Por Armando Maya Castro
El 27
de marzo del año 380 d. C., el emperador Teodosio I promulga el Edicto de
Milán, que decreta el catolicismo como religión oficial del Imperio romano. En
dicho decreto, conocido también como "Cunctos Populos", el emperador
ordenaba: "Mandamos que todos los pueblos sujetos a nuestra autoridad
observen la religión que el apóstol Pedro anunció a los romanos, la religión
profesada por el pontífice Dámaso y el obispo Pedro de Alejandría" (José
Orlandis, La conversión de Europa al
cristianismo, Rialp, Madrid, 1988, p. 20).
Tras la
promulgación del citado edicto el poder de la Iglesia católica se extendió y la
intolerancia religiosa se incrementó a lo largo y ancho del imperio romano. En junio
de 391, Teodosio prohibió mediante otro decreto la apertura de los templos
paganos, así como la realización de sacrificios y cultos religiosos en honor de
los dioses de la antigua religión romana.
Las nuevas
disposiciones imperiales abrieron el camino para la destrucción y/o clausura de
los lugares de adoración que en la vigencia de la religión romana fueron dedicados
a la práctica del culto pagano. A partir de los edictos de Teodosio a favor del
catolicismo, la religión pagana de la antigua Roma se convirtió en un delito de
Estado y comenzó a practicarse –por temor a los severos castigos que se
imponían a los no católicos– en la más absoluta clandestinidad. Los adoratorios
que no fueron demolidos comenzaron a ser utilizados en actividades de carácter
secular.
La
antigua religión romana comenzó a perder algunos de sus privilegios en junio del
año 313. En esa fecha, el emperador Constantino el Grande firmó con el tetrarca
Licinio el Edicto de Milán, en el que los dirigentes de los imperios romanos de
Occidente y Oriente proclamaron: "Habiendo advertido hace ya mucho tiempo
que no debe ser cohibida la libertad de religión, sino que ha de permitirse al
arbitrio y libertad de cada cual se ejercite en las cosas divinas conforme al
parecer de su alma, hemos sancionado que, tanto todos los demás, cuanto los
cristianos, conserven la fe y observancia de su secta y religión [...] A los
cristianos y a todos los demás se les conceda libre facultad de seguir la
religión que a bien tengan; a fin de que quienquiera que fuere el numen divino
y celestial pueda ser propicio a nosotros y a todos los que viven bajo nuestro
imperio. Así, pues, hemos promulgado con saludable y rectísimo criterio esta
nuestra voluntad, para que a ninguno se niegue en absoluto la licencia de
seguir o elegir la observancia y religión cristiana. Antes bien sea lícito a
cada uno dedicar su alma a aquella religión que estimare convenirle" (Juan
Carlos Rivera Quintana, Breve Historia de
Carlomagno y el Sacro Imperio Romano Germánico, Nowtilus, Madrid, 2009, p.
21).
¿Fue
éste en realidad un edicto de tolerancia? Diversos autores sostienen que no. Y
no lo fue porque a partir de su promulgación se otorgó a la Iglesia católica
–por encima de las demás religiones– una serie de prerrogativas y privilegios
especiales. Al respecto, Edward Gibbon escribe en su obra Historia de la decadencia y caída del Imperio Romano: "El
edicto de Milán, la gran cédula de la tolerancia, había confirmado a todo
individuo del mundo romano el privilegio de elegir y profesar su propia
religión. Pero este inestimable privilegio pronto fue violado: con el
conocimiento de la verdad el emperador asimiló las máximas de la persecución, y
las sectas que discrepaban de la Iglesia católica fueron acosadas y oprimidas
por el triunfo del cristianismo".
La
historia demuestra que Constantino y Teodosio se dedicaron –cada uno en su
tiempo y gestión– a favorecer a la Iglesia católica. El escritor Manolo García
Álvarez sostiene que Teodosio creó la figura del hereje y decretó que “el
propio Estado debía ocuparse de hacer cumplir la voluntad celestial. Esto es,
instauraba el principio por el cual el Estado actuaba en nombre de la Iglesia.
Si con Constantino la Iglesia se había romanizado, con Teodosio el Estado se
cristianizaba. La Edad Media había comenzado".
Y ya
que el autor antes mencionado nos sitúa en el medievo, aprovecho para evocar
los excesos que en ese tiempo se cometieron en nombre de la fe y la religión. Me
refiero, evidentemente, a la inquisición, a las cruzadas, al antisemitismo y a muchas
otras prácticas que hicieron de la Edad Media un periodo de crueldad, oscurantismo,
intolerancia religiosa y tiranía papal.
Lamentablemente,
después de mil seiscientos treinta y cuatro años de la promulgación del Edicto
de Tesalónica, la intolerancia religiosa sigue generando lamentables episodios
en varios países del mundo. Aunque la Edad Media pertenece a un pasado distante
que no volverá, la intolerancia que inauguraron Constantino y Teodosio sigue ocasionando
segregación, dolor y muerte en varios países de la tierra, incluido nuestro
querido México.
Twitter: @armayacastro
Hola Armando,
ResponderEliminarmuy bueno el artículo, acabo de encontrarlo por casualidad.
Un saludo y gracias por la mención.