Por Armando Maya Castro
Con
recursos del erario y apoyo de trabajadores al servicio del Estado, los
jerarcas católicos realizan los preparativos para recibir al papa Benedicto XVI
en la ciudad de León, Guanajuato. Se valen de la credulidad de los católicos
que participarán en los actos pontificios, sin haber analizado los cimientos
del papado, una institución eminentemente humana.
Los
orígenes del papado se remontan a los primeros años del siglo IV d. C., época
en que el emperador Constantino promulgó el Edicto de Milán (313), a partir del
cual la Iglesia católica obtuvo libertad plena, protección e innumerables privilegios.
El argumento romanista que proclama a Pedro como el primer obispo de Roma carece
de sustento bíblico e histórico. Tampoco existen pruebas historiográficas de
que dicho apóstol haya designado a un sucesor suyo en Roma, salvo en documentos
espurios, como son las pseudo-clementinas y las decretales pseudo-isidorianas, cimiento
indiscutible del papado.
Papías
de Hierápolis, reputado como escritor crédulo y adoptador de tradiciones
falsas, fue el primero en hablar del viaje de Pedro a Roma. Dijo que la
Babilonia referida en 1 Pedro 5:13 es Roma. Analice usted el testimonio de
Eusebio de Cesarea: “Clemente, en el libro VI de sus Hypotyposeis, refiere este hecho, y el
obispo de Hierápolis, llamado Papías, lo confirma con su testimonio. Pedro
menciona a Marcos en la primera Epístola, la cual dicen que fue escrita en
Roma; y el mismo Pedro lo indica cuando la llama metafóricamente Babilonia,
como sigue: “La iglesia que está en Babilonia, elegida juntamente con vosotros,
y Marcos mi hijo, os saludan” (Eusebio de Cesarea, Historia Eclesiástica, Clie,
Barcelona, 2008, pp. 76 y 77).
Para Voltaire, “la fabula que dice que Pedro vino a Roma, bajo el reinado
de Nerón, y que ocupó la silla durante veinte y cinco años, es una de las más
absurdas que se han inventado, porque Nerón no reinó sino trece años”. (Voltaire,
Filosofía de Voltaire, Imprenta del Diario, 1837, Coruña, pp. 168 y 169).
La interpretación del texto bíblico que menciona el saludo de Pedro a “la
Iglesia que está en Babilonia”, pretende demostrar que este apóstol desempeñó
su ministerio en la ciudad imperial de Roma. Tal afirmación deshonra a Pedro,
situándolo en el terreno del desorden y la
desobediencia, pues, teniendo de parte de Dios la misión de predicar a
los judíos (circuncisión), se dirigió a un espacio que le había sido asignado a
Pablo.
La Iglesia establecida en Roma jamás recibió de Pedro carta alguna. No le
correspondía a él atender los asuntos de dicha Iglesia, sino a Pablo, quien
tuvo el cuidado de aconsejar apostólicamente a los cristianos de esa ciudad a través
de una de sus epístolas. Evidentemente, la Iglesia favorecida por Constantino a
partir del siglo IV era diferente jerárquica y doctrinalmente a la primitiva
Iglesia.
¿Qué le dio
Constantino a la Iglesia y qué no? Marcel Simon y André Benoit, en su obra “El
Judaísmo y el Cristianismo Antiguo”, refieren algunas de las mercedes que
Constantino le otorgó a la Iglesia católica: puso a disposición de la Iglesia
el palacio de Letrán y le otorgó considerables sumas de dinero; participó en la
edificación de muchas iglesias y otorgó a los católicos los cargos más altos.
Asimismo, “manifestó su interés por la Iglesia legislando a su favor y llegando
a reconocerle un estatuto particular”.
La
Donación de Constantino es un documento espurio. Fue elaborado en medios
curiales en torno al año 800, y su falsedad fue demostrada en 1440 por Lorenzo
Valla, quien probó –a través del análisis lingüístico del texto– que no podía
estar fechado en el año 300. Antes del
derrumbe de esta patraña, la gente creía a pie juntillas que la “Donatio
Constantini” era un decreto auténtico, y que Constantino había reconocido al
papa Silvestre I como soberano y que le había donado la ciudad de Roma, las
provincias Italia y todo el Imperio romano de Occidente.
La obra real de Constantino
consistió en integrar la religión pagana y la católica, como soporte de la
ideología imperial, dando origen a una religión sincrética, conformada por
diversas influencias religiosas. La historia demuestra que el emperador, “al
tiempo que favorecía al cristianismo, siguió utilizando símbolos paganos que
resaltaban el poder del emperador…”.
Constantino
intervenía en todo, y para todo se pedía su consentimiento. “convocó concilios,
‘cristianizó’ las voluntades de los obispos y, en pago, acrecentó en poder y
riquezas el ‘Patrimonium Petri’, el famoso y controvertido Patrimonio de Pedro”.
El concilio de Nicea (325), donde se sentaron las bases dogmáticas y canónicas
de la Iglesia católica, fue convocado por el emperador, quien dirigió sus
negociaciones e influyó determinantemente en sus deliberaciones y decisiones. Este
concilio condenó al arrianismo y declaró al Hijo “homousios” (consustancial al
Padre), formula “teológica” que nace de la mente del emperador, no de los
obispos conciliares.
Estos son los
orígenes del papado y de la Iglesia católica, una Iglesia que nació en un
entorno de privilegios y se acostumbró a ellos. La visita del jefe de la
Iglesia católica pretende justamente eso: conseguir más prebendas a través de
acuerdos para introducir educación confesional a las escuelas públicas y lograr
concesiones de medios de comunicación para la Iglesia católica. ¿Puede llamarse
a eso visita pastoral?
No hay comentarios:
Publicar un comentario