Por Armando Maya Castro
La pascua
judía fue establecida como solemnidad conmemorativa el día que el pueblo de
Israel alcanzó por misericordia de Dios su libertad. Atrás quedaron los
sufrimientos de ese pueblo, quien vivió sometido a lo largo de cuatrocientos
treinta años a un rey que se arrogaba el derecho de explotar y disponer de la
vida de los hebreos según sus intereses egoístas.
La ceremonia
principal de la pascua consistía en el sacrificio y posterior consumo de un
cordero, cuya sangre –en el caso particular de la primera pascua– fue colocada
sobre los dinteles y los postes de las casas donde vivían los israelitas. De
esta manera, los primogénitos de las viviendas pintadas con la sangre del
cordero quedaban a salvo del destructor.
A la
semejanza de las demás naciones, Israel tenía un año civil que comenzaba en el
otoño, pero su año eclesiástico principiaba con la celebración de la pascua, en
la primavera. Por mandato divino, el punto de partida para contar los meses del
año debía ser el mes en que Dios otorgó a los israelitas su libertad.
Israel nunca
buscó ser diferente a los demás pueblos en sus leyes, costumbres y calendario.
Fue la voluntad de Dios, expresada a Moisés y a Aarón en la tierra de Egipto,
la que determinó: “Este mes os será principio de los meses; para vosotros será
éste el primero en los meses del año” (Santa Biblia, Éxodo 12:2).
A partir de
dicho mandato, abib dejó de ser para los israelitas el mes que ocupaba el lugar
séptimo en el año y se convirtió en el primero de los meses del año, es decir,
en el más importante del calendario hebreo. Abib se convirtió también en el mes
del memorial de liberación, donde los judíos celebraban su fiesta más
importante. Esa experiencia de gozo por la libertad alcanzada perduró de
generación en generación, dándole vigencia la celebración anual de la pascua.
En los
tiempos actuales, la Iglesia La Luz del Mundo tiene también su año espiritual.
Inicia el primero de agosto, cuando el Apóstol de Jesucristo, Hermano Samuel
Joaquín Flores, eleva su oración implorando el amparo y protección de Dios en
favor de los fieles que han sido convidados a celebrar la Santa Cena, el evento
cumbre de la Santa Convocación, misma que se desarrolla del 7 al 15 de agosto
en diversas sedes del oriente de la zona metropolitana de Guadalajara.
El primero
de agosto es un día largamente esperado por los miembros de la Iglesia de
Jesucristo. Es anhelado por quienes han sido invitados a participar de la Santa
Cena en la Perla Tapatía, pero también por aquellos que, sin desplazarse hacia
esta ciudad, esperan la bendición que la oración apostólica envía a las
naciones conquistadas por el Evangelio de Dios.
El primero
de agosto es también esperado por los miembros que viven en la zona metropolitana de Guadalajara, quienes como buenos anfitriones brindan afecto
sincero a los invitados a la Santa Cena incluso desde antes de su llegada a
esta magna celebración. Así lo demuestra la jornada de oración en que habrán de
participar todos ellos a partir de este día y hasta el 9 de agosto, suplicando
a lo largo de nueve días la protección de Dios a favor de las delegaciones que
estarán presentes en la Santa Convocación 2012.
Es la fuerza
de ese amor la que ha estado impulsando a más de 10 mil familias tapatías y
tonaltecas a preparar sus hogares para brindar hospedaje digno y fraterno a los
invitados del Apóstol de Jesucristo. Me atrevo a asegurar que cada una de estas
familias proceden no como parentelas disgregadas, sino como lo que en verdad
son: una sola familia, unida por el vínculo del amor fraternal.
La actitud hospitalaria
de los fieles de la zona metropolitana de Guadalajara ha sido motivo de
admiración para muchas personas que no pertenecen a la Iglesia La Luz del
Mundo. En cierta ocasión, mi amigo Mauricio Navarro, conductor de un importante
programa de radio en la ciudad de Guadalajara, preguntaba a su audiencia:
“¿Usted le abriría su casa a un extraño y le permitiría pernoctar en ella por
varios días? ¿Verdad que está difícil? Pues déjeme decirle: eso es lo que hacen
los hermanos de La Luz del Mundo cada año en su fiesta”. Cuando Mauricio me
cedió el micrófono le expliqué que en la convivencia cristiana que se vive en
la Santa Convocación se eliminan las diferencias y se disfruta una relación de
paz, unidad y amor mutuo. Estará de acuerdo conmigo, estimado lector, que una
convivencia así sólo puede ser posible en una atmosfera impregnada del amor de
Dios.
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