Por
Armando Maya Castro
Los orígenes del Anglicanismo están unidos al nombre de Enrique VIII |
Con motivo de los
Juegos Olímpicos Londres 2012, un programa matutino de una televisora mexicana
trató el tema de los orígenes del anglicanismo, religión oficial de Inglaterra,
que viene a ser una variante del protestantismo. Se mencionó en dicho programa que
las mujeres fueron la razón por la que Enrique VIII se separó de la Iglesia de
Roma y fundó el anglicanismo, sin mencionar que dicha religión “toma carta de
naturaleza cuando las ideas calvinistas llegan a Inglaterra y se constituye en
ella una Iglesia nacional, que respondía a razones políticas y religiosas”.
Diversos historiadores relatan el
conflicto entre Enrique VIII y el Papa Clemente VII, quien negó al primero el
decreto de nulidad de su matrimonio con Catalina de Aragón. La negativa papal
no impidió que el rey anulara su matrimonio con Catalina y se casara
secretamente –en 1533– con Ana Bolena. Thomas Cranmer, profesor de teología y
amigo del rey, fue nombrado Arzobispo de Canterbury, y obligado por aquél a
reconocer la validez de su matrimonio. Ana Bolena jamás le dio a su esposo el
hijo varón que éste anhelaba, sino sólo una hija, la futura reina Isabel I. Tras
la decapitación de Ana Bolena por mandato real, el monarca británico se casó
con las siguientes mujeres: Juan Seymour, Ana de Cléveris, Catalina Howard y
Catalina Parr.
En 1532, el rey había logrado el
control del clero en su comarca, además de haber sido admitido como cabeza de
la iglesia de Inglaterra. El papa reaccionó con una fallida amenaza de
excomunión, ocasionando que el Parlamento –manipulado por Enrique VIII–
emitiera “una serie de estatutos por los cuales se prohibían todos los pagos al
papa, todos los obispos debían ser elegidos a propuesta del rey, y se desconocían
todos los juramentos de obediencia al papa, licencias romanas y otros
reconocimientos de la autoridad papal” (Williston Walker, Historia de la
Iglesia Cristiana, Casa Nazarena de Publicaciones, E.U.A. 1991, p. 404).
Transcurría el año 1534, cuando el
Parlamento, a través del Acta de Supremacía, declaró a Enrique VIII jefe
supremo y cabeza visible de la Iglesia Anglicana, causando la protesta de los
clérigos que permanecían leales al catolicismo. La decisión del Parlamento fue
calificada por éstos como un acto de rebeldía a la autoridad papal.
En su obra “Cristianismo”, el escritor
Brian Wilson afirma con sobrada razón que el anglicanismo “retuvo bastantes
aspectos de la estructura del catolicismo, tanto en su administración
episcopal, como en su liturgia”. Yo agregaría que retuvo también los métodos y
prácticas intolerantes del catolicismo, mismos que utilizó para reducir al
silencio las protestas del clero y las revueltas populares en el oeste y el
norte del país, tratando de “persuadir a sus súbditos con promesas, amenazas y
severos castigos”. Jutta Burggraf afirma que en ese reinado “hubo centenares de
mártires, sacerdotes y laicos, entre ellos el obispo Juan Fisher y el ex Lord
Canciller Tomás Moro, que se negaron a reconocer la supremacía del rey sobre la
Iglesia”.
La muerte de Enrique VIII elevó al
trono a su único hijo, Enrique VI, quien dio seguimiento a la “reforma”
emprendida por su padre y por el Parlamento. Esto hizo posible que en
Inglaterra se afianzara el protestantismo, sin lograr que la naciente iglesia
británica arraigara lo suficiente.
En el breve reinado de Enrique VI, la
católica María Tudor, hija de Enrique VIII y Catalina de Aragón, provocó diversas
revueltas en el afán de restablecer el catolicismo en Inglaterra, situación que
causó que fuera recluida durante algún tiempo. A esta mujer sanguinaria,
violenta y temeraria se le presentó la gran oportunidad de reimplantar la fe
católica en Gran Bretaña cuando arribó al trono gracias al apoyo popular.
En el afán de suprimir las innovaciones
religiosas de su padre, esta mujer desencadenó una serie de persecuciones
religiosas contra quienes repudiaban el catolicismo. Estaba decidida a todo con
tal de restablecer la misa, la autoridad pontificia y restituirle a la Iglesia
católica las haciendas confiscadas por su padre y su hermanastro. Con María en
el trono, Roma parecía recuperar lo que años atrás había perdido.
El
historiador Williston Walker afirma que la
intransigencia de “María la Terrible” la llevó a ejecutar a más de 300 miembros
del alto clero protestante, a quienes acusó de herejía. El 4 de febrero de
1555, condenó a la hoguera a Juan Rogers, ministro, traductor y comentarista de
la Biblia. Este fue el primero de una larga lista de clérigos antiromanistas
ejecutados, entre los que se cuentan Hugo Latimer, Nicolás Ridley, Juan Hooper
y el arzobispo Cranmer.
El
fanatismo de esta mujer la cegó a tal grado que, en 1554, ordenó que su hermana
Isabel —hija de Enrique VIII y de Ana Bolena— fuese encarcelada bajo la falsa
acusación de estar implicada en la conspiración de Thomas Wyatt, un
levantamiento popular que surgió en Inglaterra en 1554, a causa de la
“preocupación popular por la decisión que había tomado la reina María I de casarse
con Felipe II de España”. Es evidente que las convicciones religiosas de esta
mujer estaban por encima de los lazos sanguíneos.
Con
la muerte de María Tudor, el 17 de noviembre de 1558, se evaporó la posibilidad
de que el catolicismo retornara a Inglaterra. Vino luego el reinado de Isabel
I, quien se dedicó a unificar el país que su media hermana había dividido. El
reinado de Isabel –a quien se le atribuye la creación oficial de la Iglesia
Anglicana– duró casi medio siglo y fue
quizás el más popular y exitoso en la historia de Inglaterra hasta el
advenimiento de la reina Victoria”, otra mujer que sabía cómo gobernar.
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