Por Armando Maya Castro
Que Felipe Calderón Hinojosa
no haya besado en público el anillo papal –como lo hizo Vicente Fox Quesada cuando
recibió a Juan Pablo II en el hangar presidencial de la Ciudad de México, en el
año 2002– no significa que el Estado laico haya salido indemne en la reciente
visita de Benedicto XVI a Guanajuato. Los mexicanos hemos sido testigos de que antes
y durante la misa papal se cometieron, entre otras, las siguientes violaciones
a la laicidad del Estado mexicano: 1) el uso indiscriminado de recursos
públicos para la recepción del papa; 2) la participación de Calderón en la misa
multitudinaria; 3) la inclinación de éste ante Ratzinger para recibir la
comunión; 4) el beso del gobernador guanajuatense, Juan Manuel Oliva, al anillo
papal; 5) la presencia de todos los aspirantes presidenciales en la misa papal,
celebrada en el Parque Bicentenario de Silao.
Calderón quiso pasar a
la historia como el primer mandatario mexicano que recibe en público la
comunión, y lo logró. Hace 10 años, su antecesor en la Presidencia besó el
anillo de Karol Wojtyla, aunque no pudo comulgar en la misa de beatificación de
Juan Diego, debido a que su matrimonio con Martha Sahagún no era reconocido por
la Iglesia católica: ambos estaban divorciados de sus anteriores parejas.
La inclinación del
presidente Calderón ante el papa para recibir la comunión, exhibió, por un
lado, su franco desacato al artículo 25 de la Ley de Asociaciones Religiosas y
Culto Público, y, por el otro, la
sumisión y pleitesía de un jefe de Estado ante otro jefe de Estado. Este acto, aparte
de constituir una flagrante violación a la ley antes mencionada, resultó ofensiva
para un pueblo religiosamente plural como el nuestro. Las cifras del Censo de
Población y Vivienda 2010 indican claramente que en México más de 20 millones
de personas se declaran no católicos. Por respeto a nuestras leyes y a la actual
composición plurirreligiosa del pueblo mexicano, el presidente de México debió haberse
abstenido de manifestar su fe en público en el desarrollo de la misa papal.
Nadie niega su derecho
de profesar en el ámbito privado la confesión religiosa de su preferencia; lo
que no puede ni debe hacer, como primer mandatario de la nación, es participar
públicamente en ceremonias de carácter religioso, olvidando su condición de
representante de un Estado que, por mandato de ley, es laico. Por ningún motivo
puede someter a los ciudadanos de esta nación al jefe de la institución
religiosa a la que él pertenece.
El presidente Calderón violentó
una vez más el juramento de cumplir y hacer cumplir la Constitución Política de
los Estados Unidos Mexicanos y las leyes que de ella emanan. Violación similar cometió
el gobernador Juan Manuel Oliva al derrochar –al igual que los alcaldes de
León, Silao y Guanajuato– recursos públicos para recibir a Benedicto XVI, situación
que generó inconformidad en algunos sectores de la población, además de evidenciar
el compromiso e incondicionalidad de los grupos conservadores de la extrema
derecha, con el principal jerarca del catolicismo a nivel mundial. Oliva quebrantó
la ley al besar el anillo del papa, soslayando intencionalmente el hecho de que
México es un Estado laico. Nadie cuestiona la creencia religiosa del gobernador
guanajuatense, sino su menosprecio público a la Constitución y a las leyes que
regulan la actuación de las autoridades en materia religiosa.
La presencia de todos
los aspirantes a la Presidencia en la misa papal es también violatoria de la
ley y del Estado laico. Algunos de ellos afirman una cosa y enseguida hacen todo
lo contrario. Me refiero al caso específico de Enrique Peña Nieto, quien primero
ofrece mantener una actitud de defensa al Estado laico y de respeto a las
distintas iglesias, y luego se presenta en la misa papal sin el más mínimo
respeto a la ley. Josefina Vázquez Mota
no se limitó a hacer acto de presencia en la misa papal, sino que también
comulgó, imitando el ejemplo de Calderón.
Aunque el presidente de
la Cámara de Diputados, Guadalupe Acosta Naranjo, declaró que el Papa no iba “a
intervenir en lo absoluto en la vida interna de México", a través de su
Secretario de Estado Vaticano, Tarcisio Bertone, sí intervino en la vida
interna de México. Lo hizo cuando, sin
el más mínimo respeto a la soberanía nacional, pidió que se afiance en México la libertad
religiosa, afirmando que “ese derecho fundamental del ser humano va mucho más allá del mero
culto”. Las declaraciones del cardenal sobre la reforma del artículo 24
constitucional violan el principio de no intervención y autodeterminación de
los pueblos, mismo que fue establecido por Benito Juárez desde mediados del
siglo antepasado.
Todo parece indicar que el llamado de Bertone en su
estancia en Guanajuato produjo efecto en la mayoría de los senadores de la
República, quienes aprobaron –de espaldas a la nación y a puerta cerrada– la
reforma del artículo 24 constitucional, modificación que abre la puerta a futuras
modificaciones que permitirán que en las escuelas públicas se imparta educación
religiosa y que las “iglesias” cuenten
con medios de comunicación.
La figura de Juárez se
agiganta cuando observamos a los legisladores y a una clase gobernante rendida
a los pies de un poder extranjero, permitiendo la intromisión del Vaticano en
asuntos internos de México, los cuales son competencia exclusiva de los
mexicanos. Es inaceptable que nuestros políticos le hayan permitido a Bertone dirigir
un mensaje violatorio de la soberanía nacional, que echa por tierra el inmortal
apotegma de Benito Juárez: “Entre los individuos, como entre las naciones, el
respeto al derecho ajeno es la paz”. Si esto hubiese ocurrido en el tiempo del
Benemérito de las Américas, el rechazo a la intromisión vaticana hubiera sido
inmediato. ¡Cuánta falta nos hace Juárez!
Twitter: @armayacastro
No hay comentarios:
Publicar un comentario