Por Armando Maya Castro
La
Cámara de Diputados, el Senado de la República y los congresos estatales que
han aprobado la reforma del artículo 24 constitucional le han dado la espalda a
los mexicanos, favoreciendo con su voto los intereses y exigencias de la jerarquía
católica, quien procura –bajo el argumento de que los padres tienen el derecho
a elegir la educación religiosa de sus hijos– el retorno de la instrucción religiosa
a las escuelas públicas.
Es
lamentable que estas instituciones no hayan tomado conciencia sobre las graves
consecuencias de aprobar una modificación que, aparte de inaugurar el desmantelamiento
del carácter laico de la educación, instaurará la violencia en los planteles
educativos, con episodios de hostilidad, agresión, maltrato y discriminación en
agravio de los niños y jóvenes no católicos.
Los
legisladores que han votado a favor de la reforma del artículo 24
constitucional se pusieron del lado de los ancestrales enemigos de la laicidad,
restándole importancia al juicio de las futuras generaciones. Olvidaron que
como funcionarios públicos tienen el deber de solucionar problemas sociales, no
de crearlos. En un Estado laico, la obligación de ellos es actuar con autonomía,
manteniendo una sana distancia frente a las religiones, las moralidades y las
conciencias individuales.
¿Ganamos
algo los mexicanos con la aprobación de esta reforma retrógrada, innecesaria e
inoportuna, que rompe con la unidad de los mexicanos? La respuesta es un no
categórico. Los que sí ganan, y mucho, es la derecha yunquista y la jerarquía
católica, obstinados en sepultar la obra de Juárez y de los hombres de la Reforma,
cuyo legado ha contribuido decididamente a fortalecer nuestro régimen de
libertades, la educación laica y la cultura de los derechos humanos.
Nada
gana México con una reforma que otorga privilegios y autoriza al Estado a
escudriñar las convicciones de los mexicanos, calificándolas de éticas y no
éticas, y protegiendo únicamente a las primeras. ¿En que nos beneficia una
reforma que pretende el retorno de la educación confesional, el exterminio del
Estado laico y el fin de nuestras libertades? ¿Qué ganamos con una modificación
legislativa que otorgará privilegios jurídicos, económicos y políticos a una
sola institución religiosa, discriminando a las minorías religiosas
establecidas en México?
Duele
decirlo, pero las legislaturas que han votado a favor de la reforma del
artículo 24 constitucional procedieron de manera insensible ante el clamor y la
preocupación de cientos de miles de mexicanos, quienes han demostrado con
argumentos sólidos que existen razones para detener el avance de dicha
modificación.
Es
lamentable que los legisladores que han aprobado dicha reforma hayan olvidado
que, por respeto a la diversidad religiosa, la educación que se imparte en las
escuelas públicas debe excluir de los programas educativos cualquier tipo de
doctrina religiosa. El Estado tiene el deber de trabajar en la preservación,
fomento y difusión de la cultura y la ciencia, dejando que la religión la
enseñen los padres de familia en los hogares, y los ministros de culto en los
templos.
La
educación laica es aquella que excluye de las escuelas públicas el dogma y el
catecismo. Esta educación no cuestiona los fundamentos de los dogmas ni de las
religiones, pero tampoco los difunde ni se basa en ellos, “sino en los
resultados del progreso de la ciencia, cuyas conclusiones no pueden ser
presentadas sino como teorías que se cotejan con los hechos y los fenómenos que
las confirman o refutan”.
Los
mexicanos esperan que los congresos estatales que tienen pendiente la votación
del artículo 24 constitucional tomen conciencia de la realidad actual de México.
Desde hace ya varias décadas, nuestro país es religiosamente plural. De acuerdo
con el INEGI, hoy por hoy, alrededor de 20 millones de mexicanos no profesan la
religión católica. Por respeto a ellos, y para evitar futuros problemas de
discriminación e intolerancia religiosa, lo más sano es que estos congresos
imiten el ejemplo de las legislaturas que rechazaron dicha modificación.
@armayacastro
Publicado en la edición impresa del diario El Mexicano, el 24 de noviembre de 2012
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