Por Armando Maya Castro
En
la actualidad, la violencia se halla presente casi en todas partes. La
encontramos en las telenovelas mexicanas y en las extranjeras; en las películas
producidas en México, como en aquellas que se producen en otras naciones. En
muchas de ellas, la violencia y el terror son modas imperantes imposibles de
evitar, nos dice Marcelino Bisbal.
Por
desgracia, la violencia ha llegado también a las escuelas, espacios donde el
bullying se ha convertido en un verdadero azote y en el terror de innumerables
alumnos. El siguiente dato, proporcionado por la Comisión Nacional de los
Derechos Humanos, describe lo que pasa en nuestras escuelas: en México, tres de
cada 10 estudiantes de primaria han sufrido alguna agresión física por parte de
un compañero.
La
violencia afecta a personajes famosos, cuya celebridad y popularidad es del
dominio público, pero también perjudica a personas sencillas, como es el caso
de los migrantes en tránsito por México, quienes han sido objeto de ataques
violentos en repetidas ocasiones. Estos eventos, hay que decirlo, han sido
favorecidos por la corrupción, la complicidad y la impunidad imperantes en el
país.
Ni
los funcionarios públicos, ni los familiares de éstos escapan a la violencia en
la que nos encontramos atrapados. Las acciones del Estado mexicano en contra de
las actividades delictivas de los cárteles de la droga, ha ocasionado que estos
grupos criminales tomen violentas represalias contra algunos funcionarios
públicos y personas dedicadas a la política. Hay quienes piensan que el
asesinato de José Eduardo Moreira, hijo del ex gobernador de Coahuila, Humberto
Moreira, pudo haber sido por represalias orquestadas por la delincuencia
organizada.
Es
evidente que quienes sufren con mayor severidad los efectos de la violencia y
la inseguridad son los ciudadanos comunes y corrientes, los que con su trabajo
diario y honesto construyen la grandeza de nuestro país.
Las
calles son, con toda seguridad, los sitios donde la violencia genera mayores
estragos a través de robos, asaltos, secuestros y asesinatos. La violencia nos
persigue y aparece en los cruces viales, topes y semáforos, ocasionando no sólo
la perdida de nuestros bienes, sino también enormes daños físicos y
sicológicos. Aparece de noche y de día, en parques, callejones y
estacionamientos solitarios.
Es
triste decirlo, pero la violencia se ha convertido en parte de nuestro diario
vivir; nos acostamos y nos despertamos escuchando noticias de asesinatos,
secuestros, violaciones, levantones, desapariciones y demás cosas impregnadas
por la violencia que se da en nuestro diario acontecer. Con ese tipo de
noticias nos acostamos y con ellas nos levantamos.
Lo
verdaderamente grave es que nos hemos acostumbrado tanto a ver ese tipo de
noticias que hemos perdido la capacidad de reacción. No la hay, al menos que el
asesinado, secuestrado o desaparecido tenga alguna relación de parentesco o
cercanía con nosotros.
Esta
barbarie va en aumento y parece no tener fin, al menos no lo tendrá en la
presente administración. Las autoridades federales nos dicen todos los días que
la guerra contra el crimen organizado es para brindarnos seguridad; sin
embargo, la desilusión se torna mayúscula entre los mexicanos cuando vemos que
los esfuerzos de las autoridades no garantizan debidamente nuestra seguridad.
Permítame,
estimado lector, hacer la siguiente reflexión: nos quejamos de la violencia y
de la descomposición moral que la genera, que esto debería ser razón suficiente
para aborrecer la violencia y erradicarla de nuestro entorno. Pero en vez de
ello, se observa con tristeza que la violencia se ha introducido poco a poco en
nuestros hogares, perjudicando de diversas maneras a los nuestros.
Me
refiero, desde luego, a la violencia familiar o doméstica, que tiene lugar
entre los miembros de una familia, pudiendo ocasionar severos daños físicos y
sicológicos a quien la padece. Me refiero también a la violencia de género, esa
que es ejercida por quien es o ha sido el compañero sentimental de una mujer, a
quien daña física y sicológicamente al intentar someterla o controlarla.
Admitámoslo:
la sociedad de nuestro tiempo se halla inmersa en un proceso de progresiva
pérdida de valores. Esto puede remediarse únicamente en el hogar, con un
trabajo de instrucción responsable por parte de nosotros, los padres de
familia. Me refiero, evidentemente, al fomento de valores tales como el
respeto, la honestidad, la no violencia, la solidaridad, etcétera. Es tiempo
que tomemos la decisión de hacer lo necesario para erradicar de nuestro entorno
la violencia en cualquiera de sus manifestaciones.
Twitter:
@armayacastro
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