jueves, 22 de mayo de 2014

CELIBATO SACERDOTAL, DE NUEVO EN LA MESA DEL DEBATE

Por Armando Maya Castro
Diversas voces católicas se han levantado en los últimos tiempos pidiendo la supresión del celibato forzado, práctica que no formó parte de la Iglesia primitiva, a cuyos ministros se les ordenaba ser casados para desempeñar el gobierno de la Iglesia y ejercer ministerios como el obispado y/o el diaconado

La carta que un grupo de amantes secretas de sacerdotes católicos dirigió al papa Francisco, solicitándole convertir el celibato sacerdotal en opcional, vuelve a poner en la mesa del debate un asunto tabú en la iglesia católica, agravado por los casos de pederastia clerical por parte de clérigos católicos.

En septiembre de 2013 abrió el debate Pietro Parolin, secretario de Estado del Vaticano. Lo hizo al declarar a un periódico venezolano que el celibato “no es un dogma de la Iglesia”, sino un precepto que puede ser discutido. Sobre la declaración del número 2 del Vaticano, escribí: “La declaración de Parolin es cierta: el celibato no es un dogma, nunca lo ha sido ni creo que llegue a serlo. Si tuviera el carácter de dogma sería irreformable y, por lo tanto, no podría discutirse. Ahora bien, el que dicha norma pueda discutirse no significa que el papa esté considerando abolir el celibato como condición para la ordenación sacerdotal”.

¿Pasó algo después de la declaración de Parolin? No. Tampoco pasó nada en abril de 2012, cuando un grupo de sacerdotes católicos de Austria llamó a desobedecer principios de la Iglesia como el celibato y la prohibición de mujeres en el sacerdocio, lo que motivó una respuesta firme del entonces papa Benedicto XVI a favor de la milenaria postura vaticana sobre ambos temas.

El actual papa ya se pronunció sobre el celibato sacerdotal. Lo hizo en una  reunión con obispos africanos, confirmando ante éstos la posición oficial de la Iglesia sobre el tema.

¿Conserva sin cambio la Iglesia católica el celibato sacerdotal deseando cumplir un mandato divino? Definitivamente no, ya que el celibato –como lo saben todos los clérigos católicos– no fue impuesto como norma a los ministros de la Iglesia primitiva. En los cuatro evangelios no hay ninguna referencia que indique que Jesús haya exigido a sus apóstoles la práctica del celibato.

Lo que sí hay son varios textos que demuestran que los ministros de la Iglesia primitiva nunca practicaron el celibato: la mayoría de los apóstoles fueron casados, y algunos, como san Pablo, enseñaron que los aspirantes al obispado y al diaconado debían ser casados: “Si alguno anhela obispado, buena obra desea. Pero es necesario que el obispo sea irreprensible, marido de una sola mujer…” (1 Timoteo 3:1).

Antes de Cristo, a los hombres que ejercieron el sacerdocio se les ordenó: “Con mujer ramera o infame no se casarán, ni con mujer repudiada de su marido; porque el sacerdote es santo a su Dios” (Levítico 21:7). A ninguno de ellos se le impuso como norma el celibato, sino la obligación de casarse con una mujer virgen.

Si no fue en el siglo I de nuestra Era, ¿dónde, cuándo y cómo comenzó a desarrollarse el celibato sacerdotal? Los orígenes de esta norma católica se remontan a los siglos III y IV d.C. Se declaró obligatorio para los presbíteros, diáconos y clérigos en el concilio de Elvira, celebrado en el año 306 de nuestra era. Tiempo después (313), el concilio de Arlés "recomendó" a los sacerdotes no cohabitar con sus esposas "porque están ocupados en un ministerio cotidiano", amenazando con deponer del honor clerical a quienes actuaran contra esta constitución.

El concilio de Nicea, celebrado en el 325 d. C., también rechazó el celibato. En plena asamblea conciliar, Pafnucio levantó la voz dirigiéndose a los obispos: "¡No impongamos a los hombres consagrados un yugo oneroso! También es una cosa honorable que la unión conyugal y el matrimonio en sí mismo estén exentos de mancha. Cuidemos de no causar a la Iglesia, mediante este exceso de rigor, más mal que bien. Pues no todos serán capaces, sin flaquear, de obligarse a dominar  sus pasiones, y más de una, entre las esposas de ésos, verá expuesta, sin duda, su castidad al peligro” (Cf. Historia eclesiástica (2 vols), 2a ed. revisada, BAC, Madrid 1997. PG 676, 101c, 102cb.).

En el año 386, el papa Siricio prohibió bajo decreto que los diáconos mantuvieran relaciones sexuales con sus esposas. En 567, el concilio de Tours prohibió la homosexualidad y ordenó a los obispos que se abstuvieran de mantener relaciones sexuales. En el siglo VII el concilio de Toledo “señaló la profesión de castidad de los clérigos como un acto obligatorio previo a la obtención de la parroquia”. Sin embargo, “la prohibición del matrimonio de los clérigos no tuvo éxito hasta 1074, cuando Gregorio VII […] consiguió que los fieles se negasen a asistir a las misas celebradas por sacerdotes casados”.

Los anteriores datos históricos demuestran que el celibato sacerdotal es una ley sin sustento bíblico, creada progresivamente por los papas católicos, quienes tienen la finalidad de preservar los bienes y propiedades de la Iglesia que, de otro modo, irían a parar por herencia a manos de esposas e hijos.


Por esta razón, no creo que el celibato se modifique para satisfacer la demanda de las 26 mujeres que sostienen relaciones secretas con sacerdotes católicas. 

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