sábado, 3 de mayo de 2014

LA CRUZ EN LA IGLESIA DEL PRIMER SIGLO

Por Armando Maya Castro 
En el siglo IV, Constantino y su madre Helena dedicaron todos sus esfuerzos a consolidar la religión católica en el Imperio romano, estableciendo el culto en honor de la cruz, objeto que para los primitivos cristianos carecía de valor e importancia religiosa, motivo por el cual nunca la adoraron 


Las recientes canonizaciones de los papas Juan XXIII y Juan Pablo II, así como la celebración católica del día de hoy en honor de la cruz, me estimularon a escribir sobre el supuesto hallazgo de una mujer que fue declarada santa por la Iglesia católica en el siglo IX.

Me refiero a Helena de Constantinopla, la madre de Constantino, el emperador romano que –según la tradición– antes de su batalla contra Majencio vio en sueños una cruz en el cielo, al tiempo que una voz le indicaba: "In hoc signo vinces" (con este signo vencerás); el mismo que promulgó el Edicto de Milán en el año 313 d.C., un decreto de tolerancia que el emperador interpretó como tolerancia exclusiva hacia una religión: la católica, iglesia a la favoreció otorgándole innumerables privilegios y restituyéndole el patrimonio eclesiástico que el Imperio le había confiscado anteriormente.

Los versados en el tema señalan que fueron dos los motivos por los que Helena fue elevada a los altares: el primero, haber influido sobre su imperial hijo para que se “convirtiera” al cristianismo y para que hiciera de la religión cristiana la religión del imperio. El otro motivo: la “recuperación” de los Santos Lugares.

Respecto a esta última tesis, Ana Martos Rubio señala en su libro Papisas y Teólogas: “Pero Elena no solamente fue santa por incitar a su hijo [Constantino] a favorecer el cristianismo, cosa que parece plausible. Sabemos con certeza que fue ella quien viajó a Jerusalén, quien recuperó para los cristianos los Santos Lugares y quien trajo de vuelta consigo un buen trozo de la vera Cruz".

Respecto a esta leyenda, Ralph Woodrow, autor del libro Babilonia, Misterio Religioso, escribió: “En el año cuando [Helena] tenía cerca de 80 años de edad -de acuerdo a la leyenda-, hizo una peregrinación a Jerusalén y allí, con la ayuda de un judío que conocía de sus gustos supersticiosos, halló tres cruces. La cruz original fue identificada –así se espera que lo creamos–, porque se dice que hizo milagros a las indicaciones de Macario, obispo de Jerusalén. Las otras dos cruces no produjeron milagros. De tal manera que Helena –siempre según la tradición histórica– halló ¡la verdadera cruz donde murió Jesús!"

Eusebio de Cesarea, el autor más próximo a Constantino y a Helena, no dice absolutamente nada de ese hallazgo. Los que sí lo hicieron –tiempo después– son Ambrosio y Juan Crisóstomo. "Según ellos, la emperatriz Elena, inspirada por Dios, procedió a excavar los lugares santos y encontró tres cruces, la de Cristo y la de los dos ladrones. También halló el 'titulus' o inscripción de la Cruz (‘Jesús nazareno Rey de los Judíos’), lo que le permitió la identificación de la Vera Cruz”.

La iglesia católica celebra dos fiestas relacionadas con la cruz. La primera es la Invención de la Cruz, el 3 de mayo; la segunda, la Exaltación de la Cruz, el 14 de septiembre. Ninguna de estas dos celebraciones fue guardada por los miembros de la Iglesia primitiva, pues para ellos lo importante no era la cruz de madera, sino el sacrificio redentor que se realizó en ella.

¿Veneraron los cristianos primitivos la cruz o le dedicaron un día en su honor? La respuesta es no. Ellos veían la cruz como un instrumento de muerte, no como un símbolo de veneración. La veían como el arma que sirvió para quitarle la vida al Hijo de Dios. Los apóstoles –elegidos para enseñar la verdad revelada– los enseñaron a buscar la salvación en Jesucristo, el Ser que murió por ellos, el que resucitó y ascendió a los cielos para interceder por los suyos ante el Padre celestial.

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