Por Armando Maya Castro
Pietro Parolin, quien
asumirá el próximo 15 de octubre el cargo de Secretario de Estado Vaticano,
declaró el pasado 11 de septiembre a un periódico venezolano que el celibato
“no es un dogma de la Iglesia”, sino un precepto que puede ser discutido.
Mucho antes de la
declaración de Parolin, un grupo de sacerdotes católicos de Austria llamó a desobedecer
principios de la Iglesia como el celibato y la prohibición de mujeres en el
sacerdocio. Esto motivó una respuesta del entonces papa Benedicto XVI a favor
de la milenaria postura vaticana sobre ambos temas.
Antes de esta rebelión de clérigos
austriacos, 144 profesores de teología de Alemania, Austria y Suiza exigieron a
la Iglesia Católica "profundas reformas" para hacer frente a la
"crisis sin precedentes" que sufre tras los escándalos sexuales.
En 2010, esta demanda fue
hecha incluso por mujeres italianas que han mantenido o mantienen relaciones
amorosas con sacerdotes. Un grupo de ellas escribió a Benedicto XVI asegurando
que sus amantes servirían mejor en el ministerio si estuvieran casados.
La declaración de Parolin es
cierta: el celibato no es un dogma, nunca lo ha sido ni creo que llegue a
serlo. Si tuviera el carácter de dogma sería irreformable y, por lo tanto, no
podría discutirse. Ahora bien, el que dicha norma pueda discutirse no significa
que el papa esté considerando abolir el celibato como condición para la
ordenación sacerdotal.
Hay voces que no comparten los
argumentos de los sacerdotes y teólogos que piensan que los casos de pederastia
clerical terminarían si el celibato sacerdotal se aboliera. Una de esas voces
es la del doctor Roberto Blancarte, quien al escribir sobre el tema señaló que
es un grave error creer que la eliminación de la obligatoriedad del celibato acabaría
con la pedofilia. Al abundar sobre este punto, el especialista en sociología de
la religión, explicó: “…es bien sabido que “buena parte de los pederastas son
hombres casados y con hijos, los cuales son muchas veces las propias víctimas
de sus padres (recordemos al famoso criminal Marcial Maciel)” (Cf. Milenio, 17
de septiembre de 2013).
El celibato sacerdotal no fue impuesto como
norma a los ministros de la Iglesia primitiva. En los evangelios no hay ninguna
referencia que indique que Jesús haya exigido a sus apóstoles ser célibes. Lo
que sí hay son varios textos que demuestran que la Iglesia primitiva no conocía
el celibato: la mayoría de los apóstoles eran casados, y ellos mismos enseñaron
que los aspirantes al obispado y al diaconado debían ser casados: “Si alguno
anhela obispado, buena obra desea. Pero es necesario que el obispo sea
irreprensible, marido de una sola mujer…” (1 Timoteo 3:1). Enseguida, añade:
“Que gobierne bien su casa, que tenga a sus hijos en sujeción con toda
honestidad porque el que no sabe gobernar su propia casa, ¿cómo cuidará de la Iglesia de Dios?” (1 Timoteo 3:4-5).
Antes de Cristo, a los
hombres que ejercieron el sacerdocio se les ordenó: “Con mujer ramera o infame
no se casarán, ni con mujer repudiada de su marido; porque el sacerdote es
santo a su Dios” (Levítico 21:7). A ninguno de ellos se le impuso como norma el
celibato, sino la obligación de casarse con una mujer virgen.
Si no fue en el siglo I de
nuestra Era, ¿dónde y cómo comenzó a desarrollarse el celibato sacerdotal? Los
orígenes de esta norma católica se remontan a los siglos III y IV. Se declaró
obligatorio para los presbíteros, diáconos y clérigos en el concilio de Elvira,
celebrado en el año 306 de nuestra era. Tiempo después (313), el concilio de
Arlés "recomendó" a los sacerdotes no cohabitar con sus esposas
"porque están ocupados en un ministerio cotidiano", amenazando con
deponer del honor clerical a quienes actuaran contra esta constitución.
El concilio de Nicea (325)
rechazó el celibato. En plena asamblea conciliar, Pafnucio levantó la voz
dirigiéndose a los obispos: "¡No impongamos a los hombres consagrados un
yugo oneroso! También es una cosa honorable que la unión conyugal y el
matrimonio en sí mismo estén exentos de mancha. Cuidemos de no causar a la
Iglesia, mediante este exceso de rigor, más mal que bien. Pues no todos serán
capaces, sin flaquear, de obligarse a dominar
sus pasiones, y más de una, entre las esposas de ésos, verá expuesta,
sin duda, su castidad al peligro” [Cf. Historia eclesiástica (2 vols), 2a ed.
revisada, BAC, Madrid 1997. PG 676, 101c, 102cb.].
En el año 386, el papa
Siricio prohibió bajo decreto que los diáconos mantuvieran relaciones sexuales
con sus esposas. En 567, el concilio de Tours prohibió la homosexualidad y
ordenó a los obispos que se abstuvieran de mantener relaciones sexuales. En el
siglo VII el concilio de Toledo “señaló la profesión de castidad de los
clérigos como un acto obligatorio previo a la obtención de la parroquia”. Sin
embargo, “la prohibición del matrimonio de los clérigos no tuvo éxito hasta
1074, cuando Gregorio VII […] consiguió que los fieles se negasen a asistir a
las misas celebradas por sacerdotes casados”.
Estos datos históricos
demuestran fehacientemente que el celibato sacerdotal es una ley sin sustento
bíblico, creada progresivamente por los papas católicos, quienes tienen la
finalidad de preservar los bienes y propiedades de la Iglesia que, de otro
modo, irían a parar por herencia a manos de esposas e hijos.
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