Por Armando Maya Castro
A 87 años del inicio de la restauración, la Iglesia La Luz del Mundo sigue creciendo espiritual, social y materialmente |
En mi artículo
anterior, publicado el pasado 6 de abril, escribí errónea e involuntariamente que
el Director Internacional de la Iglesia La Luz del Mundo, Doctor Samuel Joaquín
Flores, inició el 9 de junio de 1926 un periodo de fulgurante expansión
internacional, logrando la consolidación de la Iglesia en México y el mundo. Debí
decir 9 de junio de 1964, fecha en que el llamado de Dios constituyó al hermano
Samuel Joaquín en el administrador de la multiforme gracia de Dios.
En el marco de
los festejos con motivo del 87 aniversario del inicio de la restauración, la
anterior fe de erratas me permite abundar un poco más en la sobresaliente labor
espiritual y social de dos hombres a quienes Dios distinguió otorgándoles el
Ministerio Apostólico. Me refiero, evidentemente, a los apóstoles Aarón y
Samuel Joaquín, facultados por Dios para dar a conocer las alegres nuevas de
salvación durante la segunda dispensación de gracia.
La Iglesia La
Luz del Mundo en su etapa de restauración tiene 87 años de estable y fructífera
presencia en la tierra. Los primeros 38 años de este periodo corresponden a la
administración apostólica del Maestro Aarón Joaquín; el trabajo de los últimos 49
años lo ha realizado el Apóstol de Jesucristo Samuel Joaquín, quien jamás ha
escatimado esfuerzos ni sacrificios cuando se trata de buscar el bienestar
integral de los hombres y mujeres que han sido llamados a formar parte de esta
Iglesia.
Desde que por
voluntad divina asumió la dirección de la Iglesia de Cristo, el Enviado de Dios
ha realizado una extraordinaria labor de evangelización logrando la conversión
de cientos de miles de almas en México y el mundo. En sus casi 49 años de
apostolado, ha estado muy cerca de los miembros de su comunidad, escuchando atentamente
sus problemas y dando soluciones sabias y acertadas.
Su amor por las
almas lo ha llevado a recorrer el mundo por cielo, mar y tierra, impartiendo
consejos de calidad a propios y extraños. Lo ha hecho de esta manera porque
sabe perfectamente bien que la vida que se vive con una
orientación hacia los valores cristianos trae mayor felicidad y tranquilidad.
Una parte
importante de sus esfuerzos los ha dedicado a combatir fenómenos como la
intolerancia y la discriminación religiosa, procurando que en los países en que
la Iglesia se halla presente se respete la pluralidad religiosa y la igualdad
jurídica de las iglesias. ¿Qué procura el Apóstol de Jesucristo con su lucha en
defensa del Estado laico y de las libertades que de él emanan? Que los fieles
bajo su cuidado no sufran lo que sufrieron miles de hermanos durante la
administración del hermano Aarón Joaquín.
Al hablar de sus
grandes aportes, no podemos omitir su admirable lucha en pro de la
dignificación de los seres humanos, combatiendo vigorosamente la ignorancia y
el fanatismo, así como el alcoholismo, la drogadicción y la delincuencia,
prácticas que menoscaban la dignidad del ser humano y ponen en peligro la salud
y seguridad de los seres humanos.
La meritoria
obra material del Apóstol de Dios se refleja en los más de tres mil templos que
han sido edificados con fe y amor en más de 40 naciones de los cinco
continentes. Se trata de hermosos santuarios, auténticas joyas de la
arquitectura que han sido consagradas a la gloria de Dios y que son necesarias
para el desarrollo de la actividad cultual que realizan diariamente los
miembros de la Iglesia La Luz del Mundo.
La impresionante
labor social que el Apóstol de Dios ha realizado a lo largo de su administración
puede ser observada en todas las naciones donde esta institución tiene
presencia. Hablo de universidades, hospitales, orfelinatos, escuelas de todos
los niveles, fundaciones y asilos, obras que constituyen un testimonio vivo de
la grandeza de su amor y de la nobleza de sus sentimientos.
A 87 años del
inicio de la restauración, la Iglesia de Dios continúa cosechando triunfos a
diestra y siniestra. Sus miembros y ministros siguen practicando firmemente los
valores cristianos, impulsados por la fe y el amor, virtudes esenciales para
poder vivir en consonancia con la doctrina apostólica, cuyo poder produce
buenos cristianos para Dios y buenos ciudadanos para la sociedad.
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