Por Armando Maya Castro
En el siglo de sor Juana Inés de la Cruz, las mujeres eran educadas para ser madres y esposas abnegadas, quedando excluidas de la búsqueda del saber |
Durante el
Virreinato, los derechos de las mujeres no gozaban del reconocimiento de la
sociedad. Esta situación se vivió también en las primeras décadas del México
independiente y se extendió a los primeros años del siglo XX. Virginia Kugler
sostiene que “el modelo de conducta impuesto a la mujer era severo y muy
exigente; partía de la idea de que el varón era más perfecto que la mujer, y
que ésta era un criatura inferior”.
¿Pero en que se basaba
la sociedad de entonces para conceptuar así a la mujer? El problema, como
veremos enseguida, era de tipo educacional. Sor Juana Inés de la Cruz nos dice
que en su tiempo “el saber era monopolio de los varones”; pero no de todos,
sino de un porcentaje mínimo de éstos. En su libro “Las trampas de la fe”,
Octavio Paz señala que en el siglo de la poetisa mexicana, “ni la Universidad
ni los colegios de enseñanza superior estaban abiertos a las mujeres”. Si Juana
de Asbaje sobresalió en una época con tantas limitaciones para las mujeres fue
gracias a “su avidez de cultura, notable desde los infantiles años de
Panoayán…”.
En la misma obra, el
Premio Nobel de Literatura afirma que fueron “los libros del abuelo” los que le
abrieron a Juana Inés “las puertas de un mundo distinto al de su casa. Un mundo
al que no podían entrar ni su madre ni sus otras hermanas: un mundo masculino”.
En ese mundo dominado por la misoginia, “a la doncella se le exigía obediencia,
humildad, modestia, discreción, vergüenza, retraimiento y era educada en el
recato, silencio y obediencia a los hombres. El objeto de estas enseñanzas era
hacer de ella una candidata viable para contraer matrimonio”, asienta Kugler.
Mención aparte merece
el esplendor intelectual que alcanzó sor Juana en una época en que la mayor
parte de las mujeres eran analfabetas, tanto, que “las transacciones legales
que requerían certificación notarial eran firmadas por mujeres a través de
testigos disponibles”, según señala Leslie Bethell, en su libro “Historia de
América Latina”. Este historiador sostiene que sor Juana “fue una defensora
pionera de la educación de la mujer, lo cual manifestó apasionadamente en una
carta dirigida al obispo de Puebla”.
Este dato deja en
claro que la poetisa mexicana no se limitó a buscar su propia superación, sino
que procuró, pese a los prejuicios y barreras existentes, la superación educacional
de las mujeres de su tiempo, quienes vivían sometidas al poder de los hombres:
las solteras a los padres y las casadas a los maridos.
En la exclusión de la
mujer en ese tiempo contribuyeron de manera determinante los discursos misóginos
del clero romano. El libro “La perfecta casada”, escrito por Fray Luis de León,
en 1583, lo demuestra sin ambages: "Porque el hablar nace del entender, y
las palabras no son sino como imágenes o señales de lo que el ánimo concibe en
sí mismo; por donde, así como a la mujer buena y honesta la naturaleza no la
hizo para el estudio de las ciencias, ni para los negocios de dificultades,
sino para un solo oficio simple y doméstico; así les limitó el entender, y por
consiguiente les tasó las palabras y las razones...".
Este tipo de
discriminación era común en aquella época y se daba principalmente en la
Iglesia católica. Así lo demuestran las palabras de Fray Alonso de Herrera,
autor del libro “El espejo de la perfecta casada”, donde critica las
aspiraciones de superación de las mujeres: "No es bien que tenga la mujer
una letra más que su marido. Pues ya si son muchas letras, si es letrada y
tiene entendimiento y discreción, ¿quién se averiguará con ella?"
Ahora que la Iglesia
católica busca el retorno de la educación confesional a las escuelas públicas
mediante la reforma del artículo 24 constitucional, debemos tener presente lo ocurrido
en aquellos siglos, así como el dato que Francisco Martín Moreno nos
proporciona en su obra “México ante Dios”, donde nos dice: “…la iglesia
monopolizó la educación durante tres siglos y medio, de modo que para 1821,
cuando Iturbide llegó al poder, México, con cuatro millones de kilómetros
cuadrados, se encontraba sepultado en el analfabetismo con un noventa y ocho
por ciento de la población incapaz de saber leer y escribir”.
Al observar el
carácter excluyente y misógino de la educación católica y los pobres resultados
de la misma, me convenzo aún más de que sería completamente perjudicial para la
vida de nuestra nación el retorno de la educación confesional. ¿Usted qué
opina?
@armayacastro
Este artículo fue publicado el día 31 de enero en el diario El Occidental de Guadalajara, Jalisco.
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