viernes, 20 de septiembre de 2013

TRAGEDIA Y SOLIDARIDAD

Por Armando Maya Castro
El terremoto de 1985 dejó semidestruida e incomunicada a la Ciudad de México. En medio del caos y de la  falta de respuesta del gobierno federal, se manifestó de inmediato la generosidad y solidaridad del pueblo de México, tomando en sus manos las labores de rescate y el apoyo a los damnificados

El pasado jueves se cumplieron 28 años del terremoto del 19 de septiembre de 1985, uno de los más devastadores en la historia de la Ciudad de México. El epicentro del sismo, que tuvo una magnitud de 8.1 grados en la escala de Richter, se localizó cerca de la desembocadura del río Balsas, entre los límites de Michoacán y Guerrero. Tuvo una duración de poco más de dos minutos y afectó a varios estados de la República Mexicana, dejando un saldo de 9.500 muertos, miles de desaparecidos y cientos de miles de damnificados.

El Distrito Federal, sede de los Poderes de la Unión, contaba entonces con una población de dieciocho millones de habitantes. Fue en ese lugar, justamente, donde la destrucción afectó a una mayor cantidad de gente: “provocó daños en 5,728 inmuebles, derrumbando totalmente 465. El 68 por ciento de las viviendas afectadas (100,000) eran habitaciones familiares, por lo que quedaron sin casa cerca de medio millón de personas".

La tragedia desnudó irregularidades producto de la corrupción que imperaba en aquellos años. Estas anomalías permanecieron por algún tiempo cubiertas por el concreto, pero el desplome de un importante número de estructuras edificadas por el gobierno reveló que éstas “no cumplían con los requisitos mínimos establecidos en el reglamento de construcción vigente en esa época, ni en lo que se refiere a las normas de construcción ni en lo referente a la calidad de los materiales”. No se necesita mucha imaginación para inferir que el dinero economizado fue a parar a los bolsillos de varios funcionarios corruptos y de no pocos contratistas deshonestos, por culpa de los cuales perdieron la vida miles de personas.

Estas acciones deshonestas e irresponsables facilitaron la obra devastadora del terremoto, que derribó con su fuerza varios complejos de viviendas públicas, hospitales, escuelas y clínicas. En columnas anteriores me he unido a las voces que han señalado que la magnitud de la destrucción y la pérdida de vidas humanas hubieran sido menores si en la construcción de esos edificios se hubieran utilizado materiales de buena calidad, conforme lo indicaba el reglamento de construcción.

El sismo de 1985 evidenció la impotencia e incapacidad del gobierno encabezado por el extinto Miguel de la Madrid Hurtado, quien prefirió acuartelarse en Los Pinos y Palacio Nacional que apersonarse en la zona siniestrada. De manera inexplicable, el presidente de la República se atrevió a rechazar la ayuda de la comunidad internacional: "Estamos preparados para atender esta situación y no necesitamos recurrir a la ayuda externa. México tiene los suficientes recursos y unidos, pueblo y gobierno, saldremos adelante. Agradecemos las buenas intenciones, pero somos autosuficientes", declaró a los medios de comunicación el mandatario priísta.

Frente a esta actitud indolente, y ante los esfuerzos de socorro mal organizados por parte del gobierno federal, surgió como nunca antes la respuesta espontánea de una sociedad civil que tomó en sus manos el rescate y auxilio de los damnificados, realizando innumerables esfuerzos en apoyo de sus semejantes.

Guadalupe Loaeza, en su libro Los de Arriba, cuenta que la burguesía mexicana “por primera vez se había unido con el resto de la sociedad mexicana y junto con ella se habían organizado para ayudar a los damnificados”. Refiere la escritora que “miles de señoras de Las Lomas, de Polanco, de San Ángel y de otras zonas residenciales hervían agua, donaban cobertores, medicinas, hacían tortas, prestaban sus coches para llevar comida a las colonias más afectadas y ofrecían sus casas para acopio de víveres. Muchas de ellas suplicaban a sus maridos que contribuyeran con el producto de sus fábricas. Muchas de ellas, por primera vez, canalizaron todas esas ganas que tenían de contribuir con su país llevando despensas hasta las zonas más alejadas de la ciudad. Por fin, muchas de ellas se sentían útiles, altruistas y hasta nacionalistas”.


A veintiocho años de dicha tragedia, cuando ya no están entre nosotros muchos de los mexicanos que colaboraron desinteresadamente en el rescate de las víctimas, en la asistencia a las familias afectadas, y en la reconstrucción de la ciudad de México, los habitantes de esta gran nación tenemos el deber de inspirarnos en las manifestaciones de solidaridad que propició aquel sismo. “Ingrid” y “Manuel” han puesto ante nosotros la oportunidad de ayudar a los que resultaron afectados por ambos fenómenos meteorológicos en varios estados de la República Mexicana. Al abrir nuestras manos para ayudarlos, estaremos aliviando el dolor de nuestros semejantes, al tiempo de imitar el ejemplo de solidaridad de quienes apoyaron a las víctimas del terremoto de 1985.


Twitter: @armayacastro

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