Por Armando Maya Castro
El Diccionario de la Real
Academia Española nos proporciona seis acepciones sobre el término “tolerancia”.
El siguiente es uno de ellos: “Respeto a las ideas, creencias o prácticas de
los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias”. Es importante
aclarar, sin embargo, que en su nacimiento el término no tenía relación alguna
con el respeto, como lo veremos enseguida.
Según Isidro H. Cisneros, el
concepto “tolerancia” proviene del latín tolerantia-ae,
que significa soportar algo aun con cierto sufrimiento. A muy pocas personas
les gustaría ser soportadas sabiendo que son incómodas, molestas y gravosas a
causa de sus convicciones y opiniones.
El término puede entenderse
también "a partir de tollere
(respetar, aceptar), y entonces significa reconocer y respetar ciertas
creencias, aunque vayan en contra de las propias convicciones". Apoyados
en el anterior significado, algunos podrían decir, en defensa del término
tolerancia, que ésta no es mala, toda vez que "representa el respeto y
consideración hacia las opiniones de vida de los demás, aun cuando éstas sean
diferentes a las nuestras".
Es importante dejar en claro
que la tolerancia no es un valor menor y
que “son muchos los tratados internacionales en los que se sientan como base de
la convivencia no sólo el respeto a los derechos fundamentales, sino también la
práctica de la tolerancia”. Sin embargo, las minorías que han sido afectadas en
sus derechos por personas o grupos intolerantes esperan que se comience a dar
el anhelado tránsito de la tolerancia al respeto a la diversidad.
Aunque el término tolerancia
es aceptado por un gran porcentaje de la población mundial, y es “oficial” en
los documentos y en la convocatoria de la Organización de las Naciones Unidas a
la Conferencia Mundial contra el Racismo, la Discriminación Racial, la
Xenofobia y las Formas Conexas de Intolerancia, debe quedar perfectamente claro
que se trata de un término que puede llegar a generar situaciones de
discriminación.
Si rindiera frutos la lucha
que en este particular se viene dando, en materia de creencias y cultos tendríamos
que estar hablando de respeto y aceptación a la diversidad religiosa, en vez de
tolerancia religiosa. Habrá quienes piensen que si a estas alturas no ha sido
posible lograr la tolerancia, mucho menos una cultura de respeto a lo
diferente.
La organización de
congresos, simposios, seminarios y
talleres para la defensa del Estado laico y la difusión de los derechos
religiosos es de suma importancia para el fortalecimiento de nuestro régimen de
libertades. Pero si lo que se busca es ponerle un hasta aquí a la
discriminación religiosa y fomentar el desarrollo de acciones de integración,
posiblemente “tolerancia” no sea la palabra más indicada.
Estará usted de acuerdo
conmigo que una sociedad tolerante, libre de la intolerancia que se apodera de quienes
piensan que le hacen un bien a su Iglesia y a la sociedad al hostigar y
oponerse a la diversidad, es mil veces mejor que una sociedad intolerante. En
mi percepción, toda sociedad tolerante se ve obligada a aguantar a
regañadientes –nunca de buena gana– lo que no es de su agrado. Por ahí leí algo
con lo que coincido totalmente: el tolerante mastica pero no traga a quien le
resulta diferente; lo soporta, lo aguanta, pero no lo acepta.
Existen grupos y personas
que pueden abstenerse de cometer actos intolerantes, pero no son capaces de
evitar sentimientos y pensamientos intolerantes. Esto último puede lograrse sólo
en aquellas sociedades que han logrado transitar de la tolerancia al respeto.
Para que esto se dé, es necesario
trabajar más y mejor en la consolidación del Estado laico, régimen que norma su
actitud ante el hecho religioso de acuerdo a los siguientes principios: 1)
Principio de imparcialidad ante las doctrinas religiosas; 2) principio
histórico de separación entre el Estado y las Iglesias; 3) principio de
garantía de la libertad religiosa; 4) principio de igualdad jurídica de las
asociaciones religiosas. Un Estado que se rige bajo estos principios no privilegia
a una asociación religiosa en lo particular; privilegia, eso sí, la protección
de los derechos humanos de las personas y de las minorías religiosas.
Sería un error conformarnos
con las condiciones actuales de tolerancia, sin darnos cuenta que podemos
transitar de una situación “buena” a una que es muchísima mejor: el respeto a
la diversidad. Para lograrlo, debe persistirse en la defensa del Estado de
Derecho contra actos o sujetos de poder –de hecho o de derecho– que pretendan
vulnerar derechos colectivos o individuales que han sido plasmados en los ordenamientos
jurídicos de México y en diversos instrumentos internacionales. Insisto: el Estado
laico es el único régimen que puede producir sociedades que privilegien el respeto
a los valores humanos, la igualdad, la no discriminación y el respeto por los
demás.
No hay comentarios:
Publicar un comentario