Por Armando Maya Castro
Las festividades católicas que
van a celebrarse los primeros dos días de noviembre deberían realizarse únicamente
en los hogares católicos, no en las escuelas públicas, donde convergen niños y
niñas con distintos credos religiosos, o sin ellos.
Lamentablemente, estas
celebraciones se han arraigado en las escuelas públicas de México desde hace
muchas décadas, produciendo violaciones a la ley, y atentados contra el derecho
de los estudiantes a una educación laica, libre de dogmatismos y tradiciones de
tipo religioso.
Como sabemos, la laicidad es un
sistema que excluye a todas las iglesias del poder político como del
administrativo, en especial de la educación, rubro en el que la Iglesia
católica busca imponer una enseñanza con valores católicos, restándole
importancia al artículo 3° constitucional, el cual establece que la educación
que imparta el Estado tendrá como finalidad desarrollar armónicamente todas las
facultades del ser humano y fomentar en él, a la vez, el amor a la Patria y la
conciencia de solidaridad internacional, en la independencia y en la justicia.
Durante la colonia, la
educación fue incapaz de formar ciudadanos cuyo amor por México estuviera por
encima de todo y de todos. Jesús Silva Herzog, en su obra Breve Historia de la
Revolución Mexicana, hace un recuento de los vicios de la escuela clerical. El extinto
catedrático e investigador de la UNAM sostiene que esta escuela “que educa a la
niñez en el más intolerante fanatismo, que la atiborra de prejuicios y de
dogmas caprichosos, que le inculca el aborrecimiento a nuestras preclaras
glorias nacionales y le hace ver como enemigos a todos los que no son siervos
de la Iglesia, es el gran obstáculo para que la democracia impere serenamente
en nuestra Patria y para que entre los mexicanos reine esa armonía, esa
comunidad de sentimientos y aspiraciones, que es el alma de las nacionalidades
robustas y adelantadas”.
Tras enumerar las
imperfecciones de la educación clerical, el fundador de la revista Proteo menciona las bondades de la
educación que se imparte en las escuelas públicas: “La educación laica, que
carece de todos estos vicios, que se inspira en un elevado patriotismo, ajeno
de mezquindades religiosas, que tiene por lema la verdad, es la única que puede
hacer de los mexicanos un pueblo ilustrado, fraternal y fuerte de mañana, pero
su éxito no será completo mientras al lado de la juventud emancipada y patriota
sigan arrojando las escuelas clericales otra juventud que, deformada
intelectualmente por torpes enseñanzas, vengan a mantener encendidas viejas
discordias en medio del engrandecimiento nacional”.
Aunque el Estado debería excluir
de las escuelas públicas las tradiciones religiosas, el Día de Muertos se ha
venido presentando en la inmensa mayoría de estos establecimientos como parte
de las tradiciones mexicanas. Dentro del mismo tenor, se ha obligado a los
niños y niñas a participar en la colocación de altares y ofrendas que forman
parte de una celebración auténticamente católica. Algunas comisiones estatales
de derechos humanos saben que abundan los casos de menores de edad que han sido
exhibidos y sancionados en sus calificaciones por negarse a participar en ese
tipo de tareas, propias de instituciones confesionales.
Para evitar estas violaciones a
los derechos humanos en agravio de los niños no católicos, las autoridades de
educación deberían de sacar del entorno escolar las fiestas católicas de Todos
Santos y Fieles Difuntos, celebradas los días 1 y 2 de noviembre. Deberían de
hacerlo tomando en cuenta que el Estado, por su condición laica, no puede
dedicarse a difundir tradiciones religiosas en los espacios públicos.
Si se tratara de tradiciones
prehispánicas, como algunos sostienen, no estaría ocupando este espacio para demandar
la salida de las mismas de los establecimientos de educación pública. Puede
estar seguro, amable lector, que si se tratara de una tradición cultural estaría
escribiendo sobre la conveniencia de conservarla y fomentarla.
El
problema es que el Estado mexicano, en el afán de preservar una tradición que
fue absorbida completamente por el catolicismo, está fomentando dos celebraciones
católicas. Sobre los orígenes de éstas, Celso A. Lara Figueroa nos dice en su
libro Fieles difuntos, santos y ánimas benditas en Guatemala: una evocación
ancestral: “…el Papa Bonifacio IV al llevar a cabo la dedicación del antiguo
Panteón de Agripa, en el que había depositado numerosas reliquias de mártires,
influenciado por la tradición de las comunidades ítalo-griegas, escogió la
fecha 13 de mayo del 609 para la consagración del edificio en basílica
cristiana, en honor de María Virgen y de todos los mártires, bajo el nombre de
Sta. María ad martyres. Un nuevo impulso lo dio Gregorio III, en el año 741,
con la fundación en San Pedro de un oratorio dedicado a todos los santos. Casi
cien años después, en 835, su Santidad el Papa Gregorio IV presionará sobre
Ludovico Pío para que sancionara con un decreto real la celebración en sus
dominios de la fiesta de Todos los Santos con la fecha del 1 de Noviembre”.
Los anteriores datos prueban que
desde antes de la llegada de los españoles a territorio mexicano, los católicos
europeos ya celebraban estas fiestas. ¿Hubo sincretismo, es decir, fusión entre
esta celebración y la tradición mexicana de origen prehispánico? Sí, pero al
final los elementos católicos terminaron por absorber los prehispánicos. Por esto
mismo, la exigencia de miles de padres de familia es que el Día de Muertos deje
de celebrarse en las escuelas públicas.
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