Por Armando Maya Castro
El mes de mayo llegó y, con él,
una de las celebraciones más importantes del año: el Día de las Madres,
establecida en México allá por los años 1921-1922, cuando un obrero del diario Excélsior tuvo la idea de dedicar un día
para honrar a las madres. “Esta idea –escribe Luis Tinajero Portes, en su libro
Días Conmemorativos en la historia de
México– cundió entre los compañeros de trabajo y decidieron señalar el día
10 para la fiesta, día que coincidía con el de pago, y el mes escogido fue
mayo. Lo comentaron con el director Sr. Rafael Alducín quien aceptó con
entusiasmo, estableciendo concursos para premiar a las madres de familia más
"Prolíficas" y alguna llegó a ganar al tener hasta 25 hijos".
Me adelanto a escribir sobre
este tema porque en mi próxima entrega escribiré sobre una madre noble y sobresaliente,
cuyas virtudes gozan de mi admiración desde hace ya varias décadas. Pero no soy
el único que se adelanta en materia de festejos en honor de las madres. En el
Distrito Federal, el jefe de gobierno capitalino, Miguel Ángel Mancera, encabezó
un festejo adelantado con motivo del Día de las Madres, anunciando durante el mismo
un incremento salarial del 3% directo al salario base de las trabajadoras de la
administración capitalina.
Lamentablemente, no todas las madres
de México recibirán estos beneficios económicos, ni siquiera todas las que
viven en el Distrito Federal, mucho menos aquellas que viven en las zonas marginadas
de nuestro país, donde los programas de combate a la pobreza no llegan, y si
llegan sólo logran paliar los sufrimientos causados por el hambre y la salud
deficiente. En esos lugares, el sufrimiento de las madres es continuo y se
extiende a lo largo del año, incluido el 10 de mayo. Y sufren por ver la
precaria situación de sus hijos y por sentirse impotentes para remediar los problemas
y males que les aquejan.
Me referiré enseguida a los
demás factores que impiden que las madres de México tengan una celebración
pletórica de felicidad. Hasta hace algunos años, a las jefas de familia les
gustaba ser festejadas por sus hijos en lugares públicos. Lamentablemente, la
inseguridad actual ha extinguido ese anhelo en miles de ellas. Hoy prefieren
celebrar en casa porque estas mujeres viven contagiadas de la psicosis que
produce la violencia que despliega la delincuencia –organizada o no–, que suele
aparecer en cualquier punto de la ciudad y a cualquier hora, con
enfrentamientos prolongados y sangrientos.
El mejor regalo para esas
madres sería devolverles el entorno seguro en el que se acostumbraron a vivir
antes de que la violencia se instalara en cada rincón de nuestros pueblos y
ciudades; ese entorno que les permitía transitar y disfrutar sin temor por las
calles y lugares públicos, conviviendo alegremente con sus seres queridos.
Al escribir estas líneas estoy
pensando en las madres de Michoacán, de Tamaulipas y de los demás estados que están
siendo golpeados por esa violencia que hace acto de presencia en todas partes, atentando
contra la libertad y los derechos humanos, además de provocar severos daños,
sufrimiento y muerte.
Las madres de familia son
–junto con los padres–los seres más queridos en el ámbito familiar. La Biblia
establece que ambos merecen recibir honra de parte de sus hijos e hijas. El
apóstol Pablo calificó esta ordenanza como “el primer mandamiento con promesa”.
La promesa divina que acompaña la observancia de este mandamiento es: “para que
te vaya bien y tengas larga vida sobre la tierra”.
Lo ideal sería que las madres fueran
honradas los 365 días del año, tomando en cuenta su entrega constante y su
sacrificio desinteresado. Hace casi un año señalé en este mismo espacio que “la
idea de dedicar un día va bien cuando se trata de celebraciones marcadas en el
calendario por hechos gloriosos, por batallas libertarias, por sacrificios
sublimes, etcétera. En el caso que nos ocupa –escribí entonces– es obligado
señalar que las hazañas de una madre no se realizan de vez en cuando, sino a lo
largo de toda la vida, sin esperar jamás el reconocimiento de sus benefactores:
los hijos”.
Por lo que ellas son, y por
todo el amor que despliegan en todo momento y circunstancia, las madres de
México merecen recibir a lo largo del año –no sólo este diez de mayo– todo el cariño,
respeto y obediencia de parte de sus hijos. No creo equivocarme al afirmar que
quienes tienen a sus madres con vida desean para ellas un feliz festejo, libre
de temores y preocupaciones.
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