Por Armando Maya Castro
Este
viernes se llevó a cabo en el Auditorio del Hospital Siloé, fundado por el
Doctor Samuel Joaquín Flores, Director Internacional de la Iglesia La Luz del
Mundo, la "Mesa de Consulta Ciudadana", cuyo objetivo principal es enriquecer
la iniciativa de Ley de Atención a Víctimas del Delito del Estado de Jalisco
con las propuestas y observaciones de la ciudadanía y los especialistas en la
materia.
El
foro de consulta, que fue organizado y moderado por el diputado José Trinidad
Padilla López, se desarrolló sin la presencia del promotor de la iniciativa en
cuestión, el diputado Jaime Prieto Pérez, quien ha señalado en otros foros que
dicha iniciativa plantea la atención integral de las víctimas por parte del Estado.
Este legislador ha dicho también que la iniciativa, cuya aprobación pretende
lograrse antes del 15 de diciembre, exige la coordinación entre poderes,
ayuntamientos y organismos públicos descentralizados.
Para
que el estado de Jalisco cuente con una ley que brinde atención y protección a
todas las víctimas del delito, es necesario incorporar a las víctimas que están
quedando fuera. Me refiero a quienes sufren en carne propia el bullying,
maltrato premeditado y continuo que reciben los menores de edad, ya sea físico,
moral o psicológico. Declaraciones del diputado promotor de la iniciativa
indican que éstos sí serán tomados en cuenta en la Ley de Atención a Víctimas
de Jalisco. Es más, la diputada del PRI, Idolina Cosío Gaona, anunció que este
sábado (hoy) se llevará a cabo un foro de Consulta Ciudadana sobre el bullying,
contando con la participación de víctimas de violencia escolar, padres,
autoridades y especialistas en el tema.
Las
que no están contempladas son las víctimas de la intolerancia religiosa, algunas
de las cuales han llegado a ser obligadas a abandonar sus lugares de origen al
estar en peligro su integridad física. El caso al que enseguida me referiré tuvo
lugar en el estado de Jalisco. El 9 de agosto de 2002, la Comisión Nacional de
Derechos Humanos (CNDH) recibió una queja suscrita por el pastor Arturo Farela
Gutiérrez, solicitando la intervención de este organismo “a fin de evitar la
expulsión y comisión de ilícitos en perjuicio de la feligresía de la comunidad
de Pedernales de Santa Catarina, municipio de Mezquitic, Jalisco, ya que el
pastor Paulino Ávila de la Cruz le mencionó que el 2 de agosto del mismo año se
había realizado una Asamblea Comunal en esa comunidad y las autoridades huicholes
tradicionales acordaron otorgar a Paulino Ávila de la Cruz y a todos los
feligreses de su congregación el término de 10 días para que abandonaran la
comunidad, ya que, de lo contrario, serían expulsados con uso de violencia y
quemarían sus casas, en virtud de sus creencias religiosas”.
¿En
qué culminó este lamentable caso de intolerancia religiosa? “El 12 de agosto de
2002 se vieron obligados a abandonar la comunidad por las agresiones de que
fueron objeto, y ante el temor de ser expulsados violentamente, se
establecieron en la comunidad de Tenzompa, municipio de Huejuquilla El Alto,
Jalisco”. La CNDH determinó que fueron “vulnerados los Derechos Humanos de los
agraviados indígenas huicholes practicantes de la religión evangélica, por un
indebido ejercicio de la función pública e indebida procuración de justicia por
servidores públicos del Gobierno del estado de Jalisco, así como de la
Presidencia Municipal de Mezquitic, Jalisco”. Lo anterior está documentado en
la recomendación número 062/2004, de la CNDH, dirigida al gobierno jalisciense.
Obligados
por las circunstancias, las familias agredidas se refugiaron en Tenzompa, donde
comenzaron a vivir en condiciones infrahumanas y con muchas carencias.
Eleuterio González, a la sazón delegado de Tenzompa, declaró a El Informador: “están
muy pobres, viven en corrales, algunos se los prestaron, pero otros pagan
renta”.
Pero
esto no era nada comparado con lo que les esperaba en Tenzompa, donde comenzaron
a sufrir los estragos de la intolerancia religiosa, pues en ese lugar la
feligresía evangélica huichol no era vista con agrado. Observe usted lo que declaró
el delegado de la comunidad al diario jalisciense antes mencionado: “La gente
de aquí no los quiere, porque son evangelistas y el padre dice que luego van a venir más a tratar de cambiar de religión a
los de aquí. Estas declaraciones dejan en claro que la animadversión de los
habitantes de esa localidad se debía, en buena medida, a los intolerantes
comentarios del cura local.
Está
también el caso en agravio de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, expulsada
en 2005 de la comunidad de San Sebastián Teponauaxtlán. Por este caso, la CNDH emitió
la recomendación 07/2008, instruyendo al gobernador Emilio González Márquez a
realizar capacitaciones sobre tolerancia religiosa y mesas de diálogo en las
comunidades, y que se cubran las necesidades básicas de los desplazados. Estará
de acuerdo conmigo, estimado lector, que la intolerancia y discriminación
religiosa deberían ser tipificados como delitos. Esto permitiría que quienes
sufren los embates de los fenómenos antes mencionados sean amparados por la
iniciativa de ley que pretende proteger a las víctimas del delito.
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