Niños judíos, víctimas del antisemitismo nazi en los campos de concetración
Millones
de judíos, desde el siglo IV hasta la fecha, han sido víctimas del
antisemitismo, una forma de odio virulenta y homicida en contra de los
judíos.
Al referirse a este tema, John MacArthur señala que
"la historia del pueblo judío por los últimos dos mil años es una triste
letanía de prejuicio, persecución y asesinatos en masa". Con Hitler a
la cabeza, los nazis asesinaron a más de 6 millones de judíos; en la
Rusia de Stalin, casi tres millones.
El pasado mes de octubre,
el papa Francisco recibió en audiencia a una delegación de la comunidad
judía romana encabezada por el rabino en jefe Riccardo Di Segni. En esa
reunión, Jorge Mario Bergoglio señaló que "es una contradicción que un
cristiano sea antisemita: sus raíces son judías, un cristiano no puede
ser antisemita".
Al margen de esta declaración, lo cierto es
que los católicos –no los cristianos– han sido antisemitas en muchos
periodos de la historia del catolicismo. Para demostrarlo me apoyaré en
El Libro de la Memoria Judía, escrito por Simón Wiesenthal, célebre por
ser el mayor cazador de criminales de guerra nazis.
Wiesenthal,
al referirse al tradicional antijudaísmo católico, señala: “Los judíos
soportan lo que llamamos antisemitismo, desde hace más de dos mil años,
desde que fueron echados o deportados del país que les pertenecía”.
Enseguida, el citado autor expone: “Como lo muestra nuestro calendario,
la persecución de los judíos fue siempre dirigida por los cristianos,
primero por la Iglesia católica romana, luego por la Iglesia ortodoxa”.
Lo anterior nos lleva a preguntarnos: ¿por qué estas dos iglesias
procedieron así contra la raza por cuyas venas corría la sangre del
Señor Jesús, el Ser en quien supuestamente está fincada su fe?
¿Olvidaron acaso que el Señor Jesús fue un judío semejante a los que
ellos abominaban y perseguían? La respuesta nos la da el propio
Wiesenthal en la introducción de su importante calendario, afirmando que
el teólogo Juan Crisóstomo inventó la noción de culpabilidad que
responsabiliza a la nación judía de la muerte de Jesús.
Sobre
el término “deicida”, aplicado invariablemente a los judíos por los
católicos antisemitas, el autor de El Libro de la Memoria Judía nos
dice: “En esa época, el concepto teológico fatal concerniente a los
“judíos deicidas” fue utilizado sobre todo por la Iglesia romana”. En
efecto, esta expresión intolerante se empleó desde entonces y durante
cerca de dos mil años para referirse a los judíos. Fue hasta el Concilio
Vaticano II cuando la Iglesia católica resolvió dejar de
responsabilizar a los judíos por la muerte del Señor Jesús, disponiendo
que dejara de emplearse el término deicida, generador de un clima hostil
y de grave intolerancia.
Al referirse al sufrimiento
experimentado por la descendencia del patriarca Abraham en distintos
lugares y tiempos, Wiesenthal sostiene que los pontífices romanos
autorizaron cada una de las acciones antijudías perpetradas por la
Iglesia católica: “Los papas, representantes de Cristo sobre la tierra,
no pidieron jamás, ciertamente, la liquidación de los judíos, pero
aprobaron su degradación: en los judíos humillados, el mundo entero
podía ver la prueba del castigo infligido a todos los que rechazaban a
Jesús”.
La bula “Cum nimis absurdum”, publicada por el papa
Pablo IV el 17 de julio de 1555, constituye una prueba clara e
irrebatible del antisemitismo papal. Este documento pontificio señalaba
que “los homicidas de Cristo, los judíos, eran esclavos por naturaleza y
debían ser tratados como tales”.
Es complicado encontrar en la
historia de la Iglesia católica a pontífices romanos que hayan
defendido los derechos de los judíos. Puede que los haya habido, como lo
afirma Heinrich Fries al escribir que “varios papas, emperadores y
obispos defendieron los derechos de los judíos…”. El problema es que
Fries no nos proporciona los nombres de esos papas que, según él,
salieron en defensa de los derechos del pueblo hebreo. Menciona, eso sí,
a Bernardo de Claraval, clérigo que no figura en la lista de papas de
la Iglesia católica. Del abad de Claraval nos dice que recomendaba a los
cruzados: “Marchad a Sión, defended la tumba de Cristo, vuestro Señor,
pero no toquéis a los hijos de Israel, y habladles en tono amistoso,
porque son carne y hueso del Mesías...”.
Estará de acuerdo
conmigo, estimado lector, que el consentimiento papal a los actos de
barbarie en contra de los judíos exhibe a los supuestos representantes
de Cristo como autores intelectuales de las múltiples formas de
humillación causadas a los israelitas.
Hablo de judíos que
fueron masacrados en gran número, incomunicados y presionados a llevar
señales de identificación. En algunos de los casos, las actividades
económicas de los judíos fueron restringidas como resultado del odio a
la raza judía, considerada nociva para el bienestar de las sociedades.
Este antisemitismo es incompatible con el espíritu de Cristo, además de
ser incomprensible si tomamos en cuenta las raíces judías de nuestro
Señor Jesucristo, quien amó y procuró el bienestar espiritual de su
pueblo y de toda la humanidad.
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