Por Armando Maya Castro |
El Grito de Dolores marca el inicio de una insurrección que fue larga, cruel y sangrienta: se prolongó por más de 10 años y tuvo un costo de 600 mil muertos |
El 24 de febrero de 1821,
Agustín de Iturbide, quien combatió a los insurgentes en los primeros años de
lucha independentista, promulgó el Plan de Iguala, el primer paso en concreto
hacia la independencia de México. El plan exhortaba, entre otras cosas, “a la
unidad entre americanos y europeos (españoles residentes en México), como base
de concordia para las tareas de reconstrucción política y económica”. El 27 de
septiembre de ese año, el Ejército Trigarante ingresó triunfante a la capital
de la Nueva España, consumándose así la independencia de México y, por ende, el
fin del dominio español.
La madrugada del 16 de
septiembre de 1810, el ex cura Miguel Hidalgo y Costilla emitió el Grito de
Dolores, que ha pasado a la historia como el comienzo de la independencia de
México, no como la consumación de la misma. Este “grito” marca el inicio de una
insurrección que fue larga, cruel y sangrienta: se prolongó por más de 10 años
y tuvo un costo de 600 mil muertos.
Para algunos autores, el Grito
de Dolores es la culminación de una etapa de inconformidad que comenzó con la
llegada de los españoles a territorio mexicano. Este descontento, ocasionado
por las injusticias y los abusos, se fue incrementando durante los tres siglos
de dominación hispana.
El grito se dio de manera
improvisada, luego de que fuera descubierta la conspiración de Querétaro. No
figuraba en los planes de los principales miembros de la citada conspiración, cuyo
objetivo primordial era constituir una junta gubernativa que tomara el poder a
nombre de Fernando VII.
Esta conspiración fue
denunciada por uno de los principales implicados en la misma, el capitán Joaquín
Arias, quien participaba en la conjura junto con "un importante número de
letrados militares, curas y comerciantes criollos de Querétaro y de otras
localidades del Bajío que se reunían regularmente en la tertulia organizada en
la casa del presbítero José María Sánchez”. Los conspiradores, al igual que
decenas de miles de mexicanos de la época, tenían un interés común: lograr la
independencia de México y ponerle fin a la humillante situación de miles de
indígenas y mestizos, interesados en acabar con las injusticias y abusos
cometidos por los colonizadores.
El
historiador de origen español, Agustín Sánchez Andrés, apunta que “la
conspiración contaba con la complicidad del corregidor de Querétaro, José
Miguel Domínguez, cuya esposa [Doña Josefa Ortiz de Domínguez] era una ardiente
defensora de la independencia de la Nueva España”. El investigador antes
mencionado asienta que “al frente del complot se encontraban dos militares
criollos que había estado implicados en los sucesos de Valladolid: Ignacio
Allende y Juan Aldama, capitanes de regimiento de Dragones de la Reina,
acantonado en San Miguel el Grande”.
Al
completar la lista de los implicados, Sánchez Andrés nos dice: “Entre los conjurados
encontramos a letrados criollos como Francisco Araujo, Juan N. Mier, Antonio
Téllez o Ignacio Gutiérrez; ricos comerciantes como Epigmenio y Emeterio
González; oficiales de las milicias criollas como los capitanes Mariano Abasolo
o Joaquín Arias y clérigos como el presbítero Sánchez y el párroco Miguel
Hidalgo y Costilla”.
Ignacio
Allende, oficial militar y pequeño propietario de tierras, era el organizador y
líder de la conjura de Querétaro. Sin embargo, el descubrimiento de ésta y el
desarrollo de los acontecimientos acabarían provocando su desplazamiento por
Hidalgo, cuya fuerte personalidad terminó opacando a la de los restantes
caudillos insurgentes, apunta Sánchez Andrés.
Sin
lugar a dudas, la actuación de Hidalgo y de José María Morelos y Pavón fue
determinante en la conformación de México como nación independiente. Sin
embargo, el hecho de que estos próceres hayan sido por algún tiempo sacerdotes católicos
no le da derecho a la Iglesia católica a adjudicarse el mérito de la
independencia. Tengamos presente que los obispos de esta institución excomulgaron
a los sacerdotes insurgentes y tendieron a aliarse en todo momento con la
Corona española. En su manifiesta inclinación al trono español, “fulminaron
anatemas y excomuniones contra los principales jefes de la revolución y contra
los que supiesen quienes eran adictos a su partido, obligándoles a que los
delatasen a los magistrados seculares". En el Vaticano, los papas hicieron
declaraciones contra la lucha por la independencia en 1816 y en 1823”. No hay
que olvidar que fue hasta el 29 de noviembre de 1836 cuando “Gregorio XVI
–sucesor de Pío VIII– reconoció la independencia de México. Esto ocurrió justo
en la última etapa de negociaciones con España, cuyo reconocimiento se
formalizó el 28 de diciembre del mismo año".
No hay comentarios:
Publicar un comentario