lunes, 12 de noviembre de 2012

INTOLERANCIA, AUSENCIA DE LIBERTAD RELIGIOSA



Por Armando Maya Castro

Indígenas chiapanecos víctimas de la intolerancia religiosa. EFE/Archivo

En materia de libertad de creencias religiosas y de culto, la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos establece, entre otras cosas, que “todo hombre es libre para profesar la creencia religiosa que más le agrade, y para practicar las ceremonias, devociones o actos del culto respectivo…”  (Artículo 24). 

La Ley de Asociaciones Religiosas y Culto Público (LARCP), reglamentaria de las disposiciones de nuestra Carta Magna en materia de asociaciones, agrupaciones religiosas, iglesias y culto público, establece que el Estado Mexicano garantiza en favor del individuo, el siguiente derecho: “Tener o adoptar la creencia religiosa que más le agrade y practicar, en forma individual o colectiva, los actos de culto o ritos de su preferencia”. 

A pesar de estos ordenamientos jurídicos, en México prevalece todavía la “cultura” de la intolerancia sobre la libertad de creencias y de culto, como lo demuestra el acoso arbitrario que se ejerce sobre las personas que, haciendo uso de sus libertades y derechos, deciden separarse de la Iglesia mayoritaria para incorporarse a otra institución religiosa.

Para los autores de estos ilícitos, la legislación nacional e internacional que salvaguarda los derechos religiosos del hombre es sólo letra muerta. Con base en lo anterior, podemos asegurar que la libertad religiosa en México no es plena. De serlo, todos podríamos profesar, sin complicación alguna, la creencia religiosa de nuestro agrado. 

La intolerancia ha sido y sigue siendo opuesta a la libertad religiosa; José M. González del Valle acierta cuando dice que “hablar de intolerancia religiosa equivale a hablar de ausencia de libertad religiosa”. Julia Didier va más allá al afirmar que este fenómeno “suscita la inquisición, es decir el arresto, y aun la supresión de las minorías religiosas de un país”.   

Regularmente, las personas e instituciones intolerantes cubren sus doctrinas e ideas con un manto sagrado, procurando que sean intangibles y obligatorias para todos los demás. La violencia que ejercen contra los que divergen de su forma de pensar y creer, aparte de evidenciar su carácter intransigente, los sitúa en el terreno de la ilegalidad.

El pasado 4 de noviembre, el obispo de una diócesis católica que se sitúa en la región más intolerante del país reconoció la elevada tasa de intolerancia religiosa en el estado de Chiapas. En el marco de esas declaraciones, el prelado chiapaneco lamentó que las instituciones de Estado registren únicamente las agresiones que reciben los evangélicos de los católicos, pero no los ataques que éstos reciben de los grupos protestantes. 

Al respecto, es oportuno señalar: todo evento de intolerancia religiosa, independientemente de quien lo practique, deber ser condenado enérgicamente por la sociedad y castigado conforme a la ley. Nadie en su sano juicio puede defender o justificar la violencia religiosa. Sin embargo, tenemos el deber de precisar –con base en los registros oficiales- que los embates de los evangélicos son mínimos comparados con el número de agresiones perpetradas por los católicos fundamentalistas de la región de Los Altos de Chiapas.

A lo largo de la Era cristiana, diversos grupos religiosos han participado en acciones de violencia religiosa. Sobre este punto, Henry H. Halley, autor del Compendio Manual de la Biblia, refiere: “Es cierto que Calvino consintió en la muerte de Servet. Los luteranos alemanes mataron a unos pocos anabaptistas. Eduardo VI de Inglaterra ejecutó en seis años a dos católicos (en los 5 siguientes, María romanista quemó a 282 protestantes). Isabel I ejecutó en 45 años, a 187 romanistas, la mayor parte por complots de insurrección o de asesinato, y no por herejía. En Massachussets, en 1659, los puritanos ahorcaron a 3 cuáqueros, y en 1692 hubo 20 ejecutados como hechiceros. Al protestantismo puede imputárselo algunos cientos de mártires, o cuando más unos pocos miles; pero los muertos por Roma suman incontables millones”.

Las acciones criminales de estas iglesias, independientemente de la cantidad de víctimas, de las razones que hayan tenido y de los métodos que hayan empleado, serán siempre un estigma para quienes los han perpetrado. Manchas así no las tuvo ni las hubo en Iglesia primitiva, quien se caracterizó por practicar la doctrina de amor y perdón de Jesucristo y por imitar el ejemplo inmaculado de este Santo Ser.


Publicado en El Mexicano de Tijuana



 



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