Por Armando Maya Castro
La Noche de San Bartolomé, crueldad que no debe repetirse |
Resulta preocupante que
muchas personas crean superada la intolerancia religiosa del pasado, ignorando
lo que pasa actualmente en Chiapas y en algunos otros estados de la República,
donde la persecución en contra los evangélicos es un problema que ni las autoridades
federales ni las estatales han podido solucionar.
Desde el surgimiento del
protestantismo, las personas que abrazaban esta clase de fe fueron víctimas de
múltiples manifestaciones de intolerancia. El trato cruel y despiadado que los
católicos les infligían, llevó a los protestantes a exigir garantías de respeto
a la libertad religiosa y un trato legal justo.
Francia es uno de los países
donde la intolerancia y odio de los
católicos hacia los protestantes imposibilitó la convivencia entre los miembros
de ambas religiones. En esa nación –específicamente en la ciudad de París– tuvo
lugar el lamentable evento que conocemos como la noche de San Bartolomé,
acaecido el 24 de agosto de 1572. Esa noche –y días subsecuentes–, más de 30
mil protestantes de la nobleza fueron pasados por la espada. “Al recibir las
noticias, el papa mandó a hacer señales de cañón, proclamó un jubileo, ordenó
que se cantara un Te Deum de acción de gracias e hizo acuñar una medalla
especial para conmemorar la gloriosa «victoria»”.
En Francia –que actualmente
se define en su Constitución como una República laica que respeta todas las
creencias– los esfuerzos de los protestantes del siglo XVI por alcanzar un
trato tolerante se vieron coronados temporalmente con la firma del Edicto de
Nantes, el 30 de abril de 1598.
Este histórico documento
concedía parcial libertad religiosa a los protestantes y ponía fin a las
guerras de religión que éstos y los católicos libraban desde hacía más de tres
décadas. El edicto de tolerancia nunca fue aceptado por autoridades de la
Iglesia católica. El papa Clemente VIII lo desaprobó, calificándolo como “la
cosa más maldita del mundo”. En consonancia con la postura papal, la Iglesia
católica “consideraba esta tolerancia como deplorable y trabajó continua y
efectivamente para socavarla”.
El edicto que fue maldecido
por el papa, además de otorgar parcial libertad religiosa, permitía que en
Francia hubiera cierto grado de convivencia entre católicos y protestantes. A
partir de su proclamación, “se hicieron muchas concesiones a los protestantes,
que, además de la libertad de conciencia, gozaban de libertad de culto. En el
plano jurídico, una amnistía devolvió a los protestantes todos sus derechos
civiles. En el aspecto político, tenían derecho a desempeñar todos los empleos
y a formular advertencias u observaciones (remontrances) al rey”.
En 1656, el clero católico
protestó ante Luis XIV por los privilegios concedidos a los hugonotes
(calvinistas franceses). Estas protestas prosperaron, y en octubre de 1685 el
Edicto de Nantes fue revocado por el monarca francés, reanudándose las
persecuciones contra los protestantes: “Todas las casas de culto protestante
debían ser destruidas y las escuelas abolidas, todos los servicios religiosos
suspendidos y todos los ministros debían dejar Francia en quince días. Si los
ministros protestantes se hacían católicos, continuarían con un substancial
aumento de sueldo y otros beneficios específicos. La tortura, la prisión y las
galeras se convirtieron en regla. Más de un cuarto de millón de hugonotes
huyeron de Francia, pese a los guardas fronterizos apostados para detenerlos”.
(Robert Andrew Baker, Compendio de la Historia Cristiana, Casa Bautista de
Publicaciones, Bogotá, 2006, p. 263 y 264).
El rey que satisfizo las
exigencias del clero fue extremadamente intolerante con los hugonotes que
permanecieron en Francia: hizo circular la noticia de que no admitiría más
hugonotes en su reino, por lo que se instaba a los calvinistas que quedaban en
Francia a cambiar de religión. Juan Foxe, en su obra “El libro de los
Mártires”, describe con lujo de detalle la crueldad desplegada en contra de los
calvinistas, afirmando que, para obligarlos a abjurar, colgaban por los
cabellos o por los pies a los hombres y a las mujeres, ahumándolos con paja
ardiendo. A muchos de ellos les arrancaban con tenazas los cabellos de la
cabeza y de la barba; otros eran metidos y sacados en grandes hogueras hasta
conseguir que abjuraran del calvinismo. Este salvajismo alcanzó niveles
insólitos, al extremo de desnudar públicamente a los protestantes y, “después
de insultarlos de la manera más infame, les clavaban agujas de la cabeza a los
pies”. Las mujeres eran vilmente ultrajadas en presencia de sus maridos o de
sus padres. Ningún protestante escapaba de la ferocidad de aquellos despiadados
hombres que, en nombre de su religión, cometían los peores excesos.
Estoy de acuerdo con quienes
piensan que esto pertenece al pasado de la Iglesia católica. Pero si queremos
que esta historia de terror no se repita, debemos evitar que la Iglesia
católica recupere los privilegios y el poder que tuvo en el pasado, elementos
que en ciertos momentos de la historia hicieron que se creyera todopoderosa y
que cometiera crímenes tan espantosos como los que hemos referido en las líneas
anteriores.
@armayacastro
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