Por Armando Maya Castro
El pasado mes de julio, el
Comité sobre los Derechos del Niño de la ONU (CDN) planteó al Vaticano una
lista de preguntas duras sobre abusos contra niños por parte de clérigos de la
Iglesia católica, estableciendo como plazo el 1° de noviembre para una respuesta.
Hace apenas tres días el
Vaticano negó al CDN la información que le solicitó, argumentando que los casos
de pederastia son responsabilidad del sistema judicial de los países en que se
registraron y no están bajo su control directo.
Dos días después, el papa
Francisco dispuso la creación de una comisión de expertos que lo asesore sobre
el abuso sexual en el clero, buscando tres cosas en concreto:
1. Proteger
a los niños de los sacerdotes pederastas.
2. Mejorar
el examen de quienes aspiran al sacerdocio, y,
3. Ayudar
a las víctimas.
Mientras que la Conferencia del
Episcopado Mexicano celebraba el pasado jueves el anuncio del Vaticano respecto
a la creación del mencionado comité, los Legionarios de Cristo reconocían
públicamente que en los últimos 18 años, 35 de sus sacerdotes recibieron
acusaciones de haber cometido abusos sexuales contra menores y nueve de esos
curas fueron hallados culpables.
Según el informe de Sylvester
Heereman, vicario general de dicha congregación, entre los depredadores
sexuales pertenecientes a la Legión figuran dos altos cargos de la Legión, así
como el extinto Marcial Maciel Degollado, quien fundó –el 3 de enero de 1941– la
orden de los Misioneros del Sagrado Corazón y la Virgen de Dolores, nombre
original de la Legión de Cristo.
El problema es que cada uno de
los abusos sexuales cometidos por los legionarios pedófilos fueron juzgados por
la justicia canónica, que históricamente ha tratado estos delitos como si
fueran deslices que se remedian con rezos y con la penitencia impuesta por la
Iglesia romana. Este “modus operandi” sólo ha logrado que crezca el deterioro
de la Iglesia católica y que los delincuentes con sotana permanezcan en la
impunidad y sigan siendo un peligro latente para los menores de edad.
Es obligado aclarar que este trato
se le ha dado a la pederastia no sólo al interior de la Legión, sino en todas
las órdenes y congregaciones católicas, cerrando los ojos a una realidad
irrebatible: la pederastia, aparte de ser un pecado, es un delito que debe ser
sancionado con todo el rigor de la ley.
El optimismo de no pocas
personas las ha llevado a pensar que con el papa Francisco las cosas serán
distintas a como fueron con Juan Pablo II y Benedicto XVI, en cuyos
pontificados abundaron las denuncias de organizaciones y personas por el
encubrimiento de la jerarquía católica y la poca respuesta de ésta a los casos
de pederastia clerical.
El gran problema del papa
Francisco es su incongruencia en el discurso. Por un lado endurece las
sanciones y decreta “tolerancia cero” contra los sacerdotes pederastas, y por
otro lado mantiene en pie el proyecto de canonizar a Juan Pablo II por la vía
del “fast track”, es decir, con celeridad e ignorando las voces que señalan a
Karol Wojtyla como el principal protector de Marcial Maciel, cuya culpabilidad
ha sido aceptada por el Vaticano y ahora por los Legionarios de Cristo.
La “santidad” de Juan Pablo II ha
sido defendida por la mayoría de los obispos católicos, entre ellos el cardenal
Stanislaw Dziwisz, arzobispo de Cracovia (Polonia),
quien se desempeñó por décadas como secretario personal del futuro santo de la
Iglesia católica. Dziwisz ha asegurado en repetidas ocasiones que el papa Juan
Pablo II nunca supo la verdad sobre la vida inmoral del fundador de la Legión.
Es más, se atrevió a decir que ni enterado estaba de los rumores que corrían y que
fueron hechos públicos por diversos diarios y revistas, los que seguramente
Wojtyla no leía.
Esta declaración y las demás
que se han hecho en el mismo sentido contradicen lo que las víctimas de Maciel
han señalado en distintas ocasiones: Juan Pablo II sí sabía quién era el
legionario mayor, y a pesar de conocer las evidencias lo protegió, lo bendijo y
lo honró, calificándolo públicamente como “modelo cristiano para la juventud”.
Concluyo mi columna recordando
a mis lectores la carta abierta que ocho
ex Legionarios de Cristo enviaron a Juan Pablo II en noviembre de 1997. En
dicho documento declaraban al papa “la terrible y dolorosa verdad del oscuro
mal oculto (…) durante más de cuatro décadas, acerca de la encubierta conducta
inmoral del mismo fundador y superior general de la Legión de Cristo, el Padre
Marcial Maciel Degollado”. Ante esta prueba, insistir en la tesis de que
Wojtyla ignoraba la doble moral de Maciel es un claro intento de encubrir al
papa que encubrió los delitos de éste y de varios curas pederastas.
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