Estamos a tiempo de tomar una decisión que nos comprometa a
erradicar la violencia de nuestras vidas, de nuestra familia y de nuestro entorno
A pesar de los avances que en materia de normatividad se han logrado,
la violencia forma parte de nuestro diario vivir. Este fenómeno, aunque
se halla presente en todos los grupos sociales, es más frecuente en los
sectores menos favorecidos, debido a las injustas desigualdades sociales
y económicas, por ejemplo el desempleo. A la violencia la
podemos encontrar diariamente en la televisión, tanto en los programas
para adultos como en aquellos que tienen la etiqueta de programas
infantiles. Es un fenómeno que forma parte de muchísimas películas
mexicanas, así como de innumerables filmes que han sido producidos en
Estados Unidos y en las demás naciones de la tierra. En muchas de ellas
–afirma Marcelino Bisbal– la violencia y el terror son modas imperantes
imposibles de evitar. Desgraciadamente, la violencia se ha
abierto paso y ha logrado penetrar en las escuelas, espacios que desde
hace tiempo dejaron de ser cien por ciento seguros para nuestros hijos e
hijas. Hoy sabemos que el bullying –esa forma de maltrato psicológico,
verbal o físico, producido entre escolares de manera reiterada a lo
largo de un tiempo determinado– se ha convertido en un verdadero azote y
en el terror de miles de niños. La violencia golpea con dureza
a los pobres, pero también a personajes cuya fama y popularidad son del
dominio público. Afecta a los mexicanos pero también a miles de
migrantes en tránsito por nuestro país, hombres y mujeres que han sido
objeto de ataques violentos en repetidas ocasiones. Nuestras autoridades
deben reconocer que estos hechos de barbarie han sido favorecidos por
los elevados niveles de corrupción, complicidad e impunidad imperantes
en México. Es más, ni los funcionarios públicos, ni sus
familiares escapan a la violencia en la que nos encontramos inmersos. La
violencia ha acabado con la vida de varios alcaldes, diputados y
agentes del Ministerio Público. El combate gubernamental en contra de
los grupos criminales y sus infames acciones ha ocasionado que los
integrantes de estos grupos tomen represalias en contra de diversos
funcionarios públicos y personas dedicadas a la política. No
creo equivocarme al afirmar que quienes sufren con mayor rigor los
efectos de la violencia y la inseguridad son los ciudadanos comunes y
corrientes, aquellos que con su trabajo diario y honesto contribuyen a
construir la grandeza de nuestro querido México. Las calles
son, con toda seguridad, los sitios donde la violencia genera mayores
estragos a través de robos, asaltos, secuestros y asesinatos. La
violencia parece ser omnipresente; nos persigue y hace acto de presencia
en los cruces viales, topes y semáforos, ocasionando la pérdida no sólo
de nuestros bienes personales, sino también de nuestra estabilidad
emocional. Aparece de noche y de día, en parques, callejones y
estacionamientos solitarios. Duele reconocerlo, pero la
violencia se ha convertido en parte de nuestro diario vivir; nos
acostamos y nos despertamos escuchando y viendo noticias traumáticas de
violaciones, "levantones", desapariciones y demás prácticas ilícitas que
ocurren todos los días en la mayoría de los estados de la República
Mexicana. Lo verdaderamente grave es que nos hemos
acostumbrado tanto a ese tipo de noticias que los mexicanos hemos
perdido la capacidad de reacción. Hay sorpresa, sí, pero no reacción, a
menos que el asesinado, secuestrado o desaparecido tenga alguna relación
de parentesco o cercanía con nosotros. Esta barbarie va en
aumento y parece no tener fin. No la tuvo en el anterior sexenio, en el
que las autoridades federales combatieron sin la debida inteligencia las
actividades ilícitas del crimen organizado. Al no cumplir sus promesas
relativas a seguridad pública, la desilusión se apoderó de la mayoría de
los mexicanos, quienes terminaron dándole la espalda al partido que nos
“gobernó” a lo largo de doce años. Es bueno quejarnos de la
violencia y de la descomposición moral que la genera, pero es mejor
realizar los esfuerzos que sean necesarios para erradicarla del entorno
en el que nos movemos. Lamentablemente, en vez de hacerlo permitimos que
la violencia ejerza dominio sobre nosotros, perjudicando a través de
ella a nuestros seres queridos. Me refiero, claro está, a la violencia
familiar o doméstica, que ocasiona severos daños físicos y psicológicos a
quienes la padecen. Admitámoslo: nuestra sociedad se halla
inmersa en un proceso de progresiva pérdida de valores, algo que puede
remediarse en el seno familiar mediante un trabajo de instrucción
responsable por parte de nosotros, los padres de familia. Me refiero,
evidentemente, al fomento de valores tales como el respeto, la
honestidad, la no violencia, la solidaridad, etcétera. Los mexicanos
estamos a tiempo de tomar una decisión que vaya más allá de quejarnos de
la violencia que nos rodea; una decisión que nos comprometa a
erradicarla de nuestra vida, de nuestra familia y de nuestro entorno.
|
No hay comentarios:
Publicar un comentario