Por Armando Maya Castro
¿Por qué el papa Francisco se ha
negado a suprimir la controvertida congregación fundada en 1941 por el
sacerdote Marcial Maciel Degollado? ¿Será acaso porque piensa, como varios
jerarcas católicos, que los males de la Legión se terminaron con la muerte de
su impúdico fundador? O tal vez sea porque los Legionarios de Cristo significan
muchos millones de dólares para la Iglesia del papa Francisco, como ha escrito
recientemente la periodista Sanjuana Martínez (Sinembargo.mx, enero 13 de 2014).
Estas y muchas otra preguntas
sobre la Legión siguen sin tener respuesta. Lo que sí sabemos, y muy bien, es
que la supresión de esta poderosísima congregación católica no es una tarea fácil.
Y no lo es porque la Legión de Cristo y su institución Regnum Christi cuentan
actualmente con 67 mil laicos, 893 sacerdotes y 2 mil 371 seminaristas, la
mayor parte de ellos de solvente posición económica. Estos números, pero sobre
todo el poder adquisitivo de los integrantes de la Legión, tienen un peso importantísimo
para el actual pontífice romano, como lo tuvo también para los papas Juan Pablo
II y Benedicto XVI.
En vez de extinguir a la citada
congregación católica, el papa Benedicto XVI ordenó –en mayo de 2010– la
reforma de ésta, designando un comisario que guiará su refundación. Para
algunos expertos en el tema, la reforma de la Legión no logrará la
restructuración de fondo que requiere dicha congregación. Estas voces nos dicen
que todo quedará en simple maquillaje, es decir en pequeños cambios y ajustes
superficiales.
¿Se erige algo nuevo y moralmente
bueno cuando es evidente que los Legionarios de Cristo siguen mintiendo como
mintió Marcial Maciel a lo largo de su vida? Alguien se preguntará: ¿cuáles son
las pruebas de que mienten? Veámoslo. Hace algunas semanas, los Legionarios de
Cristo reconocieron públicamente que en los últimos 18 años, 35 de sus
sacerdotes recibieron acusaciones de haber cometido abusos sexuales contra
menores, y nueve de esos curas fueron hallados culpables.
Sanjuana Martínez, luego de
asegurar que “las víctimas de abusos sexuales [de los Legionarios] superan el
centenar”, se pregunta: “¿Por qué el informe no contiene los nombres de los
sacerdotes pederastas y el camino de impunidad que siguieron gracias a la
protección que les brindó la Legión de Cristo? ¿Por qué esos 9 encontrados
culpables no fueron puestos a disposición de la justicia? ¿Por qué no pagan la
reparación del daño a las víctimas?” (Sinembargo.mx, enero 13 de 2014).
El problema es que los
pederastas de la Legión fueron juzgados por la justicia canónica, que
históricamente ha tratado estos delitos como si fueran pecados que se
solucionan a través de confesiones y de penitencias impuestas en el
confesionario. En anteriores columnas he señalado que este “modus operandi”
sólo ha logrado que crezca el deterioro de la Iglesia católica y que los crímenes
de los Legionarios permanezcan impunes, como sucedió con los múltiples delitos cometidos
por el sicópata Marcial Maciel.
Velasio de Palois, delegado pontificio
para la renovación de los Legionarios, nos dice ahora que –con sentido
penitencial– los miembros de la controvertida congregación se preparan para reconocer
públicamente su responsabilidad y pedir perdón a los afectados por los abusos
cometidos en el pasado.
Estará de acuerdo conmigo,
estimado lector, que un “mea culpa” público no es suficiente si no se denuncia
ante las autoridades civiles a los pederastas que siguieron el disoluto ejemplo
de Maciel. Tampoco será suficiente si el papa Francisco persiste en su afán de
canonizar a Juan Pablo II, el papa que sostuvo una estrecha relación con el
michoacano Marcial Maciel, situándolo muy cerca de su persona en algunas de las
visitas que realizó a México durante su pontificado, "además de concederle
cargos eclesiásticos de principal relevancia, como el de consultor permanente
de la Congregación para el Clero.
Canonizar a Juan Pablo II sería
tanto como aplaudir las acciones criminales del protegido de éste. Entiendo perfectamente
bien que los actos pederastas los perpetró Maciel, no el papa Juan Pablo II.
Sin embargo, nadie puede negar la responsabilidad de Karol Wojtyla, quien protegió
y honró al legionario mayor, logrando que éste delincuente con sotana eludiera
a lo largo de su vida la acción de la justicia.
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