jueves, 18 de julio de 2013

POLÉMICA CANONIZACIÓN

Por Armando Maya Castro
A pesar de haber conocido los crímenes sexuales del sacerdote Marcial Maciel, Juan Pablo II le otorgó siempre su amistad, bendición y protección. Las víctimas del fundador de los Legionarios de Cristo no aceptan que Jorge Mario Bergoglio eleve a los altares al papa que habiendo tenido conocimiento de las perversiones del clérigo michoacano no hizo absolutamente nada en su contra

Con el anuncio de la canonización de Juan Pablo II, diversos grupos y personas han protestado por la decisión del papa Francisco, quien muestra de esta manera su insensibilidad al dolor de miles de niños y adolescentes que fueron abusados sexualmente por un importante número de clérigos que aquél protegió en sus 27 años de pontificado.

José Martínez de Velasco, directivo de la Asociación de Víctimas de los Legionarios de Cristo (AVL), habló así de esta polémica canonización: “El pontificado de Juan Pablo II ha sido un papado excesivamente largo y, precisamente por ello, hubo sombras que deberían haberse considerado e investigado más”. En vez de ello, los promotores de la causa de canonización del pontífice polaco le dieron más importancia a las supuestas luces de su papado.

John Pilmaier, de la Red de Sobrevivientes de Abuso Sexual por Sacerdotes (SNAP, por sus siglas en inglés), se refirió a este tema en los siguientes términos: “Esta movida (la canonización de Juan Pablo II) embarra el profundo y aún fresco escándalo de las víctimas de abusos sexuales”. Al abundar sobre la decisión papal, el  mencionado activista añadió: “A pesar de haber sido papa durante décadas, Juan Pablo II no hizo nada para proteger a esta gente”.

La decisión de canonizar a Karol Wojtyla contradice la reforma del papa Francisco, que supone “la continuación” de la lucha contra la pederastia clerical. Por una parte endurece las penas contra la pederastia en el Vaticano, y por la otra resuelve canonizar a quien protegió a varios sacerdotes pederastas, entre ellos al extinto fundador de la congregación de los Legionarios de Cristo, Marcial Maciel Degollado.

Aunque algunas voces del Vaticano han señalado que "Juan Pablo II no estaba en conocimiento de la doble personalidad del padre Maciel", lo cierto es que siempre estuvo enterado de los abusos sexuales de aquél. Tal vez haya desconocido la relación que sostuvo con Blanca Estela Lara Gutiérrez y el abuso en agravio de los dos hijos que procreó con ella, pero nada ignoraba sobre los abusos cometidos por Maciel en contra de los jóvenes seminaristas.

¿En qué se basan quienes sostienen que Juan Pablo II tenía conocimiento de estas inmoralidades? En la carta abierta que ocho ex Legionarios de Cristo enviaron al papa en noviembre de 1997. En ella, las víctimas del clérigo michoacano declaraban “la terrible y dolorosa verdad del oscuro mal oculto (…) durante más de cuatro décadas, acerca de la encubierta conducta inmoral del mismo fundador y superior general de la Legión de Cristo, el Padre Marcial Maciel Degollado”.

Por esta carta, Juan Pablo II se enteró que su protegido era adicto al demerol, un potente tranquilizante que “conseguía gracias a sus seminaristas, que se lo administraban regularmente…”. Félix Alarcón, una de sus víctimas, asegura que su superior se inyectaba, además, una sustancia derivada de la morfina. Estas drogas –refiere Alarcón– las conseguían los seminaristas por indicaciones de su líder.

A pesar de estas evidencias, el concepto de Wojtyla sobre este siniestro personaje siguió siendo el que tenía de él desde 1994, año en que lo calificó como “guía eficaz de la juventud”. Observe usted el porqué de mi aseveración: el 30 de noviembre de 2004, con motivo del 60 aniversario de la ordenación sacerdotal del entonces líder de la Legión, Juan Pablo II le impartió una bendición apostólica especial: “Mi afectuoso saludo se dirige ante todo al querido padre Maciel, al que de buen grado acompaño con mis más cordiales deseos de un ministerio sacerdotal colmado de los dones del Espíritu Santo”.

Aparte de la carta abierta antes mencionada, dos de las víctimas denunciaron “por las vías y protocolos canónicos oficiales, establecidos por las instancias vaticanas pertinentes, parte gravísima de los males” que ese año habían revelado a un diario norteamericano (Hartford Courant, 23 de febrero de 1997). Estos datos dejan en claro que el futuro santo del catolicismo sabía demasiado sobre las perversiones del pederasta Maciel.

Pese a toda esta información, no se abrió ningún proceso canónico ni se ordenó ninguna investigación a fondo en contra de Maciel, quien siguió siendo, como sostiene el investigador Bernardo Barranco, “un referente obligado y (…) un consultor de todas las confianzas del pontífice polaco en temas relacionados con vocaciones, clero y diferentes frentes en América Latina”.

La canonización de Juan Pablo II no logrará borrar el estigma que pesa sobre él desde hace mucho tiempo. Lo que sí logrará es que Francisco no pase a la historia como el gran reformista que pretende ser, sino como el papa que elevó a los altares al pontífice romano que dejó en la impunidad los actos delincuenciales de cientos de sacerdotes, en especial los de su amigo Marcial Maciel. 

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