lunes, 30 de septiembre de 2013

FRANCIA, A LA VANGUARDIA EN MATERIA DE LAICIDAD

Por Armando Maya Castro
El ministro de Educación francés, Vicent Peillon, durante la presentación de la Carta de la Laicidad en un liceo de París. El peculiar manifiesto debe figurar en un lugar visible de colegios e institutos franceses
En Francia, desde el pasado 9 de septiembre se exhibe en un lugar visible de las casi 60 mil escuelas públicas de ese país, la Carta de la Laicidad, promovida por el presidente François Hollande y su Ministro de Educación Vincent Peillon. Se trata de una declaración de principios, derechos y deberes republicanos, compuesta por 15 "mandamientos", que tiene como objeto reforzar la enseñanza del laicismo y la promoción de la igualdad, la libertad y la fraternidad entre alumnas y alumnos.

El artículo primero de este documento define a Francia como "una República indivisible, laica, democrática y social que respeta todas las creencias". El artículo 2 explica que “la República laica organiza la separación entre religión y Estado”, al tiempo de recordar que “no existe una religión de Estado”. El tercero deja en claro que el laicismo “garantiza la libertad de conciencia”: “Cada uno es libre de creer o de no creer y puede expresar libremente sus convicciones”.

La Carta de la Laicidad, que pretende consolidar el Estado laico en su dimensión educativa, garantiza “la libertad de expresión de los alumnos” (artículo 8), el “rechazo de todas las violencias y las discriminaciones” y “la igualdad entre niñas y niños” (artículo 9), obligando al personal escolar a “transmitir a los alumnos el sentido y los valores del laicismo” (artículo 10).

Los artículos 12, 13 y 14 de la Carta de la Laicidad –que algunas voces católicas han calificado como un documento brutal e impropio de un país democrático– enseñan a los estudiantes los límites de su libertad: no pueden “contestar los contenidos de lo que se les enseña” ni “exhibir ostensiblemente símbolos o prendas religiosas”, ni faltar a las clases “alegando motivos religiosos o políticos”. El más polémico es el artículo 14, que afirma: “En los centros públicos, las reglas de vida en los diferentes espacios […] respetan el laicismo. Está prohibido portar signos o prendas con las que los alumnos manifiesten ostensiblemente su pertenencia religiosa”.

Mientras Francia avanza en la consolidación de la laicidad, en nuestro país la educación pública de carácter laico a cargo del Estado sigue estando amenazada. Y se encuentra así no sólo por el discurso de la jerarquía católica que no cesa de reclamar el derecho a la educación religiosa como expresión de la libertad religiosa, sino también por las acciones de una clase política que ha sido y quiere seguir siendo condescendiente con las exigencias clericales.

Todo parece indicar que el proceder de estos políticos busca dinamitar un legado que se remonta al tiempo en que el doctor Valentín Gómez Farías fungió como presidente de México. La presencia de este destacado político en la presidencia le brindó al grupo liberal al que pertenecía la oportunidad de intentar la reforma para transformar la estructura económica y social heredada de la colonia.

Formaban parte de aquel grupo los liberales Francisco García Salinas, Andrés Quintana Roo, Manuel Eduardo Gorostiza y José María Luis Mora. Este último pugnó por la separación de la Iglesia y el Estado y se manifestó en favor de la reforma educativa. Mora "veía a la iglesia [católica] como un freno al establecimiento de un sistema representativo y la construcción de un sentido de nación". Era partidario de la educación laica y popular, la cual pensaba podría lograse “destruyendo el monopolio educativo del clero y estableciendo nuevos criterios pedagógicos”.

A pesar de su formación clerical, Mora era contrario a la educación religiosa, misma que cuestionó en los siguientes términos: “En las escuelas parroquiales, un niño debe imitar la vida de los santos. No se enseña nada de patriotismo, deberes cívicos ni responsabilidades. Es un sistema inadecuado para formar un ciudadano cívico en México".

Evidentemente, los demás miembros del clero no apreciaban las deficiencias que Mora veía en la educación religiosa; tampoco las veían los grupos conservadores, quienes “sostenían la enseñanza religiosa, los dogmas de la Iglesia católica, el principio de autoridad eclesiástica y civil, la idea de que nuestra nacionalidad dio principio en la Conquista española...".

El doctor Mora murió en 1850, sin poder ver el establecimiento de la educación laica en las escuelas públicas de México. Esta obra la consumó Benito Juárez García al expedir, en 1867, “la Ley Orgánica de Instrucción Pública, que instituyó la enseñanza primaria laica y obligatoria, pero cuya vigencia se limitó al Distrito Federal, pues el Congreso de la Unión carecía de facultades federales en la materia", explica José Luis Béjar Fonseca, en su obra Apología del abogado.

El artículo 3° constitucional expresa con absoluta claridad el carácter laico de la educación pública, ordenando que ésta se mantenga “ajena a cualquier doctrina religiosa”. A diferencia de la instrucción confesional, la educación laica actúa con independencia de las confesiones religiosas, excluyendo toda idea de religión de las asignaturas que se enseñan en los planteles públicos. Más allá de lo que hagan o dejen de hacer las autoridades mexicanas, nuestro deber es impedir el desgaste de la educación laica, cuyos valores contribuyen a la buena convivencia y al respeto de las creencias, costumbres y actos del estudiante. 

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