Armando Maya Castro
La agresión sicológica, verbal o física, producida entre niños
en edad escolar, es un fenómeno social que, aunque se ha incrementado en los
últimos años, no es propia de nuestro tiempo. El acoso escolar, que se manifiesta
principalmente en las aulas y patios de las escuelas, tiene décadas de estar
presente en los centros educativos de México y el mundo.
Clifford
H. Edwards, autor del libro “El orden en las aulas: Recursos para resolver los
problemas de disciplina en clase”, apunta que el acoso escolar (bullying en su
expresión inglesa) “se ha relacionado con las masacres escolares, cada vez más
frecuentes desde mediados de la década de 1950”.
Lo
que sí es propio de nuestro tiempo es el interés mundial por solucionar este
delicado problema, que se manifiesta en el medio escolar a través de la
violencia perpetrada por determinados niños y adolescentes en agravio de algunos
de sus compañeros. Las siguientes son algunas de las manifestaciones de
violencia más comunes: golpes, gritos, zancadillas, asignación de apodos,
confiscación de objetos, amenazas y comentarios hirientes, acciones que suelen
complicar la vida de la víctima y de los familiares de ésta.
¿Pero
a qué se debe este fenómeno? ¿Cuál es la raíz de este reprobable mal? Los estudiosos
del tema señalan que el problema obedece a un conjunto de factores: los cambios
que ha experimentado la escuela en la época actual, la influencia de los medios
de comunicación, particularmente la televisión, cuyo contenido violento ha
contribuido a la transformación de un importante número de niños en seres altamente
agresivos.
A
principios de la década de los setentas, autores como Gerbner y Liebert
analizaron las emisiones de televisión americana que en aquellos años
contemplaban los menores de edad. De acuerdo con el primero, el 80% de esas
emisiones contenían episodios violentos. Años después, “contó en programas
destinados a los niños un promedio de seis agresiones por media hora, contra un
solo acto de apaciguamiento luego de una agresión, en ese mismo lapso”.
Huesmann afirma que “el hecho de ver mucha violencia en la televisión está
asociado al aumento de la agresión, sobre todo en los niños menores”.
A
esto debe agregarse el uso del internet y de los teléfonos móviles, que han
dado origen a lo que hoy por hoy se conoce como cyberbullying: hostigamiento escolar
sufrido a través de redes sociales o servicios de comunicación móvil.
Sobre
este tipo de acoso, Flavia
Sinigagliesi, pediatra del Equipo Bullying Cero Argentina del Centro de
Investigaciones del Desarrollo Psiconeurológico, explica: "Hasta no hace
mucho, el acoso terminaba fuera del colegio. Ahora con los celulares e internet
no tiene límite”. Me interesa dejar en claro que el problema no es la nueva
tecnología, sino el mal uso que de ella se hace.
Otro
factor que ha contribuido al incremento del acoso escolar es la utilización
abusiva de aquellos videojuegos cargados con violencia ficticia. El contenido
de éstos “puede llevar a los niños y adolescentes a confundir realidad y
fantasía y ver con naturalidad la agresión a los demás”.
Esta
situación ha sido y seguirá siendo materia de estudio para los sicólogos de
nuestro tiempo, quienes se han declarado hondamente preocupados por la nueva
generación de realidad virtual y de juegos en internet.
Los
daños que el acoso escolar ha ocasionado son tantos y tan preocupantes, que el Senado
de la República, luego de reportar que en el 2012 murieron al menos 5 mil
menores por causas relacionadas con el bullying, se puso a trabajar en una
iniciativa de ley que tiene el propósito de prevenir y castigar la violencia
escolar.
Nuestro
país necesita, aparte de la mencionada ley, el involucramiento de la sociedad en
general, pero principalmente de los padres de familia, quienes tienen la
obligación de estar al tanto de cualquier señal que ayude a detectar si sus
pequeños son causantes o víctimas de bullying. Estará de acuerdo conmigo,
estimado lector, que en cualquiera de estos casos los menores de edad necesitan
recibir ayuda.
Me queda claro que los padres de familia, con el apoyo
del Estado, tendrán que hacer mucho más de lo que han hecho, ocupándose de los
niños agredidos, de los testigos de la agresión, y de los agresores. Es honesto
reconocer que estos últimos también son víctimas de la lamentable crisis de
valores por la que atraviesa nuestra actual
sociedad.
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