Por Armando Maya Castro
El término
"pederastia" se refiere al acto de abuso sexual cometido en agravio
de los niños. La Enciclopedia de
Problemas Sicológicos, del doctor Clyde M. Narramore, define esta práctica
delincuencial como un "desequilibrio sexual en el cual la persona trata de
obtener placer sexual mediante actividades sexuales con niños. Las relaciones
del pederasta pueden ser heterosexuales u homosexuales. En algunos casos, el
niño o joven adolescente puede ser coparticipe voluntario, mientras que en
otros, el adulto puede forzar al niño". Estará de acuerdo conmigo,
estimado lector, que en ambos casos se trata de un delito digno de condena.
En 1970, cuando aún no nacía
la Declaración de los Derechos de los Niños de la ONU, el especialista Henry
Kempo definió todas las formas de abuso de la infancia. "Entre ellas
enlistó la pedofilia como abuso sexual infantil, la pornografía infantil, actos
de libidinosidad, violencia carnal, prostitución de menores y relaciones sexuales
desviadas", señala la periodista Lidia Cacho en su libro Con mi hij@ no: Manual para prevenir,
entender y sanar el abuso sexual.
La pederastia, una de las
formas delictivas que mayor rechazo e indignación producen en la sociedad, ha
ocasionado severos traumas, frustración y dolor a los niños que han tenido la
dolorosa experiencia de haber sido abusados sexualmente. Los expertos en la
materia sostienen que este tipo de abuso infantil causa secuelas perdurables en
las víctimas, alterando el normal desarrollo psicoafectivo de éstas.
Esta práctica criminal no es
un mal exclusivo de nuestro tiempo. Diversos escritores sostienen que fue
Esparta la primera en formalizar la pederastia. Adrián Melo, en su libro El amor de los muchachos: homosexualidad
& literatura, nos dice que "la pederastia habría sido resultado de
sociedades militares, como Tebas, Esparta o Creta, cuyos muchachos abandonaban
sus familias a una edad temprana y vivían en comunidades mayormente militares
junto con los de su edad y con hombres mayores, los cuales les enseñaba a vivir
como soldados".
Aunque actualmente se
escucha casi a diario sobre casos de pederastia clerical, es obligado aclarar
que esta práctica no es exclusiva del clero católico. En nuestro tiempo, lo
mismo que en el pasado, la pederastia se practica tanto por clérigos como por gentes de
la sociedad civil, maestros, funcionarios, políticos, empresarios, etcétera.
En la época actual, gracias
a la cultura de la denuncia que las personas han desarrollado se sabe más de la
pederastia y de los autores de estos abominables hechos. El trabajo
periodístico y la denuncia puntual en las redes sociales han coadyuvado a
disminuir considerablemente este tipo de atropellos, Gracias a esta cultura, los
menores de edad de nuestro tiempo viven más protegidos que los niños que
vivieron en épocas pasadas.
La sociedad actual tiene el deber de seguir aprovechando las ventajas
que ofrece la denuncia, procurando proteger a través de ella a los menores de
edad, por encima de cualquier interés. Ninguna institución debe cometer el
error que cometió el Vaticano, quien hasta hace poco se preocupaba más de proteger
su imagen que a los niños ultrajados.
Aunque el papa Francisco es partidario de la tolerancia cero con los
curas pederastas, todavía existen jerarcas católicos dados a proteger a los
curas pedófilos, pasando por alto los traumas y el inmenso dolor de las
víctimas inocentes. Ahí está el caso de dos curas sudamericanos: el obispo peruano
Gabino Miranda, destituido recientemente por el Vaticano, y el sacerdote
argentino Julio César Grassi, fundador de la Fundación Felices los Niños. Acerca
del primero, el cardenal Juan Luis Cipriani pidió “no hacer leña del árbol
caído”. Sobre el caso Grassi, el obispado de Morón emitió un comunicado
mencionando “dudas acerca de la culpabilidad” del sacerdote condenado a 15 años
de prisión.
Las anteriores intercesiones demuestran que algunos prelados católicos
no han acabado de entender que la sociedad actual quiere que la Iglesia católica
aplique algo más que normas administrativas y disciplinarias. Tampoco han
entendido que la sociedad tiene todo el derecho de exigir el fin de la
impunidad y la aplicación del rigor de la ley a los clérigos que han cometido
abusos sexuales en agravio de los menores de edad.
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