Por Armando Maya Castro
Las manifestaciones de los mexicanos piden justicia en el caso Ayotzinapa, y que se ponga el fin a la ola de violencia que azota al país |
Las
acciones del gobierno han intentado pero no han podido acabar con la violencia
que lastima a nuestro querido México de norte a sur; tampoco han podido reducir
los altos índices de delincuencia, ni siquiera con la participación activa del
Ejército, una institución que sigue gozando de la confianza del pueblo de
México, independientemente de que algunos de sus integrantes estén señalados de
haber participado en las ejecuciones extrajudiciales que tuvieron lugar en
Tlatlaya, Estado de México.
Desde
el sexenio de Vicente Fox Quesada, nuestro país tiene presencia constante en
las portadas de los principales diarios del mundo por el número de asesinatos,
secuestros y ejecuciones, algunas de éstas perpetradas por los miembros de las
instituciones encargadas de mantener el orden y brindar protección a los
mexicanos. Debo dejar en claro que el propósito de mi columna no es
responsabilizar exclusivamente al gobierno en turno de la preocupante situación
que se vive en México, pues de todos es sabido que la falta de una estrategia
de combate al crimen organizado en administraciones anteriores favoreció el
incremento de la corrupción y creó un ambiente propicio para su proliferación.
Duele
decirlo, pero por el momento no se vislumbra una solución inmediata que nos permita
pensar en la disminución de los estragos que este flagelo social está
ocasionando a lo largo y ancho de México. En estados como Tamaulipas, Michoacán
y, recientemente, Guerrero la violencia ha rebasado todos los límites y todas
las alarmas, sembrando el miedo y la indignación por doquier, incluso entre la
clase estudiantil. El mejor ejemplo de lo antes señalado son los 43 estudiantes
desaparecidos desde el pasado 26 de septiembre en la ciudad de Iguala,
Guerrero, un hecho que ha sido enérgicamente condenado por la sociedad y por
diversos organismos nacionales e internacionales, entre ellos la Organización
de las Naciones Unidas.
La
solución inmediata al problema nadie la tiene. Lo que sí tenemos es
conocimiento de algunos de los factores generadores de la actual situación de
violencia que enferma a nuestra actual sociedad: la creciente corrupción
política, la crisis de valores en la familia, los modelos agresivos que
propugnan algunos medios de comunicación, el desempleo y la pobreza que de éste
se deriva, entre muchas otras causas.
No
podemos esperar la desaparición de este fenómeno mientras persistan factores
como los antes mencionados. En el caso concreto de la pérdida de valores, miles
de padres de familia están en deuda con sus propios hijos, a quienes han
descuidado por sus legítimos anhelos de progreso, por sus afanes y por sus
preocupaciones cotidianas. Estará de acuerdo conmigo, estimado lector, que en
muchas familias mexicanas la formación de valores como la honestidad y el
respeto es urgente y no admite más demora.
Quisiéramos
que las cosas fuesen diferentes, pero es obligado reconocer que esta importante
labor no se realiza en muchos hogares mexicanos; de ahí que muchos jóvenes y
niños hayan crecido sin la instrucción y ejemplo que les permita transitar por
el sendero de la legalidad y del bien hacer.
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