Por Armando Maya Castro
Cuando
el hermano Aarón Joaquín González llegó a la ciudad de Guadalajara, Jalisco, el
12 de diciembre de 1926, la mayoría de los jaliscienses no sabían nada de él ni
del llamado divino que ocho meses antes había experimentado en la ciudad de
Monterrey, Nuevo León. Tampoco sabían nada de su apostolado, ni de la Iglesia
La Luz del Mundo, institución que se estableció en esta ciudad en la fecha
antes mencionada.
Aunque
su nacimiento tuvo lugar el 14 de agosto de 1896, en la población de Colotlán,
Jalisco, ubicada en la región norte de nuestro querido estado, la mayoría de
los jaliscienses poco o nada sabían de su desempeño como docente en Zacatecas
ni de la destacada actividad militar que realizó en los estados de Coahuila y
Chihuahua, en el norte de la República mexicana.
Si
estos datos biográficos eran desconocidos para los habitantes de Jalisco,
cuánto más la misión apostólica que le fue encomendada por voluntad divina. Los
únicos que conocían algunos aspectos de su vida terrenal eran sus parientes
cercanos, pero aun éstos ignoraban que el llamado de Dios, al que en seguida me
referiré, lo había constituido apóstol, maestro y predicador del Evangelio,
tarea noble y gratificante, pero al mismo tiempo pletórica de sinsabores,
privaciones y sufrimientos.
Su
condición de desconocido en Jalisco no le preocupó, ni fue para él un obstáculo
que le impidiera cumplir con éxito su sagrada misión. Había algo que se movía
en él y lo alentaba: el recuerdo de la manifestación que había experimentado
meses antes en la ciudad de Monterrey, Nuevo León. En su mente resonaban
todavía las palabras que Dios le había expresado la madrugada del martes 6 de
abril de 1926: “Tu nombre será Aarón, lo haré notorio por todo el mundo, y será
bendición”.
En
aquella memorable manifestación, Dios le cambió el nombre de Eusebio por el de
Aarón, anticipándole que ese nombre tendría notoriedad nacional e internacional.
El Apóstol de Jesucristo no dudó de la promesa divina; creyó firmemente en
aquella palabra, y que sería Dios (no él, ni quienes colaborarían con él
posteriormente) quien le daría notoriedad y celebridad a su nombre mediante la
obra de evangelización que comenzó a realizar a partir de ese día.
Pese
a lo complicado de su misión, sus ojos presenciaron el cumplimiento de aquella
promesa; contempló con alegría los frutos de su actividad apostólica, realizada
con un fervor tal, que exhortaba y motivaba a ministros y fieles a predicar la
Palabra de Dios en todo tiempo, en las plazas, en las casas, en los campos y
por los caminos; en síntesis, a no hablar sino de las cosas de Dios por
doquier.
Hoy,
cuando están por cumplirse 87 años de su llamamiento apostólico, el nombre de
Aarón Joaquín goza de notoriedad no sólo en el estado de Jalisco, sino a lo
largo y ancho de México, así como allende las fronteras y los mares. Es justo
reconocer que en la notoriedad de ese nombre destaca el admirable esfuerzo del
Apóstol de Jesucristo hermano Samuel Joaquín Flores, cuyo trabajo ha
contribuido de manera significativa a la transformación de cientos de miles de
almas.
La
notoriedad que han alcanzado los dos apóstoles de la Restauración va implícita
en la predicación del Evangelio, a través del cual se testifica de Jesucristo y
su obra redentora, pero al mismo tiempo del Apóstol en funciones. Observe usted
lo que le indicó san Pablo a Timoteo: “Por tanto, no te avergüences de dar
testimonio de nuestro Señor, ni de mí, preso suyo…” (Santa Biblia, 2 Timoteo
1:8). Estas palabras demuestran fehacientemente que al hacer notorio el Nombre
de Jesucristo se da notoriedad simultánea al nombre del Apóstol de Dios.
Otro
factor que contribuye a la notoriedad del buen nombre de los apóstoles, es su
obra social, ámbito en que el Apóstol Samuel Joaquín ha desempeñado una labor
ininterrumpida y sobresaliente desde mediados de la década de los años sesenta.
Su altruismo y buenos sentimientos lo han impulsado a brindar a niños y jóvenes
escolarización gratuita; asistencia médica y alimenticia a las personas de
escasos recursos; ayuda a los afectados por desastres naturales, y un sinnúmero
de acciones en beneficio de la gente sin hogar, los ancianos y discapacitados.
Por
todo ello, y por muchísimas obras más, los fieles de la Iglesia La Luz del
Mundo esparcidos en los cinco continentes se sienten dichosos del trabajo
espiritual y social que en estos 87 años han realizado los apóstoles de la
Restauración, hombres cuyos logros, valores y principios le han dado celebridad
y notoriedad al nombre de ellos y al de la Iglesia de Dios.
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