Por Armando Maya Castro
La
semana anterior a navidad la gente compartía comida y bebida en las posadas,
fiestas populares que se efectúan cada año del 16 al 24 de diciembre. Se
realizan supuestamente en memoria del "peregrinaje de María y José desde
su salida de Nazaret hasta Belén, donde buscan un lugar para alojarse y esperar
el nacimiento del niño Jesús".
Al
término de las posadas llegó la navidad con toda su parafernalia: adornos,
foquitos, regalos, cenas, buenos deseos, etcétera. Antes de esta festividad de
origen católico, la gente le restó importancia a sus problemas económicos y se
dedicó a comprar para regalarse y participar en el intercambio de regalos,
práctica noble que debería realizarse conforme a nuestras posibilidades.
La
gente tiene en puerta un motivo más de celebración: la llegada del 2014, en el
transcurso del cual seguiremos teniendo serios problemas económicos, más allá
de los cálculos de los expertos en economía y de las virtudes que se le
atribuyen a las llamadas reformas estructurales, en particular a la energética.
Nuestra
sociedad, hay que reconocerlo, es una sociedad consumista, que no se limita a felicitar
y desear buenas cosas a sus familiares y amigos en una época como esta. Somos,
además, una sociedad sin cultura del ahorro, que cede fácilmente al ofrecimiento
de préstamos especiales que los bancos suelen hacernos desde la última semana
de noviembre.
Lamentablemente,
la televisión y los demás medios de comunicación deslumbran y convencen a la gente
que quiere vivir por encima de sus posibilidades, haciéndole creer que una
navidad feliz solo puede ser posible con una buena cena y con regalos costosos.
La
costumbre de tener mucho y de recibir cada vez más es algo característico de la
gente de hoy, cuyo objetivo principal es tener más para disfrutar más, aunque a
veces esto termine complicándole la existencia.
Pese
a nuestras manifiestas limitaciones económicas, tenemos la inclinación de
adquirir irracionalmente para deslumbrar a las personas que nos rodean,
pensando –sin ningún sustento– que lo importante en la vida es tener, viajar,
disfrutar, ganar, etcétera.
Esta
costumbre nos ha llevado a convertir las fechas festivas de nuestro calendario
en oportunidades para el derroche y el consumismo, prácticas que nos convierten
en víctimas recurrentes de las estrategias de mercadotecnia, tan de moda en
nuestro tiempo.
Así
lo demuestra el inquieto transitar de los buscadores de novedades y gangas que
al término de las festividades navideñas y de fin de año resultan seriamente
afectados por fuertes síndromes depresivos, ansiedad, angustia, estrés y
fatiga, resultado de haber dilapidado, sin control ni perspectiva, el
patrimonio personal.
El
15 de enero del presente año, Lucía Amelia Ledezma, psicóloga clínica del
Centro Médico Nacional 20 de Noviembre, del ISSSTE, explicó la manera en que
nos afectan emocionalmente los gastos decembrinos y la llamada cuesta de enero:
“El componente ansioso se eleva, dado que se incrementan también los gastos de
enero. Las presiones que se van añadiendo pueden incrementar la sintomatología
tanto ansiosa como depresiva en las personas".
El
asunto es que diciembre es un mes que trae consigo importantes ingresos como el
aguinaldo, que proporciona euforia en quienes se saben poseedores de un poder
adquisitivo que los expone al consumismo. El problema se presenta con la
llegada de enero, mes en el que muchos consumistas caen en angustia al sentirse
incapaces de cubrir sus expectativas personales o familiares.
Estos
problemas podrían evitarse siendo cautos al gastar. Se evitarían también pensando
que tras la recepción del aguinaldo llegará enero y, con él, el alza
tradicional en los precios de los productos de la canasta familiar, así como el
pago de las compras decembrinas, la luz, la renta y el teléfono.
Ojalá
fuera diferente, pero tenemos que admitir que la celebración del año nuevo
viene también de la mano de una connotación consumista, ya que la gente ha
olvidado que una ocasión tan especial es mucho más que cena, brindis, dádivas y
regalos.
Me
uno al sentir de quienes consideran este acontecimiento como la ocasión
propicia para reflexionar seriamente en lo que hicimos o dejamos de hacer
durante el año. Nada justifica la omisión de un balance de esta naturaleza, que
nos indique si hubo avances a retrocesos en lo personal, familiar y laboral.
Todas
las personas, incluso aquellas que carecen de poder adquisitivo para comprar
presentes en esta temporada, tenemos la capacidad de dar amor, virtud que
proporciona cosas reales e imperecederas; cosas mucho más valiosas que las que se
adquieren en los establecimientos comerciales. Estará de acuerdo conmigo que
las cosas materiales son transitorias y perecederas, mientras que el amor –como
dijera el Apóstol Pablo– nunca deja de ser.
Aprovecho
este espacio para desear a mis lectores un feliz y próspero año nuevo.
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