Por Armando Maya Castro
Confrontación, dolor y muerte son algunas de los males que
el fanatismo religioso ha ocasionado a través de los tiempos. Los excesos y
vejaciones de este abominable fenómeno han sido la causa del derramamiento de
mucha sangre en todas las edades, principalmente en la sombría Edad Media, en
el transcurso de la cual se estableció la inquisición y se ordenaron las cruzadas,
dos de las principales vergüenzas de nuestra historia.
A pesar de los males que ocasionaron durante su vigencia, diversos
apologistas han justificado la creación de la inquisición y el establecimiento de
las cruzadas, empresas descabelladas promovidas y patrocinadas por la Iglesia
católica con el pretexto de recuperar los lugares sagrados en poder de los
musulmanes y poner fin al dolor de los católicos que vivían bajo el dominio de
aquéllos.
Al grito de “Dios lo quiere”, los cruzados emplearon su
tiempo y sus energías al saqueo y violencia en agravio de los musulmanes,
judíos y ortodoxos. El violento ataque contra estos últimos tuvo lugar en la
ciudad de Constantinopla, al comienzo de la cuarta cruzada, organizada por el
papa Inocencio III. En abril de 1204, religiosos y seglares ortodoxos cayeron
bajo la espada inclemente de los soldados del papa, empeorando así las
complicadas relaciones entre el oriente ortodoxo y el occidente católico.
En aquel tiempo eran delitos las libertades de expresión y
de pensamiento, y más si estas libertades llevaban a las personas a pensar y
creer diferente al dogma católico; era delito cuestionar y poner en tela de duda
la doctrina emanada de los concilios de la Iglesia romana. La inquisición
persiguió no sólo este delito sino también otros delitos menores relacionados
con la herejía: la blasfemia, la bigamia, la posesión de libros heréticos, etcétera.
La remembranza de estos sucesos duele, más allá de que
pertenezcan a un tiempo en que el respeto a los derechos humanos y a las
libertades fundamentales era inexistente. Duele no sólo por el indescriptible
sufrimiento que el fanatismo religioso ocasionó en esa época, sino porque sus
excesos han sido atribuidos, injustamente, a la religión, sin que ésta sea la
responsable de las prácticas intolerantes que se han cometido en nombre de
Dios, la fe y la religión.
Esta injusta atribución ha dado origen a frases y
comentarios que exhiben a la religión como la causa del odio entre los miembros
de las religiones. Una de ellas, de la autoría de Jonathan Swift, reza de la
siguiente manera: “Tenemos bastante religión para odiarnos unos a otros, pero
no la bastante para amarnos”.
Ante esta frase, y muchas otras en ese sentido, tenemos el
deber de aclarar que la religión es incapaz de emitir mandamientos que fomenten
el odio entre los miembros de las religiones. Las enemistades y odios entre éstas
son el resultado de la incorrecta interpretación de las enseñanzas de un Dios
que es amor y, por lo tanto, incapaz de ordenarle a los hombres que se odien y
destruyan entre sí.
Lo que
sucede actualmente en la Franja de Gaza –donde se libra un conflicto religioso
y territorial– es un acto criminal, no sólo de los israelitas en contra de los
palestinos, sino de éstos contra aquéllos. Condeno enérgicamente los actos
terroristas de Hamás contra Israel, así como la respuesta violenta de éste
contra los palestinos. En mi opinión, nadie en su sano juicio puede ponderar la
insensatez e insensibilidad de las autoridades israelíes ni la de los
dirigentes de la organización palestina islámica que controla la Franja de Gaza.
El fundamentalismo de Hamás y las feroces embestidas de Israel han ocasionado
en los últimos 20 días la muerte de más de mil personas, entre ellos 192 niños.
Nada, ni siquiera
la religión, pueden justificar la barbarie que se vive en Palestina, donde un
elevado porcentaje de palestinos y judíos desean el cese del conflicto para
poder vivir en paz. Repruebo, como muchos, la masacre del ejército israelita en
agravio de los palestinos, pero también las brutales acciones terroristas de
Hamás. Estoy convencido que, más allá de las diferencias, del territorio y de
la religión, esta región del mundo merece vivir libre de ataques terroristas y
de las acciones criminales que han tenido lugar en las últimas semanas.
Twitter:
@armayacastro
EL FANATISMO RELIGIOSO
ResponderEliminarEl fanático religioso se identifica con un individuo que pretende imponer la mirada extrema de la religión que practica. Su actitud será siempre inflexible, al punto de no considerar ni la lógica, la moral imperante ni el sentido común
Mediante la cual el fundamentalista se cree dueño de una verdad absoluta y atemporal, de la cual no se puede hacer la más mínima crítica o reflexión
El fanatismo es inherente a la condición humana, es el peor pecado de soberbia del hombre, que cree estar en posesión de la verdad e intenta imponerla a otros hombres, aunque sea derramando sangre
Voltaire decía que “cuando el fanatismo ha gangrenado el cerebro, la enfermedad es incurable” porque es corrosivo, enemigo de la libertad, del progreso del conocimiento y el responsable por asesinatos, genocidios masacres, guerras, persecuciones, injusticias y violencias de todo tipo.
Psicológicamente el fanático presenta cuadros de monomanías y comportamientos obsesivos sin lugar a discusión amparándose en la veracidad inquebrantable de una sola verdad
En conclusión generalmente se clasifica al fanático como una persona ignorante e ingenua, con un razonamiento apenas suficiente para justificar y defender sus creencias mediante la agresión o juzgando a los demás como herejes.