sábado, 15 de marzo de 2014

ANA FRANK, LA VÍCTIMA MÁS CONOCIDA DEL ANTISEMITISMO

Por Armando Maya Castro
A sesenta y nueve años de su muerte, Ana Frank sigue siendo leída por millones de seres humanos. Su obra sigue denunciando la crueldad del nazismo, al tiempo de crear conciencia sobre las prácticas inhumanas que jamás se deben repetir

El pasado jueves se cumplieron 69 años del fallecimiento de Annelies Marie Frank Hollander, conocida mundialmente desde la publicación de su famoso diario, en el que relata la historia de más de dos años de encierro que vivió junto a su familia durante la ocupación nazi en Holanda.

Ana Frank, como todo mundo la conoce, nació en Frankfurt, Alemania, el 12 de junio de 1929. Cuando los nazis comenzaron a perseguir judíos, la familia de la adolescente se exilió en Ámsterdam. Su escondite –al que tiempo después  llegó la familia Van Daan– fue la parte trasera de una casa oculta por una estantería giratoria.

El 4 de agosto de 1944, los ocho ocupantes de ese refugio fueron arrestados por la Grüne Polizei, la policía auxiliar holandesa que por aquellos años comenzó a practicar “razzias” (redadas) en algunas áreas de las ciudades importantes como Ámsterdam, obligando a los judíos a salir de sus casas. La adolescente murió de tifoidea el 12 de marzo de 1945, en el campo de concentración de Bergen-Belsen, cuando tenía 15 años de edad.

La angustia de esta adolescente y de sus familiares fue experimentada por varias familias judías de la época, las cuales buscaban ponerse fuera del alcance de la brutalidad nazi, causante de la muerte de poco más de 6 millones de judíos durante la segunda guerra mundial.

El escritor Carlos Golberg relata que las dos familias “fueron desmembradas y enviadas a distintos campos de concentración. El diario, con sus hojas desparramadas por el piso, fue recuperado y guardado por dos de los fieles holandeses que habían protegido a los Frank, pero nadie pudo evitar que Ana fuera enviada a Auschwitz el 2 de septiembre de 1944. Luego los prisioneros fueron separados por sexo, y Ana no volvió a ver nunca más a su padre". El autor antes mencionado nos dice que Ana "fue apartada del grupo destinado a ser ejecutado, siendo forzada a desnudarse para ser desinfectada. Le raparon el cabello y le tatuaron una cifra, para clasificarla y demostrarle que, a despecho de su diario y de sus sueños, que eran los de cualquier muchacha de la época, para los profetas del odio no era más que un número" (Carlos Golberg, Cazando hienas: Simón Wiesenthal, el Mossad y los crminales de guerra, Lectorum, 2010, México, D. F., p. 109).

El antisemitismo, definido como el “conjunto de sentimientos, prejuicios, ideologías y prácticas xenófobas contra los judíos”, cometió sus primeros excesos en el siglo IV de nuestra era, luego de que el catolicismo fuera oficializado como religión del Imperio romano. Esta oficialización comenzó a gestarse con el Edicto de Milán, promulgado por Constantino y el coemperador Licinio, en 313 d. C., y se consumó con el Edicto de Tesalónica, promulgado por el emperador Teodosio, el 28 de febrero de 380.

¿Practicaron los primitivos cristianos alguna forma de antisemitismo? La respuesta a esta interrogante es no. En el auténtico cristianismo, fundado por Jesucristo y difundido por él y sus apóstoles en los siglos I y II de nuestra era, nunca se presentaron sentimientos ni prácticas antijudías. En el Nuevo Testamento no se encuentran expresiones que estimulen el rencor hacia el pueblo judío, al que pertenecían Jesús de Nazaret y sus apóstoles.

¿Cuál es, entonces, el origen de estos sentimientos? Para algunos autores, el antisemitismo comienza en el año 150 d. C., cuando Melito habla de la muerte del Señor Jesús en los siguientes términos: “Dios ha sido asesinado, el Rey de Israel fue muerto por una mano israelita”. El también obispo de Sardis se apoyaba en un texto del Evangelio de Mateo, donde los judíos, en referencia al sacrificio del Hijo de Dios, expresaron: “Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos”. La incorrecta interpretación de este texto de la Biblia dio origen a las persecuciones que amargaron la vida de los judíos por más de 18 siglos.

Durante las cruzadas –la  primera de las cuales fue convocada por el papa Urbano II, en 1095– esta animadversión creció tanto que, al pasar los cruzados por los pueblos y ciudades donde vivían judíos, descargaban contra ellos su furor y los asesinaban con crueldad excesiva. Simón Wiesenthal, el “cazanazis” austriaco de origen judío, refiere en El libro de la memoria judía: calendario de un martirologio: “Los judíos soportan lo que llamamos antisemitismo, desde hace más de dos mil años, desde que fueron echados o deportados del país que les pertenecía”. Wiesenthal, que logró sobrevivir al Holocausto nazi, asegura que “la persecución de los judíos fue siempre dirigida por los cristianos, primero por la Iglesia católica romana, luego por la Iglesia ortodoxa”.

El teólogo Juan Crisóstomo –autor de ocho homilías contra los judíos– inventó la noción de culpabilidad que responsabiliza a la nación judía de la muerte del Señor  Jesús. Los llamó “judíos deicidas” (asesinos de Cristo), “una maliciosa etiqueta de la que los judíos nunca pudieron escapar”, afirma el escritor John Hagee. Los clérigos antes mencionados nunca imaginaron que su errada interpretación de las Sagradas Escrituras iba a ser la causa de millones de crímenes, sobre todo en la vigencia del holocausto nazi, en el marco del cual se produjo el fallecimiento de Ana Frank, cuyo aniversario luctuoso inspiró mi columna de hoy. 


Twitter: @armayacastro



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