Por Armando Maya Castro
Las relaciones entre el papa Juan Pablo II y el ferviente católico Augusto Pinochet fueron excelentes en todo momento |
Luego de que Wikileaks hiciera públicos los documentos que revelan la
complicidad del Vaticano en el golpe de Estado contra Salvador Allende, el portavoz
de la Conferencia Episcopal de Chile, Jaime Coiro, salió a desmentir a la
citada organización mediática internacional, afirmando que el Vaticano apoyó en
todo momento la labor de la Iglesia chilena en defensa de los perseguidos por el
General Augusto Pinochet.
El
vocero del episcopado chileno presenta como evidencia las memorias del cardenal
Raúl Silva Henríquez, que fue presidente de la Conferencia Episcopal durante
varios años en dictadura. En ellas, el arzobispo dejó escrito que "la
Iglesia chilena tuvo en la Santa Sede un gran aliado en la defensa y la promoción
de los derechos humanos".
Silva Henríquez fue, sin duda, un defensor de los derechos humanos
y de las víctimas del régimen opresor de Pinochet. ¿Significa esto que la curia
romana haya procedido de similar manera a lo largo de aquellos años? Al respecto,
Alfonso Torres Robles, en su libro La prodigiosa aventura de los legionarios de
Cristo, nos dice: "La actitud del Vaticano respecto a Pinochet ha sido muy
distinta a la de la Iglesia popular chilena. En los años 70 […], Angelo Sodano,
nuncio apostólico durante casi diez años en Chile, desarrolló una profunda e
íntima amistad con el dictador. La buena relación entre la Iglesia y la
dictadura fue, según el analista mexicano Bernardo Barranco, «fraterna con el
nuncio y el Vaticano; y de tensiones y reproches con los obispos locales»”.
¿De
qué lado estuvo el Vaticano en aquel tiempo? Veámoslo. El 16 de octubre de
1998, distante del poder que había detentado por más de 17 años, Augusto Pinochet
fue arrestado en un hospital de Londres, en donde se reponía de una cirugía. Tras
su arresto, el juez Baltazar Garzón solicitó la extradición del ex dictador “en
relación con una investigación por la desaparición y el asesinato, en los años
de la dictadura chilena, de algunos ciudadanos de origen español”.
Mientras
que los jueces londinenses resolvían qué hacer con el ex dictador chileno, éste
permaneció bajo arresto domiciliario en una “lujosísima mansión en los
alrededores de Londres”, cuyo alquiler ascendía a los 60.000 dólares mensuales.
Hasta esa residencia se trasladó un sacerdote católico, con el encargo de
celebrar una misa en la Navidad de 1998.
Pese
a sus incalificables crímenes, Pinochet negó haber participado en las
violaciones a los derechos humanos y en la denominada caravana de la muerte, un
operativo cuyo objetivo era asesinar a decenas de dirigentes y activistas
disidentes. Calificó su arresto en territorio extranjero como prolongado e
injusto, lejos de su patria y de su entorno natural y, además, aquejado de
diversos males que tenían su salud comprometida.
El
Vaticano, invocando razones humanitarias, acudió en su auxilio; nombró a Ángelo
Sodano para que realizara ante la Gran Bretaña las gestiones necesarias para evitar
la extradición del ex jefe del Estado chileno a la madre patria. Lo anterior lo
admitió el propio Vaticano a través de Joaquín Navarro Valls, a la sazón vocero
del Vaticano, quien admitió que la jerarquía católica había enviado a la Cámara
de los Lores británica una carta en la que –arguyendo motivos humanitarios–
pedía la liberación de Pinochet.
Los
familiares de las víctimas del régimen militar se sintieron traicionados por el
Vaticano. Viviana Díaz, en ese tiempo vicepresidenta de la agrupación de
familiares detenidos y desaparecidos, fijó públicamente su postura: “Nos
gustaría que el Vaticano enviara una carta a Chile demandando justicia por
tantos crímenes cometidos. No se entiende que la Iglesia haya privilegiado
defender a un criminal en vez de pedir que sea sancionado por los delitos que
cometió”.
Como
puede apreciarse, al Vaticano no le importó lo que pensaran y sintieran las
víctimas al enterarse del apoyo brindado a Pinochet. Un apoyo que recibió no
sólo en Londres, sino a lo largo de su infame dictadura, tiempo en el que
Sodano puso “todo el peso de la religión del lado del ex general mediante la
consagración de templos militares, misas especiales y la sagrada comunión a la
alta oficialidad”. Las víctimas de la dictadura siguen sin entender por qué el
Vaticano premió a Angelo Sodano elevándolo a Secretario de Estado luego de ser retirado
de Chile ante las presiones de sacerdotes que denunciaban la complicidad del
Nuncio con el dictador. Estos hechos nos dicen que los cables de Wikileaks no están lejos de la realidad.
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