Armando Maya
Castro
El pasado 7
de febrero, la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM) publicó un comunicado
titulado “El poder de la mentira; ofuscación a la verdad”, descalificando a
través del mismo a quienes rechazan la reforma del artículo 24 constitucional. Una
de las cosas que llama mi atención sobre este pronunciamiento es cuando la CEM
–tras reconocer que es la Iglesia católica la que ha estado impulsando dicha reforma–
afirma que su misión “no es otra que defender los Derechos Humanos”.
Ante esto, uno se pregunta:
¿De veras es esta su misión? Si es así, qué mal han cumplido su misión a lo
largo de su historia. Observe los siguientes eventos históricos y se dará
cuenta del porqué de mi afirmación. Tras la publicación de la Declaración de
los Derechos del Hombre y del Ciudadano, aprobada el 26 de agosto de 1789, el
rechazo de la Iglesia católica fue inmediato. En 1791, el papa Pío VI, a través
de la bula “Quod aliquanttum”, condenó dicho documento, que “hace un
reconocimiento general, restrictivo e individualista de la libertad religiosa”.
Antonio Osuna Fernández-Largo, asevera que esta
bula condenó también a los redactores de dicha Declaración por promulgar “un
derecho monstruoso de libertad natural de todo hombre”.
J. Gimbernat
afirma que la condena papal fue en razón del artículo 10: “Nadie será
inquietado a causa de sus opiniones, ni siquiera religiosas, con tal de que su
manifestación no perturbe el orden establecido por la ley”; así como del
artículo 11: “La libre comunicación de las ideas y las opiniones es uno de los
más preciados derechos del hombre; todo ciudadano, por consiguiente, puede
hablar, escribir, imprimir libremente, pero a condición de responder del abuso
de esta libertad en los casos establecidos por la ley”.
Décadas
después, el papa Gregorio XVI condenó la libertad de conciencia: “Es un
principio falso y absurdo, o más bien disparatado, el afirmar que hemos de
asegurar y garantizar a todo el mundo la libertad de conciencia. Este es uno de
los errores más peligrosos” (Cfr. Encíclica
“Mirari Vos” del 15 de agosto de 1832). Sobre la libertad de opinión, dijo que
“es la ruina de la sociedad religiosa y civil”. Su condena se extendió a la
libertad de retórica, así como a la libertad de imprenta, entendida ésta como
“el derecho de dar a luz pública toda
clase de escritos”. La encíclica califica esta libertad como “un monstruo de
doctrina, origen de un sinnúmero de errores”, comparable a la libre venta de
venenos en una sociedad.
J. Gimbernat
añade que durante la Edad Media, la Iglesia romana se opuso a lo que hoy
llamamos derechos del hombre, “en los que veía el impulso a la mentira, al
error, a un protagonismo usurpador que negaba el orden querido por Dios”.
Sostiene, además, que la imagen plástica de hasta dónde estaba dispuesto a
llegar el catolicismo para defender su identidad, fue el establecimiento de la
inquisición, “responsable entre 1480 y1834 de aproximadamente cien mil muertes
y de millares de hogueras encendidas para aniquilar a las brujas, como chivos
expiatorios…”.
El
comunicado de la Conferencia del Episcopado Mexicano, intenta convencernos de que
con la reforma del artículo 24 constitucional se adecuará “nuestro marco
constitucional a los requerimientos internacionales…”. Ante esta afirmación, nos
preguntamos: ¿De cuándo acá le han importado a la Iglesia católica los tratados
internacionales sobre derechos humanos? Si dichos acuerdos fueran importantes
para ella, el Vaticano habría suscrito la totalidad de los tratados y
convenciones internacionales en materia de derechos humanos, algo que no ha
hecho.
“De las 72
convenciones con unos 130 protocolos suscritos por las Naciones Unidas […] para
el cumplimiento de los Derechos Humanos, la Santa Sede ha suscrito solo diez.
Ha ratificado algunas convenciones (sobre los refugiados, derechos del niño y
discriminación racial), pero no las convenciones generales sobre derechos
civiles, políticos, económicos y socioculturales y algunas que conciernen a
discriminaciones, como, por ejemplo, las basadas en el sexo, la enseñanza, el
empleo, crímenes de guerra, tortura, pena de muerte, etc.” (Cfr. Javier Quezada del Río, “Diversidad
cultural en el mundo del nuevo testamento”, en “Desafíos del pluralismo a la
unidad y catolicidad de la Iglesia, Universidad Iberoamericana”, 2001, p. 110).
Lo anterior
deja en claro que el comunicado de la CEM intenta presentarnos un rostro que no
le conocemos a la Iglesia católica, institución que figura en diversas etapas
de la historia de la humanidad con un sinnúmero de violaciones a los derechos
humanos.
Twitter: @armayacastro
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