martes, 30 de diciembre de 2014

CÓDIGO DE ÉTICA EN EL PERIODISMO

Por Armando Maya Castro

La libertad de expresión es un derecho humano fundamental, la piedra angular de toda democracia. Sin la garantía de este derecho inalienable, que comprende la libertad de buscar, recibir y difundir informaciones e ideas de todo tipo, no puede existir una verdadera democracia. 

En México, esta libertad se encuentra garantizada por el artículo 6° constitucional, que a la letra dice: “La manifestación de las ideas no será objeto de ninguna inquisición judicial o administrativa, sino en el caso de que ataque a la moral, los derechos de terceros, provoque algún delito o perturbe el orden público; el derecho a la información será garantizado por el Estado”.

Los periodistas de México y de cualquier país del mundo tienen derechos y obligaciones. Por la delicada tarea que cumplen en su quehacer informativo, tiene el derecho a garantías y facilidades para el cumplimiento de su función, pero también la obligación de escribir con veracidad y exactitud, evitando la deformación y tergiversación de los acontecimientos. Asimismo, están obligados a cumplir y respetar los deberes establecidos en sus propios códigos de ética.

Lamentablemente, algunos periodistas van por la vida exigiendo derechos en la realización de su trabajo periodístico, pero sin cumplir con sus deberes éticos. Se les observa “trabajar” sin tomar conciencia que se deben fundamentalmente al pueblo, quien tiene el derecho a ser informado veraz, oportuna e integralmente. Exigen garantías pero, en nombre de la utilidad que otorgan el sensacionalismo, el escándalo, la adulteración de acontecimientos o la incalificable violación de la intimidad de las personas, traicionan sus responsabilidades éticas. 

Me referiré a continuación a esos medios de información que tienen códigos de ética que, penosamente, no siempre respetan. Uno de ellos, que desde su creación en 1976 se caracterizó por defender las libertades fundamentales y por denunciar las violaciones de los derechos humanos, lanzó recientemente una ofensiva mediática contra las minorías religiosas establecidas en México. En una edición especial, este semanario calificó como sectas a varias asociaciones religiosas debidamente registradas ante la Secretaría de Gobernación. Al hacerlo, reprodujo el discriminante discurso de la jerarquía católica, el cual llegó a su cenit cuando el entonces nuncio papal, Girolamo Prigione, declaró que “las sectas son moscas que hay que matar a periodicazos”.

Semanas después, la revista en comento promocionó en su número 1990 la edición especial ya mencionada con el siguiente texto: “La sociedad no está preparada para entender el fenómeno de las sectas; cataloga a sus adeptos como débiles e ignorantes y no como víctimas”. El anterior es un texto que emite un juicio de valor altamente discriminante contra las minorías religiosas, a las que considera victimarias, es decir, instituciones que ocasionan daños y perjuicio a sus adeptos, a quienes coloca en el lugar de víctimas. 

La publicidad en cuestión se realiza a muy a pesar del Código Ético de dicho medio de comunicación, que señala en uno de sus puntos: “No deben publicarse expresiones discriminatorias u ofensivas de ninguna clase, especialmente cuando aluden a la raza, la religión, el grupo étnico, el nivel cultural, la edad, el sexo o las referencias sexuales de las personas…”. La violación de su propio código de ética es lamentable, como también lo es que pasen por alto las leyes de México, los tratados internacionales y otros instrumentos adoptados desde 1945, los cuales confieren una base jurídica a los derechos humanos inherentes.

Esta forma de periodismo puede llevar a la sociedad a linchar moral y físicamente a los miembros de las minorías religiosas calificadas como sectas. Asimismo, puede contribuir a la multiplicación y agravamiento de los problemas de intolerancia religiosa, un fenómeno que tiene su epicentro en el estado de Chiapas, pero que también tiene presencia en Oaxaca, Puebla, Guerrero e Hidalgo. Y es que, utilizar la pluma para calificar de secta a un grupo religioso es de lo más sencillo; lo grave es que, al hacerlo, se le está diciendo a la sociedad que el grupo conceptuado como tal representa una amenaza para la nación y, por lo tanto, ese grupo no tiene derecho a existir ni a ser tolerado, mucho menos a ser respetado. 

Concluyo mi colaboración de este día con las palabras del doctor Ernesto Villanueva, quien en su libro “Deontología informativa: códigos deontológicos de la prensa escrita en el mundo”, señala que el periodista debe "ser ajeno al sensacionalismo irresponsable, a la mercantilización de la noticia o cualquier tipo de manipuleo de la información o de la opinión que falsee, tergiverse, niegue o limite la verdad". A lo que no debe ser ajeno es al periodismo veraz y objetivo, ese que evita el fomento de males como la discriminación basada, entre otras cosas, en la raza, el sexo, la religión, las opiniones políticas, etcétera.

Twitter: @armayacastro

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