Por Armando Maya Castro
Sin dar oído al clamor ciudadano, la Comisión de Puntos
Constitucionales del Congreso del Estado de Jalisco aprobó el pasado 23 de
abril la minuta de decreto que reforma el artículo 24 constitucional,
minimizando el hecho de que dicha modificación intenta reinstalar la educación
confesional en las escuelas públicas.
Desde que la Cámara de Diputados aprobó esta reforma, el 15
de diciembre de 2011, diversos ciudadanos, asociaciones civiles y religiosas,
así como expertos en materia de laicidad y libertad religiosa, han expresado a
los diputados jaliscienses su preocupación en relación a este tema. La
ciudadanía ha hecho lo propio, llevando a cabo diversas manifestaciones, una de
las cuales logró reunir a más de 7 mil personas. Ese día, un grupo de
representantes entregó a la Oficialía de Partes del Congreso del Estado más de
70 mil firmas de rechazo a la reforma, exponiendo al diputado Jesús Casillas, a
la sazón presidente de la Comisión de Puntos Constitucionales, Estudios
Legislativos y Reglamentos, las razones para rechazar la reforma en cuestión
(El Occidental, 20 de abril de 2012).
Estas marchas y manifestaciones se han realizado en defensa
del Estado laico y de las libertades que de él emanan. Y es que nadie ignora
que la reforma del artículo 24 constitucional sienta las bases para el
desmantelamiento de la laicidad del Estado mexicano y de las principales
reformas liberales que le costaron a México una guerra civil con innumerables
pérdidas humanas. Recordemos que el triunfo de Juárez y de los liberales sobre
la Iglesia católica "reafirmó la soberanía nacional y el Estado logró la
supremacía frente a la Iglesia".
Los jaliscienses tenemos confianza de que en el pleno del
Congreso se atenderán sus legítimas demandas y se rechazará la citada
modificación, cuya intencionalidad es el otorgamiento de privilegios a la
Iglesia mayoritaria, en detrimento de las minorías religiosas. Confiamos que,
por encima de todo, se privilegiarán los principios y valores del Estado laico,
que tiene como base fundamental el respeto a los derechos humanos, a la
pluralidad y a la gobernabilidad democrática.
En Jalisco nos interesa una Constitución que garantice sin
restricción alguna la libertad de convicciones. Rechazamos la reforma del
artículo 24 constitucional porque faculta al Estado para examinar las
convicciones o creencias de la población, otorgándole a éste atribuciones para calificar
unas convicciones como “éticas” y otras como “no éticas”. La postura del Estado ante las distintas
manifestaciones religiosas debe ser de respeto y absoluta neutralidad. No es
competencia del Estado decidir si las convicciones del pueblo son éticas o no;
su papel es proteger jurídicamente a todas las convicciones. Un Estado que califica o descalifica
las convicciones de la población, niega las libertades y atenta contra los
derechos humanos.
Otorgarle al Estado facultades para que a través de sus órganos
competentes resuelva qué convicciones son éticas y cuáles no lo son, es
colocarlo en la misma posición de los Estados totalitarios, donde la democracia
y el respeto a los derechos humanos son inexistentes.
El Estado debe respetar las
diferentes convicciones de la población. Su trabajo no es evaluar ni calificar,
sino garantizar la autonomía y libertad de las personas y grupos. Debe
garantizar, asimismo, que éstos convivan en igualdad, sin que determinada
religión pretenda imponer sus creencias a las demás religiones y al resto de la
sociedad. No hay que olvidar que el reconocimiento de la igualdad de derechos y
libertades de los individuos son elementos básicos de un Estado democrático.
Me permito reproducir, por último,
uno de los argumentos que Foro Cívico México Laico presentó en todos los
congresos estatales: “La intromisión del Estado en las convicciones o creencias
de la población, con la pretensión además de calificarlas de ‘éticas’ o de ‘no
éticas’, es una aberrante agresión a la conciencia personal, propia de un
Estado totalitario. De aprobarse esta reforma, el Estado mexicano ya no sólo
determinará lo jurídicamente válido, sino que ahora decidirá, además, lo
éticamente válido; en efecto, ya no sólo tendrá el monopolio de lo jurídico, sino
también el monopolio de lo ético”.
Sería una verdadera pena que en el
pleno del Congreso se minimizaran estos argumentos y se cediera a líneas de
quienes están interesados en aprobar una reforma que otorga privilegios
indebidos y violenta el carácter laico del Estado y de la educación que
en el marco del mismo se imparte.
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