martes, 2 de diciembre de 2014

DESDE LAS SOBRAS DEL ANONIMATO

Por Armando Maya Castro

El Diccionario de la Real Academia Española define el término “anónimo” de la siguiente manera: “Carta o papel sin firma en que, por lo común, se dice algo ofensivo o desagradable”.

Respecto a este tema, Armida de la Vara sostiene en su libro “De lo cotidiano”  que "el anónimo se usa para difamar, zaherir o destrozar la reputación de alguien. Como la humedad, callada y sin dar la cara, se tira el chisme al aire y éste se encarga de propalarlo". 

La escritora de origen sonorense señala en la obra antes mencionada que el anónimo es “arma de cobardes y débiles”, y agrega: “Quien tiene fuerza no esconde el rostro para decir su verdad, y si lo hace por medio de la letra, estampa su firma sin vacilaciones. Quien tiene limpio el rostro no necesita de máscaras". 
Tras explicar que son los “tontos del corazón” los que se valen de este recurso, Armida de la Vara subraya que "quien es capaz de usar esa arma despreciable no alzará jamás el vuelo, al contrario, se condena a reptar como serpiente, siempre pegado al suelo. De todas maneras, ¡qué tristeza comprobar que tanta gente está acostumbrada a tirar la piedra y esconder la mano". 

El escrito anónimo, tan usual en los actuales medios de comunicación por internet, es signo evidente de un comportamiento cobarde, y más aún cuando quienes utilizan ese recurso argumentan que recurren a él con el supuesto propósito de sanear y de contribuir a “enderezar el sendero”. 

Es evidente que cuando las personas o grupos son impulsadas por propósitos nobles y sinceros no necesitan actuar desde el anonimato o la clandestinidad. Esto lo hacen quienes pretenden exhibir y perjudicar la imagen de las personas e instituciones dedicadas a trabajar con ahínco y decencia.  

Los anónimos, provocados la mayoría de las veces por la envidia y/o el odio irracional, buscan denigrar el honor y el buen nombre de las personas. Estos escritos buscan, por encima de todo, perturbar y entorpecer el crecimiento de las instituciones que tienen una trayectoria de éxito que goza del reconocimiento de propios y extraños. 

Quien posee la verdad no necesita oponerse, criticar e insultar desde las sombras del anonimato. El que sabe que una institución requiere de reformas da la cara, como lo hizo Martín Lutero cuando fijó sus 95 tesis en la puerta de la Iglesia de Wittenberg, el 31 de octubre de 1517. Evidentemente, esto lo hace quien sabe que se requieren reformas y es movido, además, por propósitos nobles, orientados a sanear una institución. No así quienes desde el anonimato señalan faltas y la necesidad de reformas en un entorno donde todo, absolutamente todo, marcha bien.

Estará de acuerdo conmigo, estimado lector, que sugerir desde el anonimato reformas que no se necesitan, es una tentativa vana de mancillar la imagen de las personas e instituciones. Es, asimismo, un intento siniestro de desestabilizar lo que es estable, utilizando con destreza las armas favoritas de los cobardes y envidiosos: los anónimos. 

Twitter: @armayacastro

Publicado en El Mexicano



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