Por Armando Maya Castro
En muchos estados de la República, los jóvenes ven su futuro dentro de las filas de la delincuencia organizada |
La delincuencia en nuestro
país no es alarmante por su sola existencia, sino por los elevados niveles que
ha alcanzado en las últimas décadas. Son pocas, muy pocas las familias
mexicanas que se han librado del flagelo de la delincuencia, misma que se ha
convertido en una verdadera pesadilla para los habitantes de algunos estados de
la República mexicana.
En Michoacán, el temor de
algunas familias los ha llevado a emigrar de sus lugares de origen a poblaciones
más seguras. Esta situación fue dada a conocer por Osbaldo Esquivel Lucatero,
diputado local perredista de la región de Tierra Caliente, quien asegura que,
debido a la inseguridad, violencia y marginación, cada mes emigran de la región
de Tepalcatepec, Coalcomán y Buenavista al menos 70 personas. En la opinión de
este legislador, “el gobierno ha sido rebasado”, como lo prueban “los
enfrentamientos y ejecuciones que continúan a pesar de la presencia de fuerzas
federales”.
Este fenómeno social, que
pone en riesgo la seguridad pública de la sociedad y las buenas costumbres
establecidas por ésta, es un problema de alcance universal. No es un mal
exclusivo de México, sino de la mayoría de los países de la tierra. Tampoco es
un problema nuevo, sino añejo, que ha estado presente a lo largo de la historia
de la humanidad, en todas las edades y en todos los espacios.
Ninguna nación del mundo ha
podido librarse de los estragos de la delincuencia, ni hoy ni en el pasado. Por
eso creo que aciertan aquellos que afirman que no hay sociedad sin
delincuencia. Vivir sin ella sería lo ideal, pero lo real es que en muchas ciudades
y poblaciones de nuestro país la gente se siente a merced de la delincuencia,
tanto de la organizada como de la desorganizada.
En el caso particular de
México abundan las interrogantes: ¿cómo fue posible que las cosas hayan
cambiado tanto en materia de seguridad? ¿Dónde está el México en el que –hasta
hace unos años– se podía trabajar y vivir sin temores y sobresaltos? Ese México
parece haber desaparecido, aunque es justo reconocer los esfuerzos que se
realizan para que volvamos a disfrutar de la vida en calma que tuvimos hasta
hace algunos años.
En el México de hace algunas
décadas, los actos delincuenciales eran escasos; de ahí que no hubiese
reacciones y manifestaciones ciudadanas como las que se presenciaron en el
sexenio pasado, y como las que se producen en la presente administración,
particularmente en las redes sociales. Estas reacciones, fruto del hartazgo e
impotencia de la ciudadanía, han puesto a trabajar más seriamente a los
responsables de la procuración y administración de justicia. Lamentablemente,
estas acciones no han logrado fructificar como espera el pueblo de México.
Mientras que la economía
decrece y se multiplica el desempleo, la inseguridad sigue presente en muchas
regiones de nuestro país, ahuyentando el turismo y desalentando la entrada de
inversión extranjera, situación que afecta seriamente a nuestra economía.
Las autoridades buscan
remediar la situación a través de la multiplicación y profesionalización de las
fuerzas policíacas, así como del incremento de las sanciones a los delincuentes,
policías y funcionarios que establecen nexos con el crimen organizado. Esto es
bueno y necesario, sin olvidar que uno de los aspectos que más contribuyen a la
deformación social es la ausencia de valores en los autores de estos delitos.
Desde hace algunos años, los
mexicanos hemos contemplado con profunda tristeza que los miembros de las
bandas criminales son más jóvenes y más crueles. Este es, para los estudios del
tema, el nuevo rostro de la delincuencia, el cual ha sido forjado por la ausencia
de espacios educativos y sociales para los adolescentes y jóvenes de México. Estas
limitaciones, y la falta de oportunidades para que los jóvenes accedan a una
vida digna, han convertido a miles de éstos en presa fácil de las bandas
criminales.
Esta situación es alarmante
y exige de los padres de familia menos apatía y mayor compromiso en la
enseñanza y transmisión de valores, tales como el respeto hacia los demás, el
amor, la amistad, la responsabilidad, el trabajo y sus frutos, etcétera. Con
una labor así, aún es posible alejar a nuestros hijos de las drogas y el
alcohol, así como de la tentación por el dinero fácil. Estará de acuerdo
conmigo, estimado lector, que una labor responsable de parte nuestra puede
contribuir a la construcción de un México más próspero y seguro y con menos
delincuencia.
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