Por Armando Maya Castro
Desde su establecimiento en
el siglo XIX, la educación laica ha enfrentado a un poderoso enemigo: la
Iglesia católica. Sus jerarcas, interesados en el retorno de la educación
confesional a las escuelas públicas, han buscado la manera de suprimir el valiosísimo
legado de Benito Juárez, quien legisló por y para México, buscando que la
educación de los mexicanos fuera laica.
En coherencia con las líneas
trazadas por los papas Gregorio XVI y Pío IX en las encíclicas Mirari vos
(1832), Quanta cura (1864) y Syllabus (1864), la jerarquía católica ha
cuestionado por más de 150 años el carácter laico de la educación. Embestidas
similares las ha recibido también de los sectores más duros de la derecha,
interesados en mandar al archivo muerto la obra de Juárez, lo que les
permitiría otorgar mayores privilegios a la Iglesia católica.
Esta vez no me referiré a los
dichos y acciones de los jerarcas católicos y políticos partidarios de la
educación religiosa. Me referiré a lo que dijo el XIV Dalai Lama del Tíbet
durante su conferencia “Valores humanos fundamentales en la educación contemporánea”,
dictada ante poco más de 15 mil asistentes reunidos en la Arena de la Ciudad de
México.
Sin cuestionar abiertamente
la educación laica, el líder espiritual tibetano dijo que la enseñanza perdió
los valores internos cuando las iglesias dejaron de perder el dominio en las
instituciones educativas: “Se separó la parte de la educación de la parte de la
Iglesia, entonces en las instituciones educativas se educaba a las personas
pero los valores morales y humanos, esos corrían por cuenta de la religión. El
poder de la religión fue disminuyendo y lo que quedó con mayor prevalencia fue
un sistema educativo en el cual lo que se enfatiza es el desarrollo de la
persona, pero sin cuidar demasiado los valores humanos y morales. Como
resultado de esto, todos los que cursan estudios en esas instituciones
educativas tienen una orientación que termina produciendo individuos orientados
hacia el materialismo” (La Jornada, 13 de octubre de 2013).
No sé si la jerarquía
católica vaya a querer sacar provecho de las declaraciones del Dalai Lama,
quien también dijo que el sistema educativo está omitiendo la incorporación de
valores que antes bien impartía la religión en las aulas. Es probable que el
clero aproveche estas afirmaciones tomando en cuenta que lo expresado por el
líder espiritual tibetano favorece la tradicional postura de la Iglesia
católica en pro de la educación religiosa.
Ante esto, me veo en la
necesidad de escribir nuevamente sobre la educación pública de carácter laico a
cargo del Estado, la ideal en un país como el nuestro, donde la pluralidad
religiosa es un hecho irrefutable. Esta realidad nos la confirma la propia Secretaría
de Gobernación, quien hasta el pasado 5 de agosto había otorgado el registro a
7 mil 869 asociaciones religiosas.
Por respeto a esa diversidad
religiosa, las escuelas públicas no pueden ni deben ser el espacio para
transmitir valores religiosos. Esto puede y debe hacerse en los hogares y en
los templos destinados al culto. Enseñar religión es un asunto exclusivo de los
padres de familia y de los ministros de las distintas religiones, no del Estado
ni de los profesores a su servicio.
Respecto a lo expresado por el
Dalai Lama, debo decir que le asiste la razón cuando señala que la
descomposición social actual es consecuencia de la crisis de valores. En lo que
no la tiene es cuando afirma que estos problemas se deben a que el sistema
educativo está omitiendo la incorporación de valores humanos que antes impartía
la religión en las aulas. Si así fuera, los países europeos donde la asignatura
de religión es obligatoria y evaluable, no tendrían los problemas de corrupción
y violencia que actualmente tienen.
Imagino que el líder
espiritual tibetano, quien realiza su cuarta visita a México, conoce perfectamente
bien la composición plurirreligiosa de la nación mexicana. Si no es así, ahí
está la información que proporciona la Secretaría de Gobernación, prueba
contundente de que México dejó de ser, desde hace más de un siglo, un país
uniformemente católico.
Nadie puede negar la
importancia de los valores universales y su contribución en el desarrollo de
los seres humanos. Lo preocupante es que la necesidad de estos valores sea
utilizada para consumar un proyecto educativo que intenta introducir elementos
religiosos a una educación que por mandato constitucional debe ser laica.
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