martes, 18 de febrero de 2014

ATAQUES A LA ONU

Por Armando Maya Castro

Uno de los problemas más graves que enfrenta la Iglesia católica del tiempo actual es el de la pederastia sacerdotal. Este problema no es reciente, ni se remonta a la fecha en que la Organización de la Naciones Unidas (ONU) intervino denunciando a través de un informe la política poco colaboradora del Vaticano, quien fue omiso en su actuar en contra de los abusos sexuales en agravio de menores por parte de clérigos católicos.

La pederastia –“trastorno psicosexual que consiste en una tendencia a realizar actos o fantasías sexuales, de modo único o preferente con menores de poca edad” – ha afectado a la Iglesia romana desde siempre y de muchas maneras: en sus finanzas, pues, hasta el momento, ha desembolsado cientos de millones de dólares por concepto de costos legales, indemnizaciones, terapia para las víctimas y tratamiento para los sacerdotes. Asimismo, ha afectado la credibilidad de un considerable número de católicos, quiénes han comenzado a admitir la inmoral realidad de muchos de sus guías espirituales.

En el año académico 2002-2003, las escuelas católicas de Estados Unidos registraron bajas significativas en la cantidad de inscripciones, mismas que disminuyeron más estrepitosamente en el segmento comprendido entre el jardín de infantes y el octavo grado, según anunciaron funcionarios de 11 de los distritos más grandes de Estados Unidos. Ante las afirmaciones de algunos docentes católicos, que aseguraron que este descenso no fue ocasionado por los casos de pederastia sacerdotal, uno se pregunta: ¿por qué razón esas bajas se produjeron justamente tras la ola de denuncias en contra del clero pederasta norteamericano? A esto debemos agregar que –según una encuesta realizada en ese tiempo– uno de cada cinco feligreses católicos dijo que dejaría de donar dinero a sus diócesis. 

Las prácticas sexuales clericales, tan habituales en seminarios, monasterios y centros vocacionales, extrañan ya a muy pocas personas. Actualmente, muchísima gente sabe que –a pesar del voto de castidad “alcohol y sexo más o menos encubierto son dos constantes de las que no se ha librado ningún seminario ni ninguna institución católica a lo largo de la historia” (José Martínez de Velasco, Los documentos secretos de los Legionarios de Cristo, p. 39, Ediciones B, Barcelona, 2004). Esta situación es de suyo grave, pero lo es aún más cuando el abuso sexual se comete en agravio de menores de edad confiados a clérigos carentes de moral y sin escrúpulos. 

La pederastia sacerdotal es un mal añejo. “Los abusos sexuales a menores cometidos por el clero son un hecho habitual y normal desde hace siglos, así como lo es también la impunidad de la que goza el clero delincuente”. Lo anterior lo dice el escritor Pepe Rodríguez, autor de Pederastia en la Iglesia católica, libro en el que “analiza y denuncia, con solidez y dureza, la realidad, causas y efectos de la pederastia clerical”. Este autor hispano, en su obra La vida sexual del clero, pone al alcance de los lectores el resultado de un estudio realizado antes de febrero de 1995, fecha en la que aparece la primera edición de ese libro suyo. En ese tiempo se estimaba que “entre los sacerdotes actualmente en activo, un 95 % de ellos se masturba, un 60 % mantiene relaciones sexuales, un 26 % soba a menores, un 20 % realiza prácticas de carácter homosexual, un 12 % es exclusivamente homosexual y un 7 % comete abusos sexuales graves con menores”. La anterior investigación se centró únicamente entre el clero español. Si a los anteriores números agregamos los abusos que cometen los curas en todos los demás países que profesan el catolicismo, las cifras serían mucho más alarmantes.

Los niños y adolescentes que son “educados” en colegios e internados católicos, siempre estarán expuestos a sufrir de parte de sus deshonestos educadores diversos tipos de abusos: caricias por debajo y por encima de la cintura, masturbación, intento de coito y proposiciones de actividad sexual y sexo oral. 

Innumerables testimonios demuestran que los delitos sexuales del clero en perjuicio de menores son anteriores a enero de 2002, año en que estalló el escándalo de pedofilia que divulgaron la mayoría de los medios de comunicación en mundo.  El escritor español cuyas obras he venido citando afirma que a lo largo de su vida “jamás [ha] encontrado a nadie que haya estudiado en un colegio religioso y que no haya visto, oído o sufrido abusos sexuales por parte de algún religioso. Cualquier alumno de internado de esos colegios recuerda —ayer como hoy— las clásicas reconvenciones que algunos sacerdotes gustaban hacer a los niños más traviesos y guapitos, y que no tenían otra finalidad que la de servir de excusa para sobar a modo al menor”. Abundando en dicho particular, Pepe Rodríguez afirma: “con frecuencia, estas reconvenciones pasaban a mayores ya se llegaba a la relación sexual más o menos completa”.

Por décadas, este tipo de situaciones crecieron sin freno alguno, ocasionando el dolor de las víctimas inocentes y obligando la intervención de la ONU, quien ha sido atacada por diversas circunscripciones católicas en varias partes del mundo. Lo más reciente sobre este enfrentamiento fue publicado en el Semanario Desde la Fe de la Arquidiócesis Primada de México, en donde en vez de aceptar el informe veraz de Naciones Unidas, resultante de la narración de hechos delictivos reales, se ha defendido afirmando que el informe de la ONU está plagado de mentiras y verdades a medias, y que el organismo que tiene su sede en Nueva York fue presionado por grupos “rabiosamente antagónicos a la Iglesia”, entre los que destacan movimientos abortistas, promotores lésbico-gay así cómo asociaciones que lucran con el dolor de las víctimas. Esta deleznable defensa en nada ayuda a la Iglesia católica, quien debería de comenzar enjuiciando y poniendo a disposición de las autoridades civiles a los curas pederastas.

Twitter: @armayacastro 




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