial de
la Federación.
A pesar
de estas leyes, hay casos como el de la politóloga y columnista Denise Dresser
Guerra que son altamente preocupantes. La organización Artículo 19 –que trabaja
alrededor del mundo para proteger y promover el derecho a la libertad de
expresión, y que toma su nombre del Artículo 19 de la Declaración Universal de
los Derechos Humanos, garante de la libertad de expresión– acaba de denunciar una
presunta intimidación a Dresser por
haber publicado una columna que recuerda información difundida sobre presuntos
lazos con el narcotráfico de Manlio Fabio Beltrones, líder de los diputados
federales del PRI.
Otro
caso preocupante se dio en el municipio de Ixtaltepec, Oaxaca, donde
periodistas del diario El Imparcial del Istmo protestaron porque el pasado lunes
uno de sus voceadores fue detenido arbitrariamente por policías municipales,
quienes le exigieron no vender más ejemplares, debido a que el diario contenía
información no grata para el alcalde Rubén
Antonio Altamirano.
Estos y
otros casos obligan al Estado mexicano a redoblar esfuerzos en el
fortalecimiento de la libertad de expresión, procurando que nuestros
periodistas realicen su trabajo sin miedo, algo que sólo puede ser posible en
un entorne libre de amenazas y agresiones.
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