Por Armando Maya Castro
México necesita políticos de la estatura moral, intelectual y republicana que tuvo Don Benito Juárez |
La
transmisión de valores morales es fundamental para la formación integral de
nuestros hijos. Nadie en su sano juicio puede estar en contra de que los ministros
de culto realicen este trabajo en las iglesias, y que los padres de familia
hagan lo propio en sus hogares.
El
problema es que, desde hace tiempo, la jerarquía católica y los grupos
conservadores de México desean que esta labor se realice en las escuelas
públicas, espacios creados para la buena convivencia de la población
estudiantil, en un marco de respeto de las creencias, costumbres y actos de los
alumnos.
La
estrategia del clero es hacerle creer a la sociedad que la educación religiosa
es una demanda popular, algo que es absolutamente falso. Diversos sondeos y
encuestas han demostrado que los mexicanos, incluso los que pertenecen a la
Iglesia católica, prefieren que la enseñanza religiosa se dé en el seno
familiar y no en las escuelas públicas.
Es
el clero y los grupos de derecha quienes pretenden el retorno triunfal de la
educación confesional a las escuelas oficiales. En dicha empresa, la Iglesia
católica no está sola, cuenta con el apoyo de innumerables políticos del
Partido Acción Nacional y de servidores públicos que militan en otros
organismos políticos.
Algunos
de ellos, de manera sagaz, afirman ser partidarios de la educación laica,
llegando a ponderar en sus discursos las bondades de ésta. Sostienen en público
que este modelo de educación es lo más sano para la vida de una nación plural y
democrática como México. Lamentablemente, son de esa clase de políticos que un
día dicen una cosa y al otro día lo contrario.
Tal
es el caso de muchos diputados que, tras haber prometido que votarían en contra
de la reforma del artículo 24 constitucional, terminaron aprobándola. Unos, por
seguir la línea de la cúpula partidista; otros, por satisfacer las demandas de
poder y privilegios de la Iglesia católica, que es la institución interesada en
la citada modificación legislativa.
Lo
cierto es que a lo largo del proceso de reforma del artículo 24 constitucional,
sólo algunos de ellos se atrevieron a ser como Benito Juárez, un hombre de
Estado, “a quien no le importó su imagen temporal sino el destino de un país,
de acuerdo con sus propias convicciones ideológicas”. Al hacer esto, refiere el
investigador Roberto Blancarte, “no se preocupó por lo que opinaban los
monarcas europeos, el Papa o incluso sus amigos liberales cuando le pedían algo
(como el perdón para Maximiliano) que pudiera comprometer el futuro de la
nación”.
La
figura del Benemérito de las Américas se agiganta al observar a esos
legisladores que son condescendientes con las demandas clericales, y a esa
clase gobernante que se rinde a los pies de un poder extranjero, dispuesto a
satisfacer las exigencias de éste. Juárez y los ilustres hombres de la Reforma no
pertenecían a esta clase de políticos; lo demostraron al legarnos las Leyes de
Reforma, sin las cuales en nuestro país no existiría la separación del Estado y
las Iglesias. Sin ellas, afirma Blancarte, “no habría libertad de cultos, ni
tolerancia, ni pluralidad religiosa reconocida; el clero sería todavía dueño de
la mayor parte de la riqueza nacional; no habría registro civil y por lo tanto
quienes no fueran católicos no podrían registrar sus nacimientos; no habría el
matrimonio como contrato civil y tampoco el divorcio…”.
Si
Juárez hubiera procedido como muchos de los políticos de nuestro tiempo, el
fuero eclesiástico –que impedía a los tribunales civiles juzgar a los
delincuentes del clero– seguiría vigente; la educación laica no existiría y, en
consecuencia, la instrucción religiosa seguiría fanatizando a niños y niñas en
los establecimientos de educación pública.
Juárez
pudo haber actuado como Antonio López de Santa Anna y haber recibido, como este
dictador, la veneración y bendición del clero. Si el Benemérito hubiera
procedido como este hombre, que se hizo llamar a sí mismo Su Alteza Serenísima,
tenga usted la seguridad, amable lector, de que el Estado confesional seguiría
vigente, y de que no tendríamos un Estado laico como el que ahora tenemos, que
ha demostrado ser el mejor garante de las libertades ciudadanas, incluidas las
de culto, de creencias, de pensamiento y de prensa.
Este
extraordinario político y hombre de Estado no sólo enorgullece a los mexicanos,
sino a toda América Latina. Por algo el Congreso de los Estados Unidos de
Colombia publicó, el 2 de mayo de 1865, un decreto por el que se declara que el
ciudadano Benito Juárez ha merecido bien de la América por su constancia en defender
la libertad e independencia de México. A 148 años de este decreto, estará de
acuerdo conmigo que en nuestro país se necesitan más hombres que tengan la
estatura moral, intelectual y republicana que tuvo Juárez.
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