Por Armando Maya Castro
Las minorías religiosas religiosas sólo exigen respeto |
Al
finalizar la segunda Guerra Mundial, la fuerte reacción contra el horror de los
campos de exterminio nazi dio lugar a la elaboración de diversos documentos
destinados a enumerar los derechos humanos, “propiciar su protección, declarar
su importancia y la necesidad de respetarlos”.
El
10 de diciembre de 1948, la Asamblea General de la ONU aprobó la Declaración
Universal de Derechos Humanos, una resolución que consta de 30 artículos y que
tiene como objeto promover el respeto de los derechos humanos y las libertades
fundamentales. En su artículo 18, considerado como el de mayor importancia en
el ámbito político y moral de la historia del mundo occidental, están plasmadas
las libertades de pensamiento, conciencia y religión: “Toda persona tiene
derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión; este derecho
incluye la libertad de cambiar de religión o de creencia, así como la libertad
de manifestar su religión o su creencia, individual y colectivamente, tanto en
público como en privado, por la enseñanza, la práctica, el culto y la
observancia”.
Como
se puede ver, el artículo antes mencionado riñe con la añeja intransigencia de
algunas religiones, entre ellas la católica, quien ha exhibido un rostro duro e
intolerante en algunas etapas de su historia. Esta institución bloqueó, cuando
pudo y donde pudo, todo pensamiento que no fuese el impuesto por ella,
reprimiendo a quienes procuraban formarse su propio criterio en materia
religiosa, así como a aquéllos que disentían de su pensamiento doctrinal.
La
inquisición medieval, fundada por el papa Gregorio IX en 1231, persiguió a los
herejes y brujas del norte de Europa, a quienes sometió a los más crueles
castigos. La Iglesia católica arremetía contra cualquier individuo que
discrepara de sus tradiciones e ideas religiosas, persiguiendo, encarcelando y
matando a quienes tenían la osadía de cuestionar el dogmatismo romano.
Antes
de la Declaración Universal de Derechos Humanos, hubo países donde abrazar una
fe diferente a la católica era prácticamente imposible. Los católicos que se
atrevían lo hacían en la más completa clandestinidad, ya que cambiar de
religión implicaba exponerse a los más severos sufrimientos y hasta la misma
muerte. Hubo inconformes que preferían seguir siendo católicos que exponerse y
exponer a los suyos a la furia de la Iglesia católica. Estará de acuerdo
conmigo que la Declaración en cuestión vino a ser de grande ayuda para las
personas que en lo sucesivo decidieran cambiar de religión.
Algunos
analistas han señalado que –pese a que aún persisten focos severos de
intolerancia religiosa– desde la celebración del Concilio Vaticano II se han
operado importantes cambios al interior de la Iglesia mayoritaria: Estas voces
señalan que la encíclica Dignitatis Humanae, promulgada por Paulo VI el 7 de
diciembre de 1965, “dio un paso fundamental en el reconocimiento de la libertad
religiosa”; añaden que la Iglesia católica “declara plenamente esta libertad y
más aún, reconoce que ningún poder individual o social puede obligar o impedir
que las personas actúen en consonancia con sus convicciones en asuntos
religiosos…”. En lo personal, coincido con Marco Antonio Huaco Palomino, quien
afirma que si bien esta declaración “se pronuncia más decididamente a favor de
la libertad religiosa, sigue abogando a favor de una versión del Estado
confesional…”. Recordemos que cuando éste estuvo vigente, la única religión
tolerada fue el catolicismo.
Pese
a la encíclica papal y a la Declaración Universal de Derechos Humanos, la
intolerancia y discriminación religiosa son problemas que no han sido aún
resueltos. Siguen ahí, generando dolor y muerte en países como Argelia,
Nigeria, Pakistán, Sri Lanka, etcétera. En el caso concreto de México, este
flagelo se ha incrementado de manera sustancial en los últimos años,
particularmente en el sexenio de Felipe Calderón Hinojosa, quien centró sus
esfuerzos en combatir al narcotráfico y olvidó atender los casos de
intolerancia que han tenido lugar en Chiapas, Hidalgo, Puebla y Oaxaca, estados
donde la violencia religiosa sigue produciendo asesinatos, lesiones,
expulsiones y despojos en agravio de los grupos evangélicos.
La
humanidad espera que el próximo papa logre crear una mentalidad respetuosa en
aquellos católicos que siguen creyendo que en este mundo sólo hay lugar para
quienes profesan su religión. Está claro que no lo logró Joseph Ratzinger,
quien “desperdició la oportunidad de un entendimiento perdurable con los
judíos; la oportunidad de un diálogo en confianza con los musulmanes”, señaló
Hans Kung en abril de 2010.
Debo
aclarar, por último, que algunas minorías religiosas no aspiran a esa relación
de entendimiento y diálogo que menciona Kung en su Carta Abierta a los Obispos
Católicos de todo el Mundo; esperan únicamente que los jerarcas y miembros de
esa institución se conduzcan con respeto a la diversidad religiosa, admitiendo
que los seres humanos tienen el derecho a pensar, creer y decidir libremente.
@armayacastro
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