Por Armando Maya Castro
Las declaraciones de Luis Felipe Puente,
coordinador de Protección Civil de la Secretaría de Gobernación, en el sentido
de que la corrupción y la ineficiencia "construyeron" la tragedia que
en estos momentos vive Guerrero, nos confirman que este flagelo sigue teniendo
presencia activa y dañina en México. El gobernador Ángel Aguirre declaró que todo
apunta que hubo corrupción, y que el gobierno a su cargo recopila información
que le permita saber qué exservidores públicos otorgaron permisos (a cambio de
mordidas) para edificar viviendas de interés social en zonas inapropiadas.
Lamentablemente, hasta ahora el combate a la
corrupción ha sido estéril. No han logrado acabar con ella las leyes que se han
promulgado con el propósito de erradicarla de nuestro entorno. Tampoco han
podido debilitarla los procesos seguidos a los funcionarios que han sido
acusados de corrupción, ni las acciones y medidas que se han implementado contra
este complejo fenómeno.
Los mexicanos sabemos perfectamente bien que
la corrupción no es un mal de nuestro tiempo. Estamos ciertos que este mal
social se remonta a los primeros años del México colonial, cuando el rey de
España, Carlos V, brindó beneficios como las “encomiendas” a determinados
conquistadores. La encomienda consistía en la asignación, por parte del rey, de
cierta cantidad de indios a un encomendero. El deber de éste era instruirlos en
el catolicismo y enseñarles el castellano. Un encomendero no podía separar a
los aborígenes de sus familias, ni venderlos ni negociarlos, como se hacía con
los demás esclavos de la época.
Los abusos en agravio de los indios por parte
de los encomenderos eran cotidianos. Sobresalía entre estos ultrajes el cobro excesivo
de tributos, sin ofrecer nada a cambio. Cuando Bartolomé de las Casas denunció esta
arbitrariedad, la Corona española decidió convertir la encomienda en un
privilegio que la beneficiara únicamente a ella.
Respecto a la corrupción imperante en ese
tiempo, Guillermo Céspedes del Castillo, en su libro América Hispánica,
1492-1898, señala: "Abusos y corrupción existieron a todos los niveles de
la administración de los indios, pero justo es reconocer que los problemas de
esta fueron cada vez más serios a partir
de 1550...".
De entonces a la fecha, han pasado más de 500
años, a través de los cuales la corrupción ha seguido creciendo hasta alcanzar
niveles altamente preocupantes. A lo largo de esos años, varias generaciones de
mexicanos han sido testigos del severo daño que este mal endémico le ha
ocasionado a nuestra economía, lo mismo que a nuestra vida pública, privada y
social.
En las últimas décadas, los mexicanos hemos
presenciado anomalías administrativas en gobiernos emanados de distintos
partidos políticos. Estas prácticas inmorales, aparte de perjudicar seriamente
la confianza de la ciudadanía en sus gobernantes, debilitan las instituciones
políticas y económicas. En algunos casos, los actos de corrupción han llegado a
facilitar la obra devastadora de la naturaleza. Los mejores ejemplos: el
terremoto del 19 de septiembre de 1985, y el paso de la tormenta tropical “Manuel””,
que afectó seriamente a los habitantes de Guerrero.
El combate a la corrupción debe continuar, teniendo
como finalidad acabar con todas y cada una de sus modalidades delictivas, incluida
la más común de todas: la mordida, práctica que involucra al ciudadano que
ofrece pequeñas sumas de dinero a los policías a cambio de ignorar las
infracciones de tránsito, como a los agentes que las reciben, que muchas veces
son quienes las piden. Con esta práctica no sólo se esquivan multas, sino
también detenciones y traslados al corralón.
La mordida hace acto de presencia cuando se
trata de agilizar trámites; es útil para modificar expedientes, brincarse las
colas, etcétera. En casos mayores, es obligado “ponerse a mano” mediante un
pago extra para esquivar exigencias y requisitos en los trámites. Tanto arraigo tiene esta práctica en nuestro
país, que para muchas personas es sólo un método práctico de obtener el
beneficio anhelado, no una práctica ilegal.
Pero la mordida es un mal que no se limita a
los ámbitos antes mencionados. Existen políticos que la practican afectando
seriamente la economía del país y, en consecuencia, el bienestar de la
ciudadanía. Me refiero a esos funcionarios públicos de alto nivel que, por una
fuerte suma de dinero, han llegado a facilitar la venta de un bien público a un
costo muy inferior de su valor real.
Otras formas de corrupción se dan cuando en
cualquiera de los tres órdenes de gobierno se tolera que quienes tienen la
obligación de servir se coludan con criminales, que los ministerios públicos
reciban dinero para dejar en libertad a los delincuentes. La actual
administración está obligada a trabajar más y mejor en el combate a todas las
modalidades de corrupción. En este combate debemos de participar todos, procurando
que este cáncer deje de mellar la confianza de los ciudadanos en las
instituciones.
@armayacastro
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