Por Armando Maya Castro
La pederastia –“trastorno psicosexual que consiste en una
tendencia a realizar actos o fantasías sexuales, de modo único o preferente con
menores de poca edad” – ha afectado a la Iglesia romana desde siempre y de muchas
maneras: en sus finanzas, pues, hasta el momento, ha desembolsado cientos de millones
de dólares por concepto de costos legales, indemnizaciones, terapia para las
víctimas y tratamiento para los sacerdotes. Asimismo, ha afectado la
credibilidad de un considerable número de católicos, quiénes han comenzado a admitir
la inmoral realidad de muchos de sus guías espirituales.
En el año académico 2002-2003, las escuelas católicas de
Estados Unidos registraron bajas significativas en la cantidad de
inscripciones, mismas que disminuyeron más estrepitosamente en el segmento
comprendido entre el jardín de infantes y el octavo grado, según anunciaron
funcionarios de 11 de los distritos más grandes de Estados Unidos. Ante las
afirmaciones de algunos docentes católicos, que aseguraron que este descenso no
fue ocasionado por los casos de pederastia sacerdotal, uno se pregunta: ¿por
qué razón esas bajas se produjeron justamente tras la ola de denuncias en
contra del clero pederasta norteamericano? A esto debemos agregar que –según una
encuesta realizada en ese tiempo– uno de cada cinco feligreses católicos dijo
que dejaría de donar dinero a sus diócesis.
Las prácticas sexuales clericales,
tan habituales en seminarios, monasterios y centros vocacionales, extrañan ya a
muy pocas personas. Actualmente, muchísima gente sabe que –a pesar del voto de castidad– “alcohol y sexo más o menos
encubierto son dos constantes de las que no se ha librado ningún seminario ni
ninguna institución católica a lo largo de la historia” (José Martínez de Velasco,
Los documentos secretos de los
Legionarios de Cristo, p. 39, Ediciones B, Barcelona, 2004). Esta situación
es de suyo grave, pero lo es aún más cuando el abuso sexual se comete en
agravio de menores de edad confiados a clérigos carentes de moral y sin
escrúpulos.
La pederastia sacerdotal es un mal añejo.
“Los abusos sexuales a menores cometidos por el clero son un hecho habitual y
normal desde hace siglos, así como lo es también la impunidad de la que goza el
clero delincuente”. Lo anterior lo dice el escritor Pepe Rodríguez, autor de Pederastia en la Iglesia católica, libro
en el que “analiza y denuncia, con solidez y dureza, la realidad, causas y
efectos de la pederastia clerical”. Este autor hispano, en su obra La vida sexual del clero, pone al alcance
de los lectores el resultado de un estudio realizado antes de febrero de 1995,
fecha en la que aparece la primera edición de ese libro suyo. En ese tiempo se
estimaba que “entre los sacerdotes actualmente en activo, un 95 % de ellos se
masturba, un 60 % mantiene relaciones sexuales, un 26 % soba a menores, un 20 %
realiza prácticas de carácter homosexual, un 12 % es exclusivamente homosexual
y un 7 % comete abusos sexuales graves con menores”. La anterior investigación
se centró únicamente entre el clero español. Si a los anteriores números
agregamos los abusos que cometen los curas en todos los demás países que
profesan el catolicismo, las cifras serían mucho más alarmantes.
Los niños y adolescentes que son
“educados” en colegios e internados católicos, siempre estarán expuestos a
sufrir de parte de sus deshonestos educadores diversos tipos de abusos:
caricias por debajo y por encima de la cintura, masturbación, intento de coito
y proposiciones de actividad sexual y sexo oral.
Innumerables testimonios demuestran
que los delitos sexuales del clero en perjuicio de menores son anteriores a enero
de 2002, año en que estalló el escándalo de pedofilia que divulgaron la mayoría
de los medios de comunicación en mundo.
El escritor español cuyas obras he venido citando afirma que a lo largo
de su vida “jamás [ha] encontrado a nadie que haya estudiado en un colegio
religioso y que no haya visto, oído o sufrido abusos sexuales por parte de
algún religioso. Cualquier alumno de internado de esos colegios recuerda —ayer
como hoy— las clásicas reconvenciones que algunos sacerdotes gustaban hacer a
los niños más traviesos y guapitos, y que no tenían otra finalidad que la de
servir de excusa para sobar a modo al menor”. Abundando en dicho particular, Pepe
Rodríguez afirma: “con frecuencia, estas reconvenciones pasaban a mayores ya se
llegaba a la relación sexual más o menos completa”.
Por décadas, este tipo de situaciones crecieron sin freno alguno,
ocasionando el dolor de las víctimas inocentes y obligando la intervención de
la ONU, quien ha sido atacada por diversas circunscripciones católicas en
varias partes del mundo. Lo más reciente sobre este enfrentamiento fue
publicado en el Semanario Desde la Fe
de la Arquidiócesis Primada de México, en donde en vez de aceptar el informe
veraz de Naciones Unidas, resultante de la narración de hechos delictivos
reales, se ha defendido afirmando que el informe de la ONU está plagado de
mentiras y verdades a medias, y que el organismo que tiene su sede en Nueva
York fue presionado por grupos “rabiosamente antagónicos
a la Iglesia”, entre los que destacan movimientos abortistas, promotores
lésbico-gay así cómo asociaciones que lucran con el dolor de las víctimas. Esta
deleznable defensa en nada ayuda a la Iglesia católica, quien debería de
comenzar enjuiciando y poniendo a disposición de las autoridades civiles a los
curas pederastas.
Twitter: @armayacastro
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