jueves, 9 de mayo de 2013

LOS POLÍTICOS, SUS DISCURSOS Y EL ESTADO LAICO





 Por Armando Maya Castro
En sus discursos, algunos gobernadores enaltecen al Estado laico y a Benito Juárez, el constructor del mismo, pero en la práctica lo violentan una y otra vez
En nuestros días, como a lo largo de la dictadura porfirista, la mayoría de nuestros políticos destacan la importancia del Estado laico; lo ponderan como el mejor instrumento jurídico para la defensa de nuestras libertades fundamentales, pero en la práctica las violaciones al mismo son una constante. 

Es importante recordar que en el siglo XIX, gracias a los esfuerzos de Benito Juárez, nuestra nación conquistó una serie de libertades, entre las que sobresalía la libertad de culto, que concibió a la libertad religiosa como un derecho natural del hombre, “sin más límite que el derecho de terceros y las exigencias del orden público”. 

El General Porfirio Díaz apoyó en ese tiempo los principios liberales de Juárez y participó activamente en la Guerra de Reforma, conflicto que ensangrentó al país por espacio de tres años. La historia cuenta la valiente participación de este militar de prestigio en la Batalla de Puebla, cuya celebración oficial tuvo lugar el pasado domingo en la ciudad de Puebla, en donde, por cierto, se realizó un desfile que incorporó imágenes religiosas en clara violación al Estado laico. 

En 1867, Porfirio Díaz vio frustradas sus aspiraciones a la Presidencia de la República al ser derrotado en las urnas electorales por Benito Juárez. Cuatro años después, tras su segunda derrota electoral, encabezó una rebelión militar que Juárez intentó disolver, pero su muerte, acaecida el 18 de julio de 1872, impidió que el Benemérito de las Américas lograra someter a los insubordinados.

Al faltar Juárez, correspondió a Sebastián Lerdo de Tejada —como presidente de la Suprema Corte— ocupar interinamente la presidencia de la República. Su triunfo electoral de ese año lo confirmó como presidente de México. Cuatro años después, en 1876, Lerdo de Tejada fue reelegido para un segundo periodo presidencial. Sin embargo, en vísperas de su toma de posesión, Porfirio Díaz proclamó el Plan de Tuxtepec –manifiesto político proclamado el 1 de enero de 1876 en San Lucas Ojitlán, distrito de Tuxtepec en el estado de Oaxaca–, que desconocía a Lerdo de Tejada y proclamaba la jefatura militar de Díaz.

Algunos escritores aseguran que el Plan de Tuxtepec contó con el apoyo económico de la Iglesia católica. Ma. Stella Oranday Dávila, en su libro Los Truenos de la Cruz, asevera que “la jerarquía católica apoyó económicamente, aunque de modo encubierto al alzado de Tuxtepec, esperando una contrapartida obvia: lograr, de la nueva administración, concesiones que le permitieran recuperar su poderío económico y político”. 

A esto tenemos que agregar que desde la proclamación del Plan de Nuevo Urecho, que desconocía a Lerdo de Tejada y excitaba a los mexicanos a tomar las armas en contra de éste, un importante número de católicos michoacanos (inconformes por la expulsión de sacerdotes jesuitas por mandato presidencial y por la clausura de la casa de hermanas de la caridad) resistían a los federales, impidiendo que éstos hicieran frente con todo su potencial al General Díaz.

Esta situación favoreció a los partidarios de Díaz que avanzaban hacia la capital en dos frentes, decididos a destituir al presidente Lerdo de Tejada, cuyo presidencialismo vivía sus horas más críticas. Don José María Iglesias se había proclamado Presidente legítimo de México, tras condenar la reelección de Lerdo de Tejada.

Cuando Díaz asumió la presidencia de la República, el 23 de noviembre de 1876, los jerarcas católicos se aprestaron a cobrarle la factura. Al respecto, Pablo G. Macías señala: “Las Leyes de Reforma y la Constitución de 1857 frenaron repentinamente la avaricia del clero, pero pocos años después, durante el largo periodo dictatorial de Porfirio Díaz, el país cae en el letargo de una paz ‘sangrienta’ mantenida con mano de hierro, y la Iglesia vuelve a recuperar sus perdidos fueros, a ser dueña y señora del país, y a imponer sus designios en los asuntos del Estado”.

De nada servían los discursos de Díaz y de sus colaboradores exaltando el legado de Juárez si durante la dictadura se violaron las Leyes de Reforma una y otra vez. Lo mismo sucede actualmente con nuestros políticos, quienes se expresan muy bien del Estado laico pero lo han atropellado mediante reformas legislativas y acciones como las de los gobernadores de Chihuahua y Veracruz, quien han olvidado que como funcionarios de un Estado laico tienen el deber de mantener separadas sus creencias personales de su función pública.

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