Por Armando Maya Castro
Son verdaderamente
preocupantes las reacciones que la diversidad religiosa genera en México y en
el mundo. En distintas partes de la tierra puede observarse que el surgimiento
y crecimiento de los grupos religiosos numéricamente minoritarios genera
actitudes de rechazo e intolerancia de parte de las religiones dominantes,
interesadas en conservar monopolios y privilegios, así como su posición de
supremacía religiosa.
La falta de respeto y
aceptación a la pluralidad religiosa por parte de las religiones hegemónicas
como el catolicismo, hinduismo, budismo e islamismo, ha dado origen a
innumerables actos de discriminación e intolerancia por motivos de religión,
males que es necesario erradicar de nuestro mundo y de nuestro entorno con la
fuerza de la ley.
Lamentablemente, los autores
de estos absurdos e injustificables actos de intolerancia agreden física,
verbal y sicológicamente a las personas y grupos que discrepan de su forma de
pensar y creer, convirtiéndolas en blanco de sus ataques. Estoy hablando,
evidentemente, de los fanáticos intolerantes que viven a lo largo y ancho del
mundo, atropellando en nombre de un Dios o de una religión los derechos humanos
de los integrantes de las demás religiones.
La intolerancia religiosa se
manifiesta en acciones crueles, como las que sufre actualmente un grupo de evangélicos
de San Juan Bautista Cuicatlán, Oaxaca, a quienes los católicos de dicha
comunidad amenazaron con cortarles el suministro de agua para sus cultivos por
negarse a cooperar con las fiestas del “santo patrono” de la localidad. Samuel
Sánchez Mazas, director general de la
asociación religiosa “Más que Vencedores”, señaló que al suspender el abasto de
agua para cultivos, las familias evangélicas no podrán sembrar y cosechar sus
campos, por lo que el problema es “grave” si se toma en cuenta que subsisten de
la agricultura de autoconsumo.
Casos como estos abundan en
los estados de Oaxaca, Chiapas y Puebla, pero también en países como Nigeria,
Irak, Egipto, Somalia, etcétera, en donde los grupos católicos minoritarios han
sido perseguidos con crueldad extrema por la mayoría musulmana. En estos y en muchas otras naciones del mundo,
la intolerancia religiosa es un problema vivo y lacerante, un problema que
reclama urgente solución.
La intolerancia religiosa,
aparte de generar asesinatos, injurias, saqueos, golpizas salvajes, despojo de
tierra, expulsiones masivas, destrucción de templos, etcétera, se manifiesta
también en epítetos utilizados en sentido despreciativo para criticar a ciertos
grupos religiosos, atentando así contra los derechos humanos de los integrantes
de las minorías religiosas. Entre los calificativos que más prefieren los
intransigentes en cuestión se halla el término secta, utilizado para
descalificar a la pluralidad religiosa. Esta palabra, que en el léxico popular
ha adquirido una connotación peyorativa, de burla y menosprecio, se emplea para
denostar a los grupos religiosos minoritarios.
Este término es utilizado
también en el Islam. En el contexto de esta religión, “el término ‘secta’ se puede usar en un sentido
clásico para referirse a pequeños grupos que abrigan ideas teológicas
particulares que se desvían de la norma general; también se puede emplear este
término con el sentido habitual en las modernas lenguas occidentales de
‘denominación disidente’ o ‘grupo cismático que sostiene una doctrina
particular’, aplicado al caso del Islam” (Seyeed Hossein Nasr, El Corazón del
Islam, Kairos, S.A., Barcelona, 2007, p. 93).
El monitoreo diario de las noticias
de índole religioso me he permitido conocer la cantidad y gravedad de los casos
de intolerancia religiosa. Esto me lleva a asegurar, sin temor a equivocarme,
que se trata de un problema altamente preocupante, que exige que todos los
sectores de la sociedad se involucren y unifiquen esfuerzos. El involucramiento
de todos es fundamental si queremos ser parte del robustecimiento de la
libertad religiosa y de la reducción de los casos de intolerancia y
discriminación religiosa.
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