Por Armando Maya Castro
Foto México Desconocido |
El
pasado domingo se conmemoraron 151 años del histórico triunfo del Ejército
mexicano sobre las fuerzas invasoras francesas. En esta gesta, que tuvo lugar
el 5 de mayo de 1862, y que en la historia de México se conoce como la “Batalla
de Puebla”, las armas nacionales se cubrieron de gloria.
Hoy,
a poco más de siglo y medio de este suceso, conviene recordar que el 17 de
julio de 1861 la crisis económica obligó al gobierno de Benito Juárez a decretar
la suspensión por dos años del pago de la deuda externa. México le debía a
Inglaterra $ 82.316,290.85, a Francia se le debían $69.994,542.54 y a España $9.460,986.29.
El decreto juarista no agradó a estas tres naciones, quienes se aliaron para exigirle
a México el pago de la deuda.
En
la Convención de Londres, celebrada el 31 de octubre de ese año, Francia,
España e Inglaterra resolvieron enviar tropas a nuestro país, arribando a
Veracruz entre el 17 de diciembre de 1861 y el 8 de enero de 1862. Fue en el
poblado de la Soledad, cercano al puerto de Veracruz, donde la negociación diplomática
del gobierno juarista logró la firma de los Tratados de la Soledad: españoles e
ingleses aceptaron esperar por los pagos y se retiraron reconociendo al
gobierno de Juárez.
Los
franceses, que tenían otras aspiraciones, desconocieron los tratados antes
mencionados y le declararon la guerra al gobierno republicano. Se ciñeron al punto
cuarto del convenio de la Soledad que establecía lo siguiente: “En caso de
ruptura de las negociaciones, las fuerzas aliadas desocuparán las poblaciones
mencionadas (Córdoba, Orizaba y Tehuacán) y volverían a colocarse en la línea
de fortificaciones cerca de Veracruz”.
El
6 de marzo de ese año llegó a Veracruz el general francés Charles Ferdinand
Latrille, conde de Lorencez, enviado por Napoleón III con refuerzos para apoyar
a las tropas francesas que habían llegado previamente. Arribó también el conservador
“mexicano” Juan Nepomuceno Almonte, enemigo de Juárez y cuyo objetivo era
concretar una invasión e imponer una monarquía aliada de Francia. Esta empresa
tenía el respaldo de la Iglesia católica, cuyo poder ideológico sobre la
población era omnímodo. “El argumento por parte de los jerarcas religiosos fue
que la intervención francesa sería la salvación para la religión perseguida por
el gobierno republicano", subraya Sergio
Orlando Gómez.
Las
hostilidades entre mexicanos y franceses comenzaron en abril de 1862. Con la finalidad
de apoderarse de la capital de la República, el ejército dirigido por el conde de
Lorencez derrotó a las tropas mexicanas en Orizaba. Tras esta victoria, los franceses,
que contaban con el apoyo del clero mexicano, se dirigieron a la ciudad de Puebla,
defendida por el General Ignacio Zaragoza Seguín, quien contaba con un ejército
de menos de 4 mil hombres provenientes de diversos estados de la República.
La
madrugada de aquel 5 de mayo, Zaragoza arengó así a sus soldados: "Nuestros enemigos son los primeros
soldados del mundo, pero vosotros sois los primeros hijos de México y os quieren
arrebatar vuestra patria. Soldados: leo en vuestras frentes la victoria…
viva la independencia nacional, viva la patria”.
Ese
día, gracias al talento y buen planteamiento táctico de Zaragoza, los mexicanos
derrotaron al ejército invasor, el más prestigiado del mundo en aquel tiempo. Por
la tarde, casi al término de las hostilidades, Zaragoza envió un telegrama al
Ministro de Guerra informándole que las armas del supremo gobierno se habían cubierto
de gloria.
Algunos
autores señalan que en la Batalla de Puebla fue determinante la participación
de los zacapoaxtlas, versión que es considerada por Paco Ignacio Taibo II como
un “mito de buena fe”. Esto es lo que al respecto sostiene el escritor y
periodista que se desempeña actualmente como secretario de Arte y Cultura del
Comité Ejecutivo Nacional de Morena: “Se ha dicho que el Sexto Batallón de la
Guardia Nacional ‘Cazadores de las Montañas de Tetela de Ocampo’ estaba
integrado por gente de Zacapoaxtla, aunque sólo uno de sus miembros era oriundo
de ese municipio, que también era conservador y estaba del lado de los
franceses”.
Lo
que no es un mito es el admirable valor y sentido del deber que desplegaron nuestros
soldados al enfrentar al poderoso ejército invasor. Todos ellos son, como anotó
el presidente Peña Nieto, “ejemplo permanente y gran inspiración para afrontar
los retos de nuestro tiempo”. Los otros mexicanos, cuya deslealtad los colocó
del lado del enemigo, sólo merecen ser condenados al más profundo de los olvidos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario