miércoles, 1 de agosto de 2012

EL UMBRAL DE UN AÑO NUEVO ESPIRITUAL


Por Armando Maya Castro

La pascua judía fue establecida como solemnidad conmemorativa el día que el pueblo de Israel alcanzó por misericordia de Dios su libertad. Atrás quedaron los sufrimientos de ese pueblo, quien vivió sometido a lo largo de cuatrocientos treinta años a un rey que se arrogaba el derecho de explotar y disponer de la vida de los hebreos según sus intereses egoístas.

La ceremonia principal de la pascua consistía en el sacrificio y posterior consumo de un cordero, cuya sangre –en el caso particular de la primera pascua– fue colocada sobre los dinteles y los postes de las casas donde vivían los israelitas. De esta manera, los primogénitos de las viviendas pintadas con la sangre del cordero quedaban a salvo del destructor. 

A la semejanza de las demás naciones, Israel tenía un año civil que comenzaba en el otoño, pero su año eclesiástico principiaba con la celebración de la pascua, en la primavera. Por mandato divino, el punto de partida para contar los meses del año debía ser el mes en que Dios otorgó a los israelitas su libertad.

Israel nunca buscó ser diferente a los demás pueblos en sus leyes, costumbres y calendario. Fue la voluntad de Dios, expresada a Moisés y a Aarón en la tierra de Egipto, la que determinó: “Este mes os será principio de los meses; para vosotros será éste el primero en los meses del año” (Santa Biblia, Éxodo 12:2).

A partir de dicho mandato, abib dejó de ser para los israelitas el mes que ocupaba el lugar séptimo en el año y se convirtió en el primero de los meses del año, es decir, en el más importante del calendario hebreo. Abib se convirtió también en el mes del memorial de liberación, donde los judíos celebraban su fiesta más importante. Esa experiencia de gozo por la libertad alcanzada perduró de generación en generación, dándole vigencia la celebración anual de la pascua. 

En los tiempos actuales, la Iglesia La Luz del Mundo tiene también su año espiritual. Inicia el primero de agosto, cuando el Apóstol de Jesucristo, Hermano Samuel Joaquín Flores, eleva su oración implorando el amparo y protección de Dios en favor de los fieles que han sido convidados a celebrar la Santa Cena, el evento cumbre de la Santa Convocación, misma que se desarrolla del 7 al 15 de agosto en diversas sedes del oriente de la zona metropolitana de Guadalajara.  

El primero de agosto es un día largamente esperado por los miembros de la Iglesia de Jesucristo. Es anhelado por quienes han sido invitados a participar de la Santa Cena en la Perla Tapatía, pero también por aquellos que, sin desplazarse hacia esta ciudad, esperan la bendición que la oración apostólica envía a las naciones conquistadas por el Evangelio de Dios. 

El primero de agosto es también esperado por los miembros que viven en la zona metropolitana de Guadalajara, quienes como buenos anfitriones brindan afecto sincero a los invitados a la Santa Cena incluso desde antes de su llegada a esta magna celebración. Así lo demuestra la jornada de oración en que habrán de participar todos ellos a partir de este día y hasta el 9 de agosto, suplicando a lo largo de nueve días la protección de Dios a favor de las delegaciones que estarán presentes en la Santa Convocación 2012. 

Es la fuerza de ese amor la que ha estado impulsando a más de 10 mil familias tapatías y tonaltecas a preparar sus hogares para brindar hospedaje digno y fraterno a los invitados del Apóstol de Jesucristo. Me atrevo a asegurar que cada una de estas familias proceden no como parentelas disgregadas, sino como lo que en verdad son: una sola familia, unida por el vínculo del amor fraternal. 

La actitud hospitalaria de los fieles de la zona metropolitana de Guadalajara ha sido motivo de admiración para muchas personas que no pertenecen a la Iglesia La Luz del Mundo. En cierta ocasión, mi amigo Mauricio Navarro, conductor de un importante programa de radio en la ciudad de Guadalajara, preguntaba a su audiencia: “¿Usted le abriría su casa a un extraño y le permitiría pernoctar en ella por varios días? ¿Verdad que está difícil? Pues déjeme decirle: eso es lo que hacen los hermanos de La Luz del Mundo cada año en su fiesta”. Cuando Mauricio me cedió el micrófono le expliqué que en la convivencia cristiana que se vive en la Santa Convocación se eliminan las diferencias y se disfruta una relación de paz, unidad y amor mutuo. Estará de acuerdo conmigo, estimado lector, que una convivencia así sólo puede ser posible en una atmosfera impregnada del amor de Dios.

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